Yo soy

Yo soy

miércoles, 14 de septiembre de 2011

En la cárcel se ve como el mal corroe el cerebro del ser humano, como UN CANCER a la célula benigna...Ojo, no es casual lo que pasa y el odio y las consignas cargadas de resentimiento profundo alimentan ese ser informe que devora el bien y la salud directamente proporcional a su expresión que corroe el alma



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Cuando llega el mal
La enfermedad tiene la virtud de provocar la aparición de nuestro "otro yo"... cuando lo hay
ANTONIO COVA MADURO |  EL UNIVERSAL
miércoles 14 de septiembre de 2011  12:00 AM
Nada hay más seguro para un ser humano que la enfermedad -o como también la llamamos por estas tierras: el mal- pero tampoco hay nada más sorprendente. Y no sólo porque creemos que nuestro estado natural es el "estar sanos", sino porque la enfermedad, sobre todo la "seria", es odiosamente excluyente. No tolera nada ni nadie que compita con ella, que tenga legítimo derecho a nuestra atención, a nuestros cuidados y desvelos.

Y esa pretensión a la absoluta exclusividad, ¿es sostenible? Pues por lo que parece, sí. En primer lugar porque tu cuerpo deja de funcionar como acostumbraba, y eso es un recuerdo incesante. No hay modo de escapar de ese recordatorio. Y eso -todo el que ha padecido una enfermedad seria lo sabe- inmediatamente repercute en la psique. La mente no logra apartarla de un manotazo definitivo y prescindir de ella. No hay modo.

Decíamos al principio que nada hay tan seguro como la enfermedad. Ella no es otra cosa que la suspensión de lo normal. Los humanos nos aferramos a la idea de que lo único esperable es la salud: el cuerpo debe estar sano, siempre. Pero bien visto, Esta es una pretensión absurda. Veamos por qué.

Cuando observamos las máquinas que hemos creado para atender a nuestras necesidades y darnos bienestar, como los carros, los electrodomésticos, las computadoras, no consideramos como absurdo que les aparezcan desperfectos. En efecto, si cualquiera de esas máquinas funciona por un período largo de tiempo, lo más normal es el desgaste y el que alguno de sus componentes falle de pronto.

Entonces, ¿cómo pretendemos que un cuerpo que está activado las veinticuatro horas de cada uno de los 365 días del año, no presente desperfecto alguno? Pero hay más. Se trata del "proceso de envejecimiento" que sabemos comienza muy temprano en la vida y que plantea a todo ser humano problemas que jamás presentaría cualquier máquina.

Los seres humanos vinimos al mundo para morir, aunque suene horrible. Ya lo decía un poeta guayanés: "Que para morir nacemos, ya lo sabemos". Y es por ello que la vida proporciona momentos luminosos que toda inteligencia debería saber aprovechar al máximo de sus posibilidades.

Hay, pues, un tiempo que "nos ha sido dado" a cada humano. Con ese tiempo entre sus manos, muchos individuos han hecho maravillas; pero para cualquiera jamás habrá un "logro total", sino su aporte particular. Cada uno de nosotros debe irse cuando le toca. Eso quizás era lo que llevaba a mi madre a recordarnos, cuando la circunstancia lo pedía: "Ni el que se va hace falta, ni el que viene es necesario, porque si no Dios no habría inventado la muerte".

Decíamos que la enfermedad es "inesperada". A veces nos llega cuando menos la quisiéramos al lado, cuando perturba lo que estamos haciendo. Pero una vez que llega y se instala, reclama atención. Y atención humilde.

Lo peor que podemos hacer es tratarla mal o pretender obviarla. Cuando ella llega no hay poderoso ni encumbrado que resista. ¡Hay tantos casos que lo prueban! La enfermedad tiene la virtud de provocar la aparición de nuestro "otro yo"... cuando lo hay. Sentirnos poderosos ante ella, querer exorcizarla con un rápido "Si la naturaleza se opone... ", es, además de cursi, inútil.

La enfermedad hace que unas cosas adquieran súbito valor, mientras que otras lo pierdan sin lágrimas que derramar. Pero por encima de todo, ella te hace ver absolutamente desvalido. Ya no eres tú quien tiene el timón. Son otros, son los médicos y lo que sus conocimientos provean. Estás en manos de ellos y son ellos los que verdaderamente saben lo que te pasa... y sus implicaciones.

En esa situación, ¿para qué los gritos, los aspavientos, las promesas a largo plazo, si el tiempo repentinamente se acorta sin que ni siquiera lo captes? La enfermedad te hace otro. Hay otras prioridades, otras urgencias y necesitas de otro tipo de gente a tu lado; y si persistes en no quererlo ver, mil ojos a tu alrededor lo harán por ti.

Si enfermo eres cabeza de un gran proyecto, como lo han probado Steve Jobs con Apple, o Mitterrand con Francia, ese proyecto debe desligarse de ti, si es que quiere sobrevivirte. Si no, desaparecerá contigo. Allí es cuando se hará presente su viabilidad, que requiere de capacidad de convocatoria, o ¡todo lo contrario!

Y como nadie es indispensable, la Historia seguirá su curso. Y ese curso bien podría ser contrario al que se pretendió, como le sucedió a Mary Tudor con su cáncer en la convulsa Inglaterra de su tiempo, o a Fidel y su ancianato por estos días.

antave38@yahoo.com
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