Yo soy

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domingo, 18 de septiembre de 2011

Opinión

La violencia de la burla

ALEJANDRO MORENO
ciporama@...



C uando oí al Presidente, y luego leí en la prensa, que 96% de la población venezolana ya tenía acceso al agua potable, pensé, depresivamente, que yo era uno de los tristes componentes de ese 4% restante a los que les llega un chorro de ese líquido cada veinte días, si tenemos suerte. A menos que a eso le llamen acceso. Que puede ser. Total, el diccionario da para ello y algo más, si, como en el caso, la palabrita no va acompañada de ningún adjetivo que la precise y califique. Hasta coito puede significar. El acceso, valga también aquí el vocablo, ambiguo a la palabra parece ser un recurso exquisitamente cultivado por los voceros, nunca mejor nombrados, oficiales.

Así, el "no dije, sino dije" funciona. La burla, de ese modo, sale perfecta. Su violencia no se nota.

Lo que en verdad sucedió en el barrio Las Casitas, el que por obra de la revolución habría pasado del 4% al 96%, fue que por ahí cerca le instalaron un hidrante, bueno, un grifo con su llave, al que tendrían acceso para ser llenados unos camiones cisterna que luego, por una carretera que se está derrumbando, accesarían a las casas de los felices habitantes para llenar unos tanques de plástico que les estaban en ese momento proporcionando. ¿Cada cuánto tiempo irán? Lo consiguió una "mesa". Ya le costaría lo suyo.

Sin embargo, deben quedar todavía los sufridos y entrañables pipotes, porque el Presidente le dijo a una señora que él a un pipote le sacaba hasta dos y tres días. Debe ser usted, señor Presidente, bastante derrochador. A cada uno, porque hay que tener varios, hay que sacarle por lo menos una semana para que los zancudos patas blancas tengan tiempo de reproducirse a placer.

Felicito a los habitantes de Las Casitas porque parece que ya pasaron del acarreo, tobo al hombro, espalda mojada y escalera arriba, quinto mundo, al acceso, cisterna cada veinte días, con suerte. Bienvenidos al cuarto mundo.

Cuando llegué al barrio, hace ya algo más de treinta años, nuestro acceso al agua, comprada y cara, era también por cisternas que había que contratar cuando estaban secos los pipotes. De vez en cuando llegaba una cisterna gratuita y escasa enviada por el concejo municipal. Para ahorrar, nos íbamos a bañar a alguna de las cataratas, tres modestos chorros, no siempre limpios, que bajan todavía del cerro, y acarrear tobo al hombro, espalda mojada y escalera arriba. Luego pusieron una tubería y cuando abrieron la llave, el agua salía por todas partes menos por una, la propia, porque los empates los habían colocado al revés. Tras una larga espera de cisternas, pusieron otra, esta vez al derecho. Al principio cada ocho, luego cada diez, después cada quince y ahora cada veinte, siempre si hay suerte, empezó a llegar el agua a los pipotes hasta que, en período de elecciones, regalaron, a algunos, unos tanques de plástico como ahora en Las Casitas. A mí no me dieron y lo tuve que comprar. La jubilación universitaria todavía daba para eso. Estamos más adelantados que ese barrio de La Vega. Lo nuestro es tercer mundo.

Cuando la gente de las urbanizaciones, "esos oligarcas egoístas", se lamentan porque alguna vez el agua les escasea durante veinticuatro horas, nosotros nos reímos de esa violencia inaudita de desierto. La nuestra, la violencia del desierto cotidiano, hasta cuando llueve y hay deslaves, no termina.

Acceso a chorros de promesas, retórica, cadenas y fanfarria presidencial. ¿De ese gritado 96, cuántos venezolanos de barriada todavía estamos en el acceso de quinto, cuarto y tercer mundo? ¿Acceso al agua corriente? Ni soñarlo. Burla, burlando, y aguada corriendo por la calle.


Violencia asesina en Venezuela
Alejandro Moreno*
Resumen
El autor, a partir de una experiencia continuada de treinta años conviviendo
en sectores populares pobres de la ciudad de Caracas y de numerosos
trabajos de investigación que ha realizado y publicado con
el equipo del Centro de Investigaciones Populares que él ha fundado
y dirige, ofrece un completo, aunque sintético, informe sobre la violencia
asesina en la Venezuela de hoy. Después de un rápido repaso
sobre lo más destacado de los aspectos cuantitativos del fenómeno,
se dedica a profundizar en su dimensión cualitativa penetrando en
las motivaciones más íntimas de los sujetos violentos. Descartando
las fáciles interpretaciones causales y desarrollando fundadamente
los verdaderos orígenes personales y sociales de esa violencia, pasa
luego a ofrecer vías de posibles intervenciones correctivas y a presentar
lo que están haciendo al respecto la Iglesia y diversas instituciones
privadas que contrasta con la actuación negativa de un Estado
que no se preocupa por la vida de sus ciudadanos.
Palabras clave: Violencia delincuencial, delincuente popular, historia-
de-vida, forma-de-vida, respeto, Venezuela.
Recibido: 16-08-10/ Aceptado: 10-12-10
* Centro de Investigaciones Populares. Caracas, Venezuela. E-mail: cip@cantv.net
Murderous Violence in Venezuela
Abstract
The author, based on a continuous thirty-year experience living in poor
neighborhoods in Caracas, has published many research articles and
books with the Popular Research Centre’s team which he founded and
directs; in this article, he offers a complete, although brief, report on
murderous violence in Venezuela. After a quick review of the most outstanding
quantitative aspects of the phenomenon, he studies the
qualitative dimension in depth, penetrating into the most intimatemotivations
of the violent subjects. Discarding facile, causal interpretations
and developing foundations for the true personal and social origins
of that violence, the author offers routes to some possible corrective
interventions. He also explains what has been done by the Church
and several private institutions in contrast with the State’s negative actions,
which do not seem to be concerned with the lives of its citizens.
Key words: Delinquent violence, popular delinquent, life history,
way of life, respect, Venezuela.
Presentación
Cuando en 1989 la Asociación Peruana de Estudios para la Paz invitó a la
Universidad Católica Andrés Bello de Caracas a formar parte de un conjunto de
instituciones latinoamericanas para investigar la violencia en nuestros países
(Ugalde, 1993: 7) muchos pensaron que ese tema pertenecía sobre todo a
nuestro pasado lejano y reciente pero no a la realidad social del presente. De
todos modos la UCAB se adhirió al proyecto. A los dos años de puesto en marcha
el estudio ya habían cambiado dos cosas: “la realidad misma de la violencia
en Venezuela y el interés, percepción y padecimiento que de la misma tiene la
población (idem)”.
Durante los últimos treinta años, las dos décadas finales del pasado siglo
y la que ya llevamos de éste, la violencia delincuencial en Venezuela, y sobre
todo la que más preocupa y atemoriza, la extrema, la letal, productora de
muerte, ha ido creciendo y expandiéndose a un ritmo tan acelerado que ningún
habitante de este país se siente hoy seguro de que no lo pueda alcanzar, a él o a
sus allegados, en cualquier momento.
Los miembros de las nuevas generaciones, los venezolanos que tienen
menos de cuarenta años, han tenido presente esa violencia durante todo el recorrido
de su historia personal formando parte casi normal del paisaje social
cotidiano y ocupando amplios espacios en todo el ámbito de la información e
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introduciéndose en buena parte de las conversaciones familiares de todos los
sectores de nuestra sociedad. Ellos no han conocido otro mundo y, por ende,
dicha violencia puede parecerles compañera normal de la existencia. Como indica
Luis Ferrer (2008) representante del Instituto de Investigaciones de Convivencia
y Seguridad Ciudadana (Incosec) la violencia “está en un proceso de naturalización
en la opinión pública” de manera que a los ciudadanos no les queda
otra opción sino considerarla como parte normal de la vida con la que hay
que aprender a convivir.
Para los que vivimos en barrio el sonido de los disparos de revólveres y
pistolas, cuando no de armas más potentes, lejanos o cercanos, en nuestra calle
o en el callejón adyacente, resonando en el eco del cerro o seco y cortante
contra las paredes de nuestra propia casa, ya no sorprende y ni siquiera espanta.
Forma parte de la música ambiente como el ladrido de un perro o el resonar
de una motocicleta.
Si embargo, quienes tenemos ya cierta edad hemos conocido otros tiempos.
En esto sí resulta verdad aquello de que “tiempo pasado fue mejor”.
Como nos lo dice la experiencia vivida y lo señalan quienes sobre ello escriben,
es válido cuanto asienta Briceño León (2005: 110), director del Observatorio
Venezolano de Violencia, la institución venezolana más prestigiosa en
estudios sobre el tema: “en dos décadas la población no se duplicó, pero los
homicidios se multiplicaron por diez. El número de homicidios ocurridos en el
país, que a comienzos de los años ochenta oscilaba alrededor de los 1.300
muertos, superó veinte años después, los 13.000 asesinatos”. El mismo Briceño
León (2009: 27) contabiliza 13.157 homicidios cometidos en Venezuela durante
el año 2007 lo que supone 49 asesinatos por cada cien mil habitantes
cuando la tasa mundial es de 8,8.
Puesto que, como afirmó el mismo autor en una conferencia dictada en la
Universidad Central de Venezuela el 9 de diciembre de 2008, el gobierno venezolano
dejó de dar información oficial sobre violencia desde el año 2004, las cifras
pueden variar, aunque poco, de un informea otro.De hecho los investigadores
logran con bastante frecuencia conocer cifras “oficiales” por vías no oficiales
y aplicarles algunas correcciones pues la manera de calcular que tienen los entes
gubernamentales de seguridad deja en la sombra datos muy relevantes.
Sorteando todos esos obstáculos, los resultados preeliminares del estudio
que el mencionado Observatorio está culminando, para el año 2008 hablan
de 14.600 asesinatos, lo que sube la tasa de homicidios a 52 (Reyes, 2009).
Una idea de lo que está sucediendo en el presente año, 2009, nos la pueden
dar las cifras recogidas por la prensa en los seis fines de semana que preceden
al momento en que se redacta este trabajo. Son números exclusivos de
Caracas, una ciudad que, según cifras oficiales, tiene 3.205.463 habitantes.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 99
Desde la noche del viernes 13 de febrero hasta la madrugada del lunes
16, teniendo en cuenta que el domingo 15 se celebró el referéndum sobre la
enmienda constitucional que daba al presidente el derecho de presentarse indefinidamente
como candidato a nuevas elecciones, y que, por ende, la ciudad
estuvo, se supone, más vigilada que de ordinario, se produjeron 63 homicidios
(Rodríguez, 2009a), 18 en la sola noche del viernes (Rodríguez, 2009b). En el
fin de semana siguiente, prolongado por celebrarse el carnaval, los muertos
fueron 57 (Murolo, 2009). El mes de febrero termina y el de marzo se inicia con
65 asesinados (Rodríguez, 2009c). En el segundo fin de semana de marzo (del
6 al 8) mueren 20 caraqueños bajo las armas de la delincuencia (La Voz 2009) y
durante el siguiente (13 a 15), otros 37 (El Nacional, 17-3-2009). En los primeros
tres meses del presente año habrían aumentado los homicidios en un 31%
con respecto al mismo trimestre del año anterior (Rodríguez, 2009d).
Pasado y presente de la violencia en Venezuela
No es que en el pasado nuestra Venezuela haya sido un remanso absoluto
de paz interpersonal. La violencia asesina existió siempre como ha existido
en toda sociedad desde que el hombre es hombre. Conocíamos sí la violencia
propia del medio rural, esa que sobreviene al calor de los tragos por explosiones
de furor, por rencillas de honor entre machos ofendidos, por inveteradas
hostilidades entre clanes y familias enfrentadas por el reparto de herencias,
ocupaciones de tierras, movimiento de linderos o herrajes de ganado. Era la
violencia caliente, pasional, orientada a una víctima bien conocida e identificada.
La violencia urbana en cambio nos era poco conocida. Surgía muy de tarde
en tarde como excepción en situaciones inesperadas y sorpresivas.
Cuando desde mediados del siglo veinte Venezuela se transformódemasiado
rápidamente en un país completamente urbanizado, pasando de un ochenta
por ciento de población rural a un ochenta por ciento de población urbana, el proceso
se llevó a cabo sin grandes conflictos sociales o interpersonales.
En el nuevo escenario urbano la primera fue la violencia política, el asesinato
de opositores durante la dictadura de Pérez Jiménez y luego el de funcionarios
de gobierno, humildes policías incluidos, en tiempos de la guerrilla, una
violencia dirigida e instrumental, como la ha llamado Ugalde (Ugalde, 1993: 7),
esto es, utilizada como medio específico para conseguir fines bien definidos.
Era una violencia que se explicaba por sí misma. No planteaba problemas de
comprensión sino sólo de justificación.
En estas tres últimas décadas, en cambio, estamos asistiendo a una violencia
asesina que no parece tener dirección ni instrumentalidad precisa de
modo que, en palabras de Luis Pedro España (1993: 14) “no nace de grupos de
interés o facciones políticas, económicas o culturales que decidan usar la vio-
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lencia para defenderse o dominar a la comunidad. Por el contrario, se trata de
acciones y reacciones desproporcionadas al contexto en que ocurren y carentes
de objetivo específico o que transcienda más allá de alguna necesidad del
agresor directo”, una violencia que, como dice el mismo autor, “se ha vuelto
loca (Id. p.13)” porque “no conoce de normas o de racionalidad que permita
dialogar con ella (Ib. p. 14)”.
Preguntas de fondo
Esta es, entonces, una violencia que ya no plantea problemas de justificación
porque por definición es injustificada pero sí problemas de comprensión.
No basta con decir que es loca. ¿Qué significa esa locura? ¿Es de veras totalmente
irracional en sí misma o dispone de una racionalidad intrínseca, una lógica
interna, que nos permite comprender su nacimiento, su curso y su desembocadura
y pensar por tanto en márgenes, diques, desagües y rectificaciones?
Pero además, ¿por qué lecho discurre este turbio río, por el de la sociedad entera,
por el de sectores de la misma o por sujetos específicos, por uno y otros?
¿Nace de fuentes subterráneas ocultas y contaminantes o cae de súbito como
una tormenta que se forma de su propio movimiento?
Las preguntas surgen de la angustia que nos conmueve ante la percepción
de que ninguno estamos libres de peligro, de que pende sobre nosotros
como una espada su amenaza y su inminencia, mientras vemos, por otra parte,
el desconcierto, la impotencia o quizás la incapacidad, y lo que es peor, la incuria
y el desinterés de las instituciones a quienes compete detenerla, controlarla
y proteger a los ciudadanos inermes.
Vías de respuesta
Tres caminos principales ha tomado el curso de las respuestas que distintos
estudiosos han emprendido: el de la identificación, el de la cantidad y el
de las fuentes.
En el plano de la identificación el conocimiento ha tenido que viajar por
una intrincada selva de variedades, diversificaciones, cualidades, grados, generalizaciones,
particularidades y matices. La violencia se revela así diversa y
múltiple, omnipresente, infiltrada en todos los intersticios de la cotidianidad de
la vida humana e impregnando todas nuestras relaciones. La distinguimos por
tanto en física, psicológica, verbal, no verbal, de género, adulta, contra la infancia,
estructural, social, personal, grave, ligera, intermedia, soportable, insoportable,
justificada, injustificada, defensiva, ofensiva, de lesiones, mortal, homicida,
asesina y muchos etcéteras. Pero, ¿cuál es la que realmente nos angustia
más, la que pone en peligro nuestras vidas y nuestra tranquilidad, aquella
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de la que tenemos con absoluta necesidad que defendernos, la radicalmente
intolerable porque su tolerancia es mortal?
Es cierto que ninguno de los múltiples tipos de violencia es en realidad
ética y humanamente tolerable pero con muchos de ellos la humanidad ha
convivido desde siempre algunos de los cuales ciertas sociedades han logrado
eliminar por lo menos temporalmente o mantener dentro de ciertos límites.
En momentos como estos por los que la sociedad venezolana está hoy
atravesando, es inevitable establecer prioridades. Sin descuidar ninguno de los
tipos de violencia ni ceder ante ellos, y mientras se da batalla en todos los frentes,
la violencia delincuencial asesina, la que borra de la vida a tantos venezolanos
cada día y la que nos amenaza a todos, exige que sobre ella dirijamos el
foco de nuestra atención y nuestro estudio.
Ella, en el ámbito popular de nuestros días, ha sido por eso el objeto de
un estudio detenido en el Centro de Investigaciones Populares y tema de una
amplia publicación y difusión (Moreno et al., 2007).
Esa violencia a través de la mencionada investigación será el asunto central
de este trabajo.
Dentro de la clasificación de las distintas violencias que hace la OMS
(2002) los investigadores hemos centrado nuestro esfuerzo sobre la que hemos
definido como violencia no fortuita, intencionada por tanto, física,
hasta el extremo de producir muerte, y no justificada, esto es no en defensa
propia, por ejemplo, y por ende delictiva.
La hemos denominado violencia delincuencial, términos que también
han usado otros autores (Pérez Perdomo et al., 1999; Romero Salazar, 2002).
La violencia delincuencial en Venezuela ha sido objeto de numerosas investigaciones
e intercambios de ideas entre los científicos sociales, los políticos,
los religiosos y la población en general justamente preocupada por su aumento,
difusión y peligrosidad. El tema de estudios y reflexiones ha girado sobre
todo en torno a los aspectos cuantitativos y estadísticos del fenómeno (Briceño-
León et al., 1997; Briceño-León y Pérez Perdomo, 2000) y a las explicaciones
de tipo psicológico (Vethencourt, 1962; Pedrazzini y Sánchez, 1990,
1992) sociológico (Briceño-León, 1997, 2000; Cisneros y Zubillaga, 1997), antropológico
(Ferrándiz, 2005) criminalístico (Del Olmo, 1997; Santos Alvis,
1997; Ponce, 1994) y también multidisciplinario (Briceño-León, 2001) a partir
de teorías ampliamente consideradas válidas pero generalmente elaboradas
en otras latitudes y no sobre las bases de estudios en torno al modo de ser y
de vivir específicamente venezolanos.
Los estudios cuantitativos han sido muy numerosos. Si las informaciones
oficiales no son muy confiables, como ya he señalado, las deficiencias las suplen
con bastante eficacia no sólo la prensa sino, sobre todo, instituciones uni-
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versitarias y otros organismos que trabajan al margen de la oficialidad, como el
Laboratorio de Ciencias Sociales de la UCV y el Observatorio al que yamehe referido.
En sus numerosas publicaciones (2007, 2009) podemos encontrar
abundante información sobre la evolución numérica del delito asesino en Venezuela
durante la segunda mitad del siglo XX y especialmente de su incidencia
entre nosotros en estos últimos tiempos, sobre las formas que asume, la
edad de víctimas y victimarios, su pertenencia social y todo lo que tiene que ver
con estadísticas del más diverso tipo.
Cuando de bucear en las causas de esta violencia, en sus fuentes –y digo
esta, porque es esta violencia la que nos importa en nuestra situación explicar y
comprender– la atención del estudioso fácilmente se va a explorar por los amplios
campos de la violencia en cuanto tal y por los de las grandes causas generales
que pueden identificarse como productoras de agresión fatal. Se nos habla,
así, de toda nuestra historia, desde la conquista española, como una historia
de violencia, se pasa luego a poner en evidencia la violencia estructural de la
sociedad humana en sus distintas realizaciones históricas, y de la propia de las
situaciones de exclusión, opresión, pobreza e injusticia dominantes en América
Latina y en nuestro país, de la desigual distribución de la riqueza, de la vida
en los barrios carentes de los más necesarios servicios y de las familias supuestamente
infuncionales dominantes en nuestros sectores populares, de los medios
de comunicación social promotores de imágenes y relatos en los que la
sangre y la muerte reinan sin control, del alcohol y las drogas y podemos seguir.
La lista de causas y condiciones que se conectarían con la violencia delincuencial
de nuestros días puede ser casi interminable.
Es cierto que nuestra violencia ha de considerarse multicausada y por
ende ninguna de las causas aducidas la explica por sí sola, pero ¿la explican todas
juntas? Y si la explicaran, ¿podríamos hacer algo eficaz contra un conjunto
tan abigarrado y numeroso de ellas?
Ante todo, y esto hay siempre que recalcarlo porque parece olvidarse con
frecuencia, para ningún fenómeno, acontecimiento o proceso social puede hablarse
de causas, ni una ni muchas, en sentido estricto. Hay que hablar más
bien de circunstancias, condiciones, tendencias, posibilidades o probabilidades
múltiples, diversas, coincidentes, interrelacionadas y a lo sumo regidas, no
determinadas, por una motivación, una integración de experiencias compartidas,
un factor social o un conjunto de ellos excepcionalmente activo, capaz de
marcar una orientación predominante al fenómeno en cuestión.
Es un hecho que a la llamada violencia estructural de la sociedad concreta,
llámese capitalista y explotadora o tenga cualquier otra especificación, están
sometidas todas las personas de esa sociedad pero sólo una mínima parte
de ellas sale a matar gente. Es la conducta de este pequeño porcentaje la que
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hay que explicar. La violencia de las estructuras sociales, para el caso que nos
ocupa, explica demasiado y por tanto no explica nada.
Lo mismo puede decirse de la situación general de los sectores populares
y las condiciones de pobreza y exclusión en las que se considera que viven.
Ellas afectan a todos los venezolanos de esos sectores, pero sólo una mínima
parte de sus componentes se dedica al delito violento extremo. La pobreza y la
exclusión, lo mismo que otras condiciones de la vida popular, no lo explican.
No explican qué sucede para que Héctor Blanco, uno de los sujetos de nuestra
investigación, pueda decir: “cuando tenía quince años, ya tenía seis homicidios”
(Moreno et al., 2007: 314), o en otro momento: “a partir de los catorce
años me empecé a meté en problemas, empecé a dale tiros a la gente” (Idem,
3009) y, en cambio, Ismael, caso contrastante de nuestro estudio (Ibidem,
798-825) abandonado y sin familia desde los tres años, no sólo nunca haya
matado a nadie sino que hoy sea un dedicado educador de “niños de la calle”.
La sociedad en la que ambos han vivido ha sido la misma sociedad opresora,
corrupta, explotadora y violenta estructuralmente y las circunstancias de
exclusión y marginalidad han sido para Javier aun peores que para Héctor.
Es aquí donde la psicología social, unida a la antropología cultural urbana,
a la sociología, a la reflexión filosófica situada en lo concreto y a la comprensión
hermenéutica de la realidad vivida, puede ayudarnos a explicar y sobre
todo comprender.
Aproximaciones metodológicas
La gran mayoría de los esfuerzos por elaborar un conocimiento sobre la
violencia fatal de la que estoy tratando, entre nosotros, han sido hechos desde
el estudio de sus manifestaciones, desde las estructuras de la sociedad y sus
características, desde la descripción de los desarrollos, procesos e incidencias
de esa violencia en cuanto fenómeno social y sobre ello se ha acumulado abundante
información.
A quienes vivimos desde largos años en contacto con muchos de los actores
de esa violencia, que hemos no sólo presenciado sino vivido su evolución
en los ambientes populares que habitamos y que por otra parte hemos dedicado
tiempo y estudio a la comprensión del mundo-de-vida popular venezolano,
se nos han planteado, además, otras preguntas, otras preocupaciones y otros
enfoques.
Se conoce la violencia desde fuera de sus actores, pero ¿cómo es ella
desde dentro de los propios sujetos violentos? Si viviendo en las mismas circunstancias
la gran mayoría de la gente no cae en el delito asesino, ¿qué personas
caen en él? ¿Cómo son? ¿Cómo se relacionan? ¿Cuáles son sus profundos
deseos? ¿Cuál es su proyecto vital?
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Ahora bien ¿dónde buscar este mundo interno si no en toda por lo menos
en el máximo posible de su complejidad?
Y en segundo lugar, una vez encontrado ese dónde ¿cómo abordarlo de
manera que podamos llegar no sólo a una descripción sino a una comprensión
de la dinámica interna, de la lógica, si existe alguna, que rige su desenvolverse
y su estar en el mundo?
En el fondo el objeto de nuestra preocupación ha sido la vida de los sujetos
violentos en toda su integridad. Ahora bien, esa vida está en ellos y no sólo
en el plano individual sino también en el plano del grupo o del tipo de “los violentos
asesinos” y en el del mundo-de-vida popular al que perteneces pues son
los violentos de origen popular los que por ahora nos han interesado.
Si, como dice Franco Ferrarotti (1981), cada persona es la síntesis de lo
social en lo individual, de lo general en lo particular, si además en cada sujeto
están no sólo la sociedad a la que pertenece sino todos los grupos por los que
ha pasado en su vida y en los que ésta discurre, y si por tanto en una persona se
puede conocer toda una sociedad, ese donde que hemos buscado es la vida de
cada uno de los actores. Esa vida, por otra parte, está entera y en plenitud en su
historia. En la historia-de-vida de cualquiera de los violentos asesinos podemos
hallar esa violencia desde dentro y en su concretez vital.
Hemos seleccionado, así, quince historias-de-vida de asesinos de origen
popular de distintos lugares de Venezuela y de distintas edades, con predominio
de los jóvenes, todos varones dado que el 98% de los delincuentes asesinos
son de sexo masculino y el 70% están entre los 16 y los 30 años (Briceño
León et al., 2009: 116-122). El número de historias obedece al deseo de encontrar
variedades y contrastar diversidades.
Las historias-de-vida son, pues, el dónde hemos buscado la violencia asesina
desde su hacerse hasta su presencia en el momento en el momento en que
la historia es narrada por su actor a quien llamamos historiador y no entrevistado
o informador ante un cohistoriador que no entrevistador o investigador.
Cuando luego del procedimiento de análisis, estudio y trabajo de comprensión,
o de la metódica de estudio, se ha tratado, hemos considerado que
comprender es hacer hermenéutica pero no de un texto solamente sino de las
prácticas de una vida. Así como al hacer hermenéutica de un texto nos preguntamos
no tanto por lo explícito de las expresiones sino por aquello que no estando
abiertamente en él, sin ello o fuera de ello el texto no existiría o no sería
el que es sino otro, y así accedemos a los significados implícitos y aún no conscientes
de la cultura y del mundo simbólico en el que texto tiene su positividad
(Moreno, 1998: 11-30), del mismo modo nos preguntamos por los significados
grupales –constitutivos del grupo “delincuentes violentos”– que dan consistencia
a las prácticas de vida que en las historias vienen a ocupar el espacio de las
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 105
expresiones de los textos escritos u orales y sin los cuales esas prácticas no se
hubieran producido o hubieran tenido otro tipo de existencia.
De este modo aplicamos la hermenéutica a la investigación social.
Perfil del delincuente violento popular venezolano
Por estos caminos hemos llegado a poder elaborar una caracterización, o
un perfil, del delincuente violento de origen popular en la Venezuela de hoy,
desde su estructura y su proceso interior de estructuración, a partir de lo cual
poder pensar en maneras y procedimientos de acción, en proyectos factibles
de prevención y de corrección.
Voy a seleccionar, aquellos aspectos de dicho perfil que a los investigadores
nos han parecido más significativos sobre todo porque marcan los centros
de significado y sentido que dan unidad a la vida y conducta de los actores de
esta violencia.
Lo primero es lo que en el proceso de estudio ha sido el final de todo
nuestro trabajo, el concepto, el constructo resultante del largo estudio y que,
una vez elaborado, se nos ha presentado como el núcleo integrador del fenómeno
violencia delincuencial en cada uno de quienes la ejercen.
Las vidas de los delincuentes violentos, si las abordáramos desde la vida
social que vive la gran mayoría de las personas, desde las normas de convivencia
compartidas y que garantizan una existencia humana mínimamente segura
y confortable, nos parecerían absolutamente irracionales.
Si en cambio, como nos hemos esforzado por hacer, las vemos desde
dentro de ellas mismas, si penetramos en el interior de la manera de ubicarse
dichos sujetos como vivientes y nos detenemos a considerar las reglas de producción
de su vivir cotidiano así como el sistema de significados que subyace al
discurrir de su vida en la cotidianidad, hallamos un principio de organización
en unidad de sentido de sus múltiples acciones, experiencias y conductas que
dota al todo de una racionalidad interior, de una lógica intrínseca y conforma
una manera específica de ejercer la vida.
Para dar nombre y contenido conceptual a esta integración en unidad hemos
elaborado el constructo forma-de-vida.
La expresión “forma de vida” existe y se usa mucho y en muy variados
sentidos. Por eso mismo hemos tenido que reelaborarla pues hemos llegado a
ella no desde el puro lenguaje, desde una teoría ni desde la previa idea sino directamente
desde las historias-de-vida de nuestros sujetos, desde sus prácticas
y sus orientaciones vitales. La forma-de-vida violencia delincuencial es,
pues, la estructura que forma e in-forma toda la existencia del violento la cual
constituye, por ende, una totalidad práxica, vivencial, conceptual, incluso se-
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mántica, en cuanto es una manera de dar significado al mundo que él vive, un
modo de existencia, un estilo de vida, un sistema concreto de condiciones de
vida en su momento actual y en su posibilidad futura de ser, una forma de interactuar
con la sociedad, una manera de hacer, el discurrir de su proceso en el
tiempo, esto es, una historia.
Esta forma-de-vida se halla ubicada, antropológicamente, en el mundode-
vida popular venezolano. De él hemos seleccionado los sujetos para nuestro
trabajo pues la finalidad del mismo era precisamente comprender al delincuente
violento popular venezolano desde sus propias claves de interpretación.
El mundo-de-vida popular venezolano está constituido, como ya lo hemos
tratado repetidamente (Moreno, 1997, 1998a, 1998b, 2002, 2008), por un
sistema de significados sostenido sobre unas prácticas comunes a todos los
convivientes del mismo, fundadas a su vez sobre una práctica primera de la que
todas las demás reciben el sentido y que actúa como centro dinámico de organización
que conforma como mundo total la vida de las comunidades populares
venezolanas. Esta práctica primera conformadora del mundo-de-vida, es la
relación convivial de tono matricentrado afectivo.
Los significados que constituyen a la violencia delincuencial en formade-
vida dentro del mundo-de-vida popular se caracterizan por ser maneras
desviadas, transgresoras, distorsionantes, fuera de la norma, extralimitadas,
pero no negadoras de vivir los significados populares. En este sentido, estando
en el mundo-de-vida popular, siendo poseídos por sus códigos, estos sujetos
los distorsionan en su práctica, a la manera como un loco distorsiona su cultura
pero no puede sino ser loco según su cultura.
Lo anormal está sobre todo en la distorsión y la extralimitación de los rasgos
culturales del mundo-de-vida. Así, en la forma-de-vida violencia delincuencial,
la relación convivial como significado central del mundo-de-vida popular,
es distorsionada en cuanto la convivialidad se práctica sólo como instrumento
utilitarista de manipulación para el logro de los fines egocéntricos y no
para la convivencia positiva. Del mismo modo, la característica facilidad con
que el venezolano popular cambia de compromisos, conceptualizada tradicionalmente
como irresponsabilidad, llevada al extremo, fuera de los límites que
la tradición y la convivialidad le imponen, se convierte en absoluta negación de
todo compromiso o absoluta irresponsabilidad.
Esto quiere decir que nuestros delincuentes populares practican una forma-
de-vida violenta delincuencial muy distinta en su estructura de la formade-
vida violenta delincuencial de un delincuente perteneciente a otros mundos-
de-vida.
Lo hemos visto en la historia de todos ellos. Así, para poner un ejemplo,
la forma de agruparse en bandas de delincuentes, no sigue la conformación de
grupos de tareas regidos por una estructuración funcional de los cometidos y
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 107
una estricta jerarquía en la distribución del poder, como es característico de las
bandas clásicas según la literatura convencional sobre el tema, sino la reproducción
de tramas relacionales regidas por la vinculación afectiva propias de la
vida cotidiana popular en las cuales el afecto funciona como solidaridad en la
complicidad para el delito. De esta manera las bandas venezolanas serán mucho
menos estables que las bandas clásicas, más sometidas a los conflictos y a
la violencia interna y regidas por acuerdos temporales, circunstanciales, más
que por proyectos racionalmente planificados, sostenidos en el tiempo y coherentemente
ejecutados.
Muy distinta será, por tanto, la manera en que la sociedad y el Estado, tendrán
que vérselas con una banda tipo “venezolano” de aquella con que otras
sociedades y otros estados se las ven con las de su propio tipo.
El constructo forma-de-vida violencia delincuencial, nos ha permitido,
además de sintetizar orgánicamente la multiplicidad del fenómeno, distinguir
entre aquellos violentos que encajan perfectamente en él y que por lo mismo
están constituidos como personas por esta forma-de-vida, de aquellos que han
desarrollado una historia que circula un tanto o mucho, al margen de ella.
A los primeros los hemos llamado delincuentes violentos estructurales y
a los segundos delincuentes violentos circunstanciales o accidentales.
Las diferencias entre unos y otros son muy importantes siendo la principal
que los estructurales nunca salen de esa forma-de-vida en la que persisten
hasta su muerte generalmente violenta y temprana (Mendoza, 2008),
mientras los segundos se recuperan como personas y se integran antes o
después, sin necesidad de intervención especializada muchas veces, a la normalidad
social.
Afirmación del yo en busca de respeto
“Yo no quería que me estuvieran sometiendo” (Moreno et al., 2007: 311).
Con esta frase Héctor explica y justifica su conducta de delincuente extremadamente
violento y su decisión de empezar a “darle tiros la gente. ¡Paj, paj!”, según
sus propias palabras. El análisis interpretativo de su historia-de-vida nos
muestra que esta decisión de no aceptar nada que pueda entender como
sometimiento, rige como línea maestra, toda su conducta desde los primeros
años hasta el presente.
Héctor es la realización llevada hasta el máximo de este significado central
en todas las historias de nuestros sujetos: afirmar su yo sobre y contra
todos los límites que se le puedan presentar. Cada uno a su manera y según
su personalidad e historia.
El límite son, sobre todo, los demás.
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Frank, por su parte, lo explicita igualmente con estas palabras: “lo quería
matar, pues, porque la mente mía era esa, porque no me dejaba por nadie”
(Id. 547).
¿Qué entienden ellos por sometimiento? Todo lo que signifique algún
tipo de control sea éste familiar, comunitario, social, legal, racional o afectivo.
Ante cualquier intento de control, se yergue, como defensa, el ataque brutal,
extremoso, encaminado a la destrucción de eso que se percibe como limitante
de la expansión del yo. La justificación última e indiscutible de toda conducta
violenta está referida al dominio del yo personal, a la voluntad de poder sobre
cualquier obstáculo, cualquier dificultad, cualquier adversidad. No hay nunca
referencia a la familia, a sus necesidades, a su pobreza, a sus intereses ni a ningún
grupo de cómplices o amigos. En todo caso, familia y grupo serán instrumentos
para la afirmación del yo personal.
Se trata de exaltar el yo en la comunidad y en la sociedad sin limitaciones
lo que implica obtener el “respeto” por el temor y el sometimiento
ineludible de los demás, el reconocimiento de su superioridad e importancia
obtenido por cualquier medio.
El Respeto
Héctor lo expone muy bien: “to empezó porque tambiénmesometían y…
llegó un momento en que me ostiné… yo veía a los malandros que los respetaban,
a todos los respetaban, y a mí esos chamitos me querían estar sometiendo
yme cansé… me compré una pistola… a partir de ahí, me dieron una cachetá
y le di cuatro tiros al chamo, a raíz de eso, empecé a cometer bastantes homicidios
… cuando tenía quince años, ya tenía seis homicidios” (Ib. 311-312).
El respeto no es una condición o una actitud del violento hacia los demás
sino al contrario, la actitud que él está en condiciones de imponer a los otros
para con él por temor y sometimiento ineludible con lo que reconocen su superioridad
e importancia indiscutidas. El respeto se obtiene por la imposición y
exhibición de poder. Así, en un segundo momento, respeto y poder se integran
en una unidad.
“Tenía el poder”, dice Alfredo (Ib. 47). Tener poder es estar arriba, por
encima de todos. Ellos dominan y en esto consiste su tener poder, pero al
mismo tiempo están dominados por él pues no pueden sino buscarlo, procurarlo
y mantenerlo ejerciéndolo.
El poder tiene consecuencias: que la persona se destaca, que es reconocida,
que es importante, pero sobre todo, que no tiene nadie por encima de sí.
No hay, en sus vidas, un discurso sobre el poder, apenas algunas expresiones,
pero sí la práctica permanente. No ejercer el poder como práctica es estar
en peligro de muerte, especialmente en la cárcel.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 109
El poder no se sostiene sobre una finalidad o un propósito, aunque tenga
como consecuencia la obtención de objetivos y logros, sino por él mismo, por
la afirmación y expansión del yo en la que consiste. En este sentido, poder
y arbitrio se identifican. Cuando se tiene poder, se “está bien”. El grupo de
Alfredo tiene poder en la cárcel y, por ende, ellos están bien. No se identifica necesariamente
con la violencia aunque consiste también en la capacidad práctica
de ejercerla, sino con las condiciones de posibilidad de “estar bien”, de vivir
mejor, por el momento –nunca hay preocupación por el futuro–, de tener acceso
a bienes a los cuales no se tiene acceso sin él. Bienes materiales pero también
bienes de otro tipo: moverse con seguridad, que no se metan con él, que
lo respeten, que lo admiren y reconozcan.
Es un poder de relación, relación instrumental en la que los otros son
instrumentalizados, una manera distorsionada de la vivencia y la práctica
de la convivialidad relacional popular venezolana.
En todo esto consiste el respeto que viene ser el objetivo próximo y central
de su orientación en la vida de violencia delincuencial.
Es interesante señalar que por distintos caminos y de manera independiente
Verónica Zubillaga (2001) coincide sustancialmente con nosotros en
identificar la demanda y búsqueda de respeto en los jóvenes violentos, que son
su población en estudio, como esencial en la construcción de la identidad de
ese tipo de adolescente.
“En el plano del significado, el respeto constituye un valor ideal que
orienta la acción de estos jóvenes. En el plano de su traducción en las interacciones
el respeto constituye un clamor personal de reconocimiento y de ascendencia
que se supone adherido a la persona, concretamente a la identidad
masculina” (Idem, 582-583).
Pero se trata de una demanda de reconocimiento y ascendencia que se
impone: “Los jóvenes exigen respeto pero no lo conceden. El respeto deja de
representar la capacidad intersubjetiva de reconocimiento para constituir demanda
pura de un sujeto que se impone (Ibidem).
Todo esto está relacionado con una constante en todos ellos desde la infancia:
la rebelión a la autoridad practicada de muchas maneras, unas muy
abiertas contra la autoridad familiar y escolar, otras más encubiertas aprovechando
toda posibilidad de eludirla.
Si en la infancia es una forma conflictiva de relacionarse con ella, en la
adolescencia ya es claramente el rechazo y el ubicarse completamente al margen,
proceso que se completa en la adultez con la inmersión plena en la violencia
delincuencial. Sin embargo, la autoridad estará siempre presente en sus vidas
como instancia exclusivamente represiva tanto fuera como dentro de la
cárcel.
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La experiencia primera de la que provienen es una en que la autoridad
propiamente dicha –capacidad de guía firme y afectuosa al mismo tiempo–
ha sido sustituida por el poder y el poder en cuanto arbitrariedad real
–capricho materno o paterno o de ambos; exigencia impositiva por reacción
emocional y no por cálculo racional– o percibida así por ellos en los primeros
años. José no se queja del trato que le da su tío pero “vivía esclavizao” (Moreno
et al., 2007:176).
Pasan luego a un mundo, el de la calle y el del grupo de delincuentes, en
el que no hay autoridad sino puro poder. El poder ahí, como ejercicio de
la imposición de voluntad, se va convirtiendo en deseo primero y acceso a la
práctica después, esto es, en ejercicio abusivo y violento que da capacidad para
superar todo control y límite –el control y el límite son los otros– y que produce,
como consecuencia, en ellos, la capacidad concreta de sobrevivir sobre
la base de la dominación y destrucción, del pillaje, la rapiña, el asesinato, etc.
En su vida posterior la autoridad desaparece. No respetarán nunca más a
nadie. Tendrán que someterse al poder cuando no tengan más remedio. Ni los
agentes de policía, ni los jueces, ni los guardias de ningún tipo, ni la familia, ni
los mismos delincuentes más fuertes, serán nunca autoridad sino sólo instancias
de poder a las que se tienen que someter.
En los más jóvenes esto se exacerba hasta el paroxismo. Héctor no sólo
se rebela expresa y violentamente sino que la rebeldía viene ser parte estructural
de su manera de estar en el mundo.
La vía
La forma-de-vida violencia delincuencial para los violentos que hemos definido
como estructurales, se convierte y es percibida subjetivamente por ellos
como un destino del cual ya no se pueden librar y de hecho funciona como tal.
Esta percepción ellos la expresan con un término lleno de significado: la vía.
En el ámbito de absoluta arbitrariedad egocentrada en el que discurre su
vida, el violento, en aparente paradoja, se siente juguete del destino, esto es,
de una fuerza anónima y externa que lo domina y que rige su existencia. Esto le
sirve al mismo tiempo de excusa y alibi para sus crímenes. El destino los libra
de toda responsabilidad no tanto ante sí mismos, pues en ellos el crimen acaba
por no producir ningún sentimiento de culpa siendo más bien una hazaña de la
que sienten orgullosos, sino ante los demás.
Lo que se nos presenta como total libertad, como absoluta gana ejercida,
en cuanto realización de la más espontánea arbitrariedad, sin control ni límites
impuestos, paradógicamente conforma una línea de acción en la vida, muy rígida
en sí misma, de la que el sujeto siente que no se puede salir, a la que se
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percibe indisolublemente ligado. La extrema libertad como inevitable esclavitud.
En esto consiste la vía.
Así, vía y destino se identifican. La vía, en efecto, es fatal o, más bien, en ella
hay fatalidad. No es lo que uno hace sino lo que le sucede. Una vez en la vía, la vida
ya no depende de su actor, depende de la vía misma. De la vía no se sale nunca si
uno se ha entregado a ella. Todos los delincuentes de nuestro estudio en algún
momento de su vida, tanto en la infancia como luego, han tenido la oportunidad
de corregir ssu rumbo y salirse de la “vía”, pero no la han aprovechado.
¿Cómo se origina esta forma-de-vida?
Su origen no está en la pobreza ni en el hambre ni en las condiciones de
marginalidad social.
Muchos de los contenidos y significados de las historias-de-vida de venezolanos
populares, así como la experiencia de convivencia en ambientes de barrio,
nos hablan de una historia de hambre, de larga data, en Venezuela.
Sin embargo, no tenemos historias, como en la Europa medieval, de masas
famélicas recorriendo el país y arrasando con todo lo que encuentran a su
paso. No tenemos noticias de que el hambre y la pobreza hayan sido fuente de
robos generalizados, de insurgencias populares. Estas las hemos tenido pero
por otros motivos y no de origen estrictamente popular. Tenemos historias de
saqueos, pero tampoco pueden atribuirse al hambre o a la pura pobreza. En
esos hechos han sido determinantes otros factores.
Sin embargo, la violencia delincuencial de nuestros días, fácilmente es
atribuida por la opinión pública a las situaciones de pobreza. En esto no coinciden
hoy todos los investigadores muchos de los cuales no consideran a la pobreza
como el factor determinante. Luis Pedro España (2005) indicaba en una
conferencia en la Universidad de Carabobo: “Apuntaré algunas cosas acerca de
cuál es la relación entre pobreza y los problemas delincuenciales, desviación
social y criminalidad y les adelanto de una buena vez que probablemente sea
para desmitificar en algo esa relación, que a veces el conocimiento común asocia
mecánicamente”. El ambiente de pobreza en el que se vive desde el nacimiento
ofrece, sin embargo, el caldo de cultivo para que quienes por otros factores,
como los que aquí se nos desvelan, ya están en disposición personal y
social –grupal, comunitaria– de emprender una vida de violencia delincuencial,
se encaminen por ella. La pobreza de origen cierra la posibilidad de acceder
por medios lícitos a la adquisición de unos bienes suntuarios, no de primera
necesidad, que además de ofrecer el disfrute de determinados placeres, son
signos de status y éxito en la afirmación del yo promovidos como tales tanto
por la publicidad insistente como por el efecto demostración. “Ya la vaina era
robá y vestise bien; tené mujeres. Y sé el papa como queriendo… tenelas to-
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das”. Lo dice Alfredo (Moreno et al., 2007:40). A quien está impulsado a obtenerlos
como motivación dominante en su orientación conductual, no le queda
sino la vía del delito. Esto se deduce claramente de nuestro estudio con lo que
se confirma lo ya sostenido por Briceño León y otros (2001).
En nuestro estudio, sólo en un caso, el de Juan Antonio, la pobreza, eso sí
extrema, casi absoluta, aparece, junto con otros, como factor determinante en
su inducción desde niño a la delincuencia.
En el resto de nuestros sujetos, nunca el hambre o la búsqueda de satisfacer
necesidades básicas, están en la base de su historia de delito y violencia.
Lo señalamos en el análisis de cada una de las historias-de-vida.
El factor determinante
Otros son los factores. Uno, poco enfatizado y sospechado, es el tormento,
los sufrimientos padecidos en las primeras etapas de la vida,
esto es, la violencia recibida que se transforma luego en violencia administrada
hacia los demás.
La violencia padecida no es necesariamente en forma de crueldad y maltrato
físico o de golpes fuertes y abundantes. Sólo Juan Antonio es una excepción,
terrible, en esto. La violencia que desde niños padecen nuestros sujetos
toma la forma del abandono con múltiples variaciones: ausencia de padre o
madre o ambos, descuido, desatención, rechazo. Alfredo dice: “me fueron
como negreando” (Moreno et al., 2007: 40).
Con excepción de uno de ellos, el ya citado Juan Antonio, en cuya infancia
la violencia intrafamiliar ha sido verdaderamente brutal e inhumana, no encontramos
en nuestro estudio familias en cuyo seno se haya ejercido una violencia
mayor que en cualquiera de las familias comunes de los sectores populares. Sí
hemos encontrado, en cambio, familias delincuentes, familias abandonantes,
familias descuidadas, familias de vínculos internos débiles, familias con poca
solidez afectiva. Es el abandono, el abandono no suplido por nadie, especialmente
el de la madre, cuando ésta falla en la función culturalmente establecida,
en el afecto, en la atención, en su significatividad vital para la vivencia del
hijo, el factor más influyente, una de las claves principales para comprender la
formación de la personalidad del delincuente violento.
La constante en las vidas de nuestros sujetos es que sus historias pueden
definirse como historias de ausencias, de ciertas ausencias que son
claves: ausencia de familia sólida, de madre significativa, de afecto positivo, de
relaciones vinculantes, de atención, de presencias significativas. Esto conforma
un trasfondo de dolor inscrito en la raíces de la persona, dolor que pocas
veces y sólo fugaz y superficialmente pasa a la conciencia, un trasfondo de violencia
padecida, que sustenta su disposición a la violencia actuada.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 113
De aquí proviene, por tanto, la necesidad exacerbada de reconocimiento
extremo que se expresa en la necesidad de respeto, ya descrito, poder y presencia
dominante.
Por esto es característico en ellos el impulso irresistible de lograr la satisfacción
del deseo de poseer lo que los “papas”, los “burgueses”, los “ricos”,
poseen y, sobre todo, de lo que disfrutan, en cuanto poseerlo y disfrutarlo
es adquirir relevancia, reconocimiento, importancia, protagonismo, afirmación y
expansión del yo. José lo dice para explicar su salida de la familia hacia el mundo
del delito: “pero, como yo era inquieto, me ha gustao siempre, me ha gustao lo
bueno, llegué, me fastidié de eso (el trabajo), y…” (Moreno et al., 2007: 179).
Todos ellos, con la excepción señalada, lo primero que dicen es que querían
“vestir bien”. No es que estén desnudos como pordioseros y no tengan con
qué vestirse, es que desean ostentar y disfrutar el lujo.
El vestirse bien es un anhelo presente en todos los varones jóvenes, y los
no tan jóvenes, de nuestros sectores populares. En el delincuente, esto se extralimita.
Vestirse bien no es solamente andar limpio, acomodado, sino, además,
andar vistoso y hasta lujoso. Vestirse bien no es andar elegante, en el sentido
estético del término, sino llevar vestidos caros y de calidad reconocida por
su marca. Quizás se trate de otra estética, una más centrada en la apariencia
que en la armonía de las formas. Vestirse abigarrado más que elegante.
¿Qué objetivo persigue la obsesión por la ropa de marca y vistosa? Los
psicólogos sociales dirían que con eso se busca afiliación, esto es, ser aceptado
y acogido. En el venezolano normal, el objetivo es caer bien, gustar a los demás,
ser apreciado, destacarse de la gente cualquiera, producir atracción sexual,
ser recibido en todas partes, esto es, la afiliación si es entendida como relación
interpersonal gozosa.
En el delincuente todo eso se exaspera y se transforma en exhibirse con
una importancia superior a toda competencia, en un mostrar un éxito en la vida
superior a cualquier otro. Lo que ordinariamente puede ser un instrumento de
aceptación social, para él viene a ser un medio de dominación, de imposición,
de obligado sometimiento, de poder lo más subyugante posible. Esto en relación
con los otros delincuentes a los que intenta mantener fuera de competencia.
Ante la sociedad en general es, además, una imposición de su presencia
exitosa. Ella no lo acepta pero tiene que reconocer que él es capaz de triunfar
dentro de sus mismos parámetros de éxito, aunque sea por otros medios.
La violencia delincuencial en el tiempo
Las historias-de-vida de nuestros sujetos nos delinean una sucesión de
las distintas maneras en que la forma-de-vida de violencia delincuencial se ha
ido presentando a través de los últimos cincuenta o sesenta años.
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En los barrios se suele hablar del “malandro viejo” como distinto del “malandro
nuevo”. Esto corresponde, según nuestras historias-de-vida, a la experiencia
de las comunidades populares en su bregar con los “malandros”.
En nuestro estudio, podemos distinguir tres momentos en la evolución de
la violencia delincuencial de cada uno de los cuales tenemos representantes:
forma antigua; personificada en José
forma media; personificada en Alfredo
forma nueva o actual; personificada en Héctor.
Entre la “forma antigua” y la “forma nueva” las diferencias son muy claras
y se pueden identificar. En la “forma media” los límites son más difusos: quedan
restos de la antigua y signos de la nueva que se mezclan.
Veamos esto concretado en algunos aspectos:
En la “forma antigua” el asesinato no es presentado como una hazaña,
una acción valiosa y propia de quien es valiente o frío o despiadado y que con
eso se afirma. El significado verdadero, el que aparece al análisis de la narración
y de la postura a lo largo de toda la historia, es en realidad ése, pero no se
presenta en el discurso narrativo como tal, como una gloria del actor. Se lo narra
como una “necesidad” producida por las circunstancias, como algo inevitable
si el ejecutor quería salvarse de lo peor, como la necesaria eliminación
de un serio peligro. El énfasis hazañoso está no en el asesinato mismo
sino en la “manera” de ejecutarlo, esto es, en la habilidad con la que se
hace, en la inteligencia con la que se planifica, en la astucia con la que se es capaz
de descubrir los puntos débiles del otro, en la firmeza de la decisión en el
momento preciso, etc.
En la “forma media” no es ciertamente un acto glorioso pero tampoco es
encubierto como producto de lo inevitable. Se confiesa sin ningún pudor la
voluntad de hacerlo y se narra con indiferencia, sin lamentarlo ni sentirse
culpable. Ante el asesinato se descubre una actitud más bien de ligereza
e indiferencia.
En la “forma nueva”, el asesinato es una hazaña gloriosa por el asesinato
mismo. El énfasis está en la capacidad de asesinar y asesinar mucho. El
número de asesinatos con relación al tiempo es muy importante. Cuantos más
muertos tenga encima y más joven sea el sujeto, más digno de admiración y
más valioso es. Eso equipara a los más jóvenes con los más “cartelúos” e, incluso,
puede ponerlos por encima. Para los “nuevos” el asesinato es un logro
y de él se glorían. La violencia asesina es en éstos descarada, totalmente fría,
inmotivada o con motivaciones absolutamente banales, casi mecánica, producto
de un dispositivo que actúa automáticamente.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 115
En Héctor, la muerte del otro es una decisión simple. No necesita
explicación, justificación, razones; se ejecuta y ya está. Es ejercicio puro
de poder sobre la vida y la muerte. Mata “gente”, como dice, por matar gente.
En la “forma antigua” estaban delimitados los campos de acción de
modo que ninguno se sobreponía a otro ni se confundía con él. El ámbito del
robo y el del atraco no eran los ámbitos del asesinato o de la herida grave.
En la “forma nueva” el robo, el atraco y el asesinato se sobreponen o van
juntos: te robo y te mato o, si tienes suerte, te hiero, por ejemplo, en los pies.
Un cambio radical y temible para todos. La violencia se ha vuelto más
sangrienta, más agresiva, más implacable. Los “nuevos” no tienen ya ningún
control, ningún límite, ninguna emoción.
El delincuente “antiguo” cuidaba mucho las apariencias en el seno de su
comunidad, aunque todos sabían su condición. El “medio” sólo las cuida entre
sus compinches, colegas, o los miembros de su grupo, en el que un asesinato
no significa gran cosa. El “nuevo” no las cuida en absoluto porque no le importa
la comunidad y cada asesinato es un blasón en el grupo.
Todo esto depende mucho del control social. No estamos hablando del
control policial o gubernamental, sino del control de la sociedad y la comunidad.
Este control no sólo ha disminuido a lo largo del tiempo, desde los años
cincuenta hasta hoy, sino que en la actualidad o ha desaparecido o se ha vuelto
completamente ineficaz y deleznable.
Los “antiguos” estaban sometidos a un control social bastante fuerte y
eficaz. Por control social entendemos ahora la opinión de la gente, la manera
de tratar de la gente, las condiciones no expresadas pero presentes en las prácticas
relacionales para no delatar, no negar el trato…etc.
La comunidad sabía que tal sujeto era un delincuente y conocía todas sus
fechorías, pero, si cumplía ciertas condiciones, si, por ejemplo, no se gloriaba
de sus delitos, no los ejecutaba en la comunidad, no escandalizaba a los niños,
si protegía a la comunidad contra delincuentes externos, etc., o sea, si observaba
ciertas normas y salvaba ciertas apariencias, lo aceptaba e incluso lo protegía.
Si no cumplía las reglas, si no estaba bien con la comunidad, ésta poseía
mecanismos para castigarlo eficazmente, ya fuera mediante la policía, ya fuera
mediante los mismos vecinos. Por otra parte, persistían en ellos restos de una
larga y tradicional cultura del respeto a los propios vecinos.
Por distintos motivos tales como el aumento numérico de los delincuentes
en una comunidad, las nuevas armas mucho más difundidas y mucho más
dañinas, la juventud del delincuente actual irreflexivo e instintivo, la total pérdida
de todo rastro de respeto humano y la absoluta inutilidad de todas las policías
para controlar el delito y lo peligroso que es recurrir a ellas, el control social
ha desaparecido como fuerza real y operante.
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El “antiguo” tenía cierta necesidad de ser aceptado; eso estaba en las entrañas
de su formación infantil tanto en la familia como en el vecindario. Al
“nuevo” no le importa en absoluto si es aceptado o no. La aceptación está
sustituida por su capacidad brutal y directa de imponerse, de ejercer el poder
total sobre cualquiera, la pura “gana”. El poder como instinto de muerte en
estado puro. Si para los “antiguos” el otro contaba por lo menos algo, para éstos,
el otro está completamente anulado. Sólo se preocupan de sí mismos. Son
asesinos integrales.
Ante esta nueva realidad a la comunidad, sin verdadera y eficaz protección
policial, no le queda sino la vía terrible del linchamiento. En tiempos de los
“antiguos” no se daban los linchamientos o eran muy raros y se producían sólo
en momentos críticos, hoy son más frecuentes de lo se dice, se cree y se sabe.
Podría pensarse que estas terribles novedades son producto de la difusión
de las drogas entre los más jóvenes. Es posible que la droga tenga influencia
pero tanto los “antiguos” como los “medios” también se drogaban y el asesinato
no había llegado a estos extremos.
El “antiguo” se mueve de comunidad en comunidad. Sale de la comunidad
familiar y entra en la de los jóvenes coetáneos, la pandilla, o algo mayores,
para pasar, cuando cae en la vida del delito plenamente, a un grupo de delincuentes
que forman comunidad e incluso, lo típico, viven en una misma casa de
vecindad y delinquen en grupo con cierta continuidad; por lo menos, mientras
no los desarticula la policía.
El “mediano” se integra a un grupo de la calle y vive de manera trashumante.
Se junta con otros para formar transitoriamente un grupo de tarea que
se disuelve una vez terminada ésta. Es más libre, menos atado a compromisos
pero delinque en grupo.
El “nuevo” no convive. Puede juntarse circunstancialmente en parejas o
tríos, y poco más, pero fundamentalmente actúa por su cuenta aunque tenga
“panas”, especialmente cuando asesina. El “nuevo” es sobre todo, un solitario.
El “antiguo” se cuida de la policía; tiene que cuidarse de ella tanto cuando
está sólo como cuando actúa en grupo. La imagen que se nos da de la policía
no es la de un cuerpo que no persigue realmente al delincuente y entra en connivencia
con él.
El “medio” negocia con la policía. Ya la policía es un cuerpo que se distingue
de la banda delincuente por las formas y los procedimientos pero que
comparte los mismos delitos y no persigue al delincuente para resguardar la
seguridad de los ciudadanos sino por otras motivaciones.
El “nuevo” huye de la policía porque ni siquiera puede llegar a acuerdos
en delitos con ella. A veces, incluso, la enfrenta. Es su competencia.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 117
Así llega a producirse lo que podríamos llamar el proceso de autonomización
de la violencia delincuencial. Con esto quiero decir que la delincuencia,
en tiempos de los “antiguos” no era autónoma de la sociedad, de la comunidad
barrial, de la policía, de la opinión de los ciudadanos. Eso no impedía que el delincuente
delinquiera pero para poder hacerlo tenía que observar ciertas formas,
resguardarse, hacerlo en ciertos espacios y no en otros, en ciertos tiempos
y no en otros, etc. Cuando para delinquir tenía que conservar ciertas maneras,
estaba sometido a un determinado control. Era un cuerpo enfermo, peligroso,
dañino, todo lo que se quiera, de la sociedad pero le pertenecía como le
pertenecen los leprosos, los locos, los retrasados mentales. Para él, la sociedad
había elaborado sus mecanismos de control, de aislamiento, de reclusión e incluso
de reintegración. En esos espacios se desenvolvía la vida del delincuente
cuidándose, acomodándose, aprovechando las fisuras y deficiencias, eludiendo
o manipulando los controles, etc. De todos modos, no tenía manera de autonomizarse
totalmente de ellos.
En estos momentos, en cambio, los “nuevos” se han autonomizado por
completo. Ninguno de esos dispositivos ejerce presión alguna sobre ellos. Pero
además, se trata de una autonomía de todo rastro de los valores de la cultura,
de todos los significados del mundo-de-vida popular, de todo lo que se ha conceptualizado
como “humano” en la tradición y de lo que en el “antiguo” siempre
quedaban huellas. Esta autonomía del “nuevo” es además, un total desarraigo.
No se sostiene sobre nada, ni sobre la familia, ni sobre la madre, ni sobre
el amigo, ni sobre la tierra, ni sobre la naturaleza, ni sobre la dignidad, ni
sobre la humanidad, sólo sobre su propio mecanismo de acción.
Cómo se forma un delincuente violento estructural
“Antiguos”, “medios” y “nuevos” siguen una misma trayectoria.
Empiezan por tener desde la infancia una relación débil con las figuras
centrales de la familia, especialmente la madre y, por ende, con el centro
afectivo de la familia. Esto puede definirse como deficit de pertenencia. No
se perciben como pertenecientes de lleno a su familia.
Simultáneamente, a lo largo de toda su infancia, muestran una conducta
desadaptada y conflictiva tanto dentro de la familia, como en el vecindario y en
la escuela.
Su mala conducta escolar es causa de su exclusión de los centros educativos
en los que de todos modos pasan cortos períodos. De todos los centros
los expulsan, hasta que abandonan muy temprano los estudios. Alfredo a los
once años no ha terminado segundo grado. “Me pusieron también en un colegio;
me botaron a la semana, porque me disparé de un guapo ahí, le di dos palos.
Me botaron”, nos dice José (Moreno et al., 170).
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En el vecindario son percibidos como problemáticos: son autores de pequeños
robos progresivamente más importantes, “martillean” a los convecinos,
causan destrozos, etc.
Muy temprano se empiezan a desligar de la familia. Esto tiene distintas
manifestaciones: unos pasan de la familia de origen a la familia de algún
pariente, como la abuela, algún tío, de la que también se desligan pronto ya sea
para regresar transitoriamente a la de origen, ya sea para pasar a la calle; otros,
en cambio pasan de la familia a la calle directamente.
El alejamiento de la familia es progresivo. Primero, es de la familia a la calle
dentro de la misma comunidad del barrio de modo que pasan unos días en la calle,
regresan a la familia, vuelven a salir a la calle y así por un tiempo. Estar en la
calle tiene sus pasos. Al principio es pasar en la calle la mayor parte del día, pero
regresar a dormir en la familia; luego, es pasar noches también en la calle, durmiendo
generalmente en algún vehículo dañado o abandonado, pero sin desligarse
por completo de la casa. En esta etapa la calle predomina sobre la casa.
El siguiente paso es ya durar largo tiempo fuera y lejos de la familia
integrado a alguna pandilla de coetáneos en cuyas casas cohabitan un tiempo
o circunstancialmente.
Finalmente, viene el desprendimiento total de la familia ya sea permaneciendo
en la comunidad, ya sea abandonándola también para entrar de
lleno en algún grupo de delincuentes integrándose a un grupo establecido de
antemano o agrupándose con otros que están en sus mismas condiciones y viven
del robo.
Desde este momento, ya están de lleno incorporados a la formade-
vida delincuencial y está marcado el desenvolverse de su historia en ella.
El primer homicidio marca un paso decisivo. Parece que la primera experiencia
de asesinar rompe barreras y abre todas las posibilidades para futuros
homicidios. Diríamos con Bandura (1987: 415ss.) que se despierta la percepción
de autoeficacia y se facilita la ejecución de la conducta criminal Se superan
todos los controles, todos los límites morales.
Los delincuentes violentos no estructurales
o circunstanciales
Tenemos, sin embargo, aquellos que en un determinado momento de la
vida se recuperan de la delincuencia, la abandonan y se reincorporan a la vida
normal dentro de la sociedad popular. ¿Cuáles son sus rasgos distintivos?
Ante todo, pasan la infancia protegidos dentro de la casa. En ella hay
una madre que de alguna manera cumple como tal. Tienen mamá y casa;
sentido de pertenencia. Han tenido la experiencia de pertenecer a una famiviolencia
asesina en venezuela alejandro moreno 119
lia y a un hogar. No sólo tener familia sino pertenecer. Han vivido un vínculo
fuerte, no sólo con la madre sino también con hermanos. Hablan de los hermanos
en plan de hermanos, no en plan de cómplices o de copartícipes en su sentido
de víctimas como Juan Antonio.
Encontramos en ellos un sentido religioso, popular, pero con un concepto
de Dios no como cómplice o complaciente sino como ayuda que no sustituye
la responsabilidad de quien comete la acción. Una creencia en Dios que
pudiéramos calificar de “adecuada” desde el punto de vista de la doctrina católica.
No es un Dios alcahuete, que transige con el delito, como encontramos en
otros, ni un Dios mago, al que atribuirle toda salvación material, sino un Dios
que ayuda pero que exige la libertad, la responsabilidad, la decisión y el esfuerzo
de quien confía en El.
Se desvinculan de la casa y de la madre en la adolescencia, no desde
antes como sucede en los otros, pero lo evalúan negativamente y con sentimiento
de culpa. Lo expresan con los términos populares de quien se acusa:
“no le hacía caso”, “me desaté”. La manera de expresar el distanciamiento en
los otros sujetos está en términos de indiferencia, incluso de logro, o por lo menos
no en términos de culpa y arrepentimiento aunque de palabra esto puede
aparecer para producir impresión en quien escucha.
Se desvinculan de la familia y la madre, pero ellas permanecen como de
fondo. Hay un presencia de la madre aunque esté ausente, una presencia
en experiencia vivida y seguridad de encuentro para cuando se quiera regresar
a ella.
Hay además en estas historias un padre que no es rechazante ni de
influencia negativa, aunque siempre sea de significación secundaria con respecto
a la madre, más o menos tangencial. Se trata de un padre típico de familia
matricentrada1. Sin embargo, el padre intenta ocupar un espacio de guía,
responsabilidad, protección y disciplina en la vida del hijo, aunque esté separado
de la familia y haya constituido otra e incluso viva distante.
En la escuela se mantienen durante los primeros años, hasta la
adolescencia. Terminan la primaria y hasta completan algunos cursos de secundaria.
Abandonan los estudios cuando en la adolescencia se desvían hacia
conductas delictivas. La educación tiene en ellos mucha importancia como sig-
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1 Al respecto pueden consultarse los distintos textos de Moreno, A. sobre la familia
venezolana tales como: La familia popular venezolana, El aro y la trama,
Historia-de-vida de Felicia Valera, Buscando padre y la revista del CIP
Heterotopía. Ver en Referencias Bibliográficas.
nificado. La recuerdan, la valoran e intentan reintegrarse al estudio, años después,
o por lo menos lo consideran aunque decidan que ya no es el caso.
La educación temprana queda en ellos como un trasfondo de guía
moral que resurge en el momento de la reflexión y la madurez.
En los otros, en cambio, se tiene la impresión de que todo intento educativo
llega tarde y resulta ineficiente. En algunos momentos de su vida hay intentos
de influir sobre ellos con consejos, con castigos al principio, con la idea de enseñarles
un oficio, con esfuerzos por someterlos a un trabajo, a una disciplina. Estos
remedios llegan cuando ya la orientación a la forma-de-vida delincuencial
está definida y no surten efecto. Todos, sin embargo, han tenido algún contacto
con la escuela, con alguna institución educativa, con algún amigo de familia o
con alguna influencia en el medio familiar de tipo regenerativo, pero lo importante
es que nada de eso ha sido significativo para ellos. No ha significado.
La delincuencia no los define; parece más bien un accidente, aunque
sea continuado, en sus vidas. Ni Alberto (Moreno et al., 2007: 712-752) ni
Nelson (Idem, 753-796) se viven como delincuentes, como violentos, cosa que
es evidente en todos los demás aunque no lo expresen en estos términos. Ellos
no pertenecen a la delincuencia ni la delincuencia pertenece a sus vidas; pasan
por ella como se pasa por malos sucesos en la vida, pero no se quedan.
Por eso son recuperables. Donde hay familia, donde hay madre, y luego esposa,
la inserción en la vida delictiva es pasajera aunque dure un tiempo.
No forman parte del acto delincuencial; siempre lo describen como desde
fuera, porque en realidad, ellos están como al margen del delito, no dentro.
La forma de su narración, dice su posición de fondo. Es una narración hecha
desde fuera; se ubican siempre en una posición externa respecto al acto
delictivo. Ellos no forman parte de esa forma-de-vida. Se meten en esa formade-
vida, se inmiscuyen, se introducen momentáneamente, un momento que
puede durar un tiempo más o menos largo, pero, si lo estudiamos en el conjunto
de toda su historia-de-vida, entran y salen, no son unos “pertenecientes”
como los otros.
En ellos nunca el delito ha sido sólo por el deseo de tener las cosas de los
ricos, como en la mayoría de nuestros casos, sino que ha obedecido también a
otras cosas: el grupo, la diversión, pero dentro de ciertos límites, la necesidad
de defenderse, etc
Algo importante que los distingue de los demás miembros del grupo en
estudio, es que se echan la culpa de sus desviaciones a sí mismos mientras
los otros siempre encuentran un culpable. Asumen, pues, responsabilidad
por sus actos.
Por otra parte, su lenguaje es un lenguaje relacional y en esto se distinguen
también de los otros quienes usan un lenguaje centrado en su yo. Aquí
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 121
la expresión está centrada en la relación interpersonal como forma de vivir. Su
historia es una relación presente que se narra. Se trata de sujetos impregnados
del sentido del mundo-de-vida popular venezolano.
No se cierran en la referencia a su yo sino que ponen en primer plano a la
familia, los sufrimientos de los demás, los familiares. Este descentramiento
es muy significativo porque no lo encontramos en los otros delincuentes.
Tienen una manera distinta de ver a los atracados. Las víctimas no son
unos “güevones” cualesquiera, unos bichos, unos tal y cual, unos “chigüires”,
unos “venaos”, como vemos en los demás delincuentes; para ellos son seres
humanos que hasta tienen derecho a tener y no debieran ser atracados. Son
capaces de situarse en la posición del otro.
La relación con la familia tiene para ellos una importancia especial: es
con sus miembros con los que se identifican, a los que se sienten pertenecer.
Este enganche con el mundo bueno exterior, que les permite vivir en el mundo
malo del delito y de la cárcel como quien a ellos no pertenece, es lo que les abre
la posibilidad de regeneración y les libra de sumergirse de lleno en el mundo
del delito. Este enganche les preserva una isla de salud en su interior.
No sólo empiezan a trabajar sino que aprenden a trabajar en serio y se
sienten contentos de sí mismos por ello. La satisfacción en el trabajo es
buena señal de que éste puede ser su proyecto de vida futura. A partir de
esta experiencia satisfactoria, empieza el cambio en serio.
Su familia, para ellos, tiene fuerza; es más fuerte que el ambiente. Esto es
importante porque lo que vemos en casi todos los demás es que la familia es
más débil, de hecho, en significado y en vivencia, que el ambiente de compinches,
de “panas” que los rodean.
En ellos reviven los significados del mundo-de-vida popular que estuvieron
opacados un tiempo y dominados por los de la forma-de-vida delincuencial.
Nunca se presentan como protagonistas de hazañas ni de grupos
ni de historias. En esto se distinguen plenamente de los demás sujetos de
este estudio. Ni protagonistas ni centrados en sí mismos sino como incluidos
en la corriente de la vida.
Para los que se regeneran, en el momento en que llegan a una edad ya
adulta, se presenta en sus vidas un factor clave que no aparece en las vidas
de los otros: una mujer con la que establecen una determinada relación
de pareja estable. En la vida de los otros, las mujeres no desempeñan ningún
papel importante, no significan más allá de satisfacer unos deseos o necesidades
y de ser madres de algún hijo con el que no tienen ninguna relación de verdad.
No influyen para nada en sus vidas.
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La vida de nuestros dos sujetos “regenerados” coincide en esto, según la
experiencia de los que vivimos en barrio, con la trayectoria de nuestros convecinos
“malandros”: los que han tenido una mujer en relación de pareja estable,
que ha sido significativa afectivamente en su vida, han salido del delito y se han
incorporado a la vida normal. En esto tiene que ver tanto el tipo de mujer como
la capacidad de vinculación afectiva del sujeto.
Tiene que ser una mujer que ellos hayan conocido fuera del mundo de la
delincuencia, una mujer no vinculada a ese mundo de ninguna manera y no
dispuesta a entrar en él cediendo a las presiones de ellos que al principio quieren
ser acompañados en sus fechorías o en su consumo de droga.
En esta relación de pareja, pero no fuera de ella, tienen gran importancia
los hijos. Mujer e hijos forman un punto de anclaje a la vida común que resulta
completamente eficaz en cuanto los lleva a retirarse a vivir con la mujer y el hijo
como centros fundamentales de significado. A través de ellos y con ellos suelen
recuperar una relación positiva con la madre y su familia de origen. Aquí, el trabajo
de la mujer para mantenerlos retirados y en la casa es sutil, de mucho
aguante y de mucha solidez afectiva y, al estilo popular, con rasgos maternos.
El violento tiene su comunidad y la comunidad
tiene sus violentos
La conducta autista, autonomizada de la comunidad, propia del delincuente
“nuevo” quien sabe que no vivirá más allá de los veinte o veinticinco
años, constituye el extremo de esa reciente tendencia que anuncia una manera
de delinquir fuera de todo posible control parecida de algún modo a la de los
terroristas suicidas a quienes, puesto que no tienen temor a la muerte, ya ninguna
amenaza o peligro puede detener.
En los casos extremos, y en momentos de auténtica desesperación, puede
recurrirse al terrible expediente del linchamiento más frecuente de lo que se
suele reconocer públicamente.
No está, sin embargo, todavía, tan generalizada esa conducta como para
haber eliminado la forma en la que las comunidades locales se relacionan con
los delincuentes violentos que residen en ellas y en las que discurre su vivir cotidiano.
En este sentido en estas circunstancias concretas de existencia el delincuente
violento, el “malandro”, tiene su comunidad y la comunidad tiene sus
“malandros”.
Es éste un tema en el que no se suelen detener los estudios y análisis sobre
violencia en Venezuela. Se supone, como punto de partida, que el delincuente
violento, el que ejerce su acción con consecuencias letales para las perviolencia
asesina en venezuela alejandro moreno 123
sonas no puede sino ser rechazado por cualquier comunidad de personas no
violentas que en ella desarrollan su vida.
Es el caso, sin embargo, que delincuentes violentos y personas normales
comparten no sólo el mismo espacio físico de convivencia, exiguo y abarrotado
en el que son obligados los encuentros cercanos por lo estrecho del callejón y
lo angosto de la calle principal, sino también una trama común de relaciones
sociales en la que se entrelazan las familiares, las de vecindad, las de paisanía,
pues muchos provienen de los mismos lugares interioranos de origen, las de
compadrazgo, las de amistad o las de simple pertenencia a un lugar, el barrio,
delimitado por unas calles, una quebrada, una carretera, un nombre y un patrono
del que se celebra la fiesta, recorrido por una línea de camionetas que todos
aguardan en la parada y luego abordan, en las que se intercambian comentarios,
noticias, bromas, discusiones y hasta peleas.
Una intrincada red, una madeja de movimientos, afectos, percepciones,
encuentros, desencuentros, acercamientos y rechazos, solidaridades y conflictos,
todo un mundo muy complejo de vivencias, constituyen la realidad humana
total en la que el delincuente violento convive con otros de su misma calaña
y con las personas comunes que se dedican a formas sanas de actividad.
El delincuente incide sobre la vida de esa comunidad cuya cotidianidad
sería otra si él no estuviera y la comunidad sobre la vida del delincuente aunque
si bien el modo y el impacto hayan ido cambiando a lo largo del tiempo.
De la investigación a la que me vengo refiriendo se sacan algunas pistas
que marcan una vía de comprensión del enredo a primera vista indescifrable
que parece constituir el mundo de las relaciones entre el delincuente violento y
su comunidad local.
De la historia-de-vida de José, uno de nuestros sujetos podemos sacar
una primera pista para acercarnos a esa necesaria comprensión.
¿Cómo actúa José y su grupo de delincuentes en su comunidad?
ellos salían fuera del barrio a hacer sus fechorías,
el grupo tenía un jefe, José, que controlaba a todos sus compinches,
“muy psicópatas”, según su expresión,
recorrían el barrio “a compartir”, a tomar cerveza, como “gente sana”,
ayudaban a “todo el que necesitara, que tuviera necesidá”.
el jefe, el delincuente mayor, se hacía responsable “de cualquier cosa que
pasara mala
ahí en el barrio”,
al que se desmandaba “lo llamaba a capítulo” y todos le hacían caso,
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así, en el barrio no se cometían robos ni se consumía droga delante de
los niños,
en todo caso, lo robado se devolvía y el jefe se encargaba de castigar, a
golpes de
culata de pistola, o de compensar con droga de la que era el jíbaro principal,
la razón de todo ese control es la seguridad que los delincuentes siempre
necesitan en la comunidad, porque si cometen en ella delitos se ponen
en peligro.
Así, el delincuente mayor obtenía el respeto y el aprecio de “todo el mundo”.
De esta manera el delincuente mayor –mayor por jefe y por edad– respetaba
y hacía respetar fundamentales normas de convivencia no dictadas por
nadie, implícitas en la práctica de la vida cotidiana en el barrio y necesarias
para que la comunidad tuviera paz y el delincuente seguridad.
Se establece, pues, un pacto no declarado pero eficaz entre el “malandro”
y sus convecinos: la comunidad no denuncia, permite su presencia como
un habitante más con el que comparte, intercambia diversión y comunicación,
encubre sus delitos que todo el mundo conoce bien, se aprovecha incluso de
las mercancías por él robadas y él protege a la comunidad de todo acto de robo
y violencia que pueda provenir de agentes externos y de los delincuentes jóvenes
incontrolados internos.
Las relaciones entre “malandros” y comunidad resultan, así, no sólo pacíficas,
sino cordiales, pero las exigencias implícitas sobre las que esa cordialidad
reposa son al mismo tiempo eficaces controles, también implícitos, que la
comunidad ejerce sobre los delincuentes que en ella habitan. Estamos hablando
de un control no policial ni gubernamental sino estrictamente social: la opinión
de la gente, las formas del trato, las condiciones para la permisividad, las
prácticas relacionales de vecindad y convivencia, etc.
Dos necesidades entran en negociación: la necesidad de seguridad, consideración,
respeto y refugio por parte del delincuente y la necesidad de paz y
de seguridad, una seguridad que ninguna policía ha provisto nunca a los sectores
populares, por parte de la comunidad del barrio.
Así, el “malandro” tiene su comunidad, aquella en la que vivir, y la comunidad
sus “malandros” como puede tener su recogelatas, su borrachín empedernido,
su loco callejero, su portugués o su cura.
Cuando el orden necesario para la convivencia humana en un barrio no lo
impone el Estado porque ninguna de sus instituciones funciona adecuadamente
y no sólo las que estarían implicadas en el problema de la delincuencia
al quemeestoy refiriendo, como las distintas agencias policiales, sino todas las
que tienen que ver con los servicios más imprescindibles y básicos –uno nunca
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 125
sabe., por ejemplo, cuándo va a llegar el agua, a qué horas, a cuántos días de
distancia, si será suficiente para llenar los tambores de depósito, si llegará a la
parte alta o sólo a la baja, etc.– la comunidad tiene que arreglárselas.
Recurro ahora a un personaje sacado de la realidad cotidiana que vivo en
mi barrio y que formaparte de un proyecto de investigación todavía en proceso.
Yovani (Moreno, 2009) tiene veintiocho años. Ha superado, pues, la edad
crítica de los veinticinco y se encamina a ser un malandro “viejo”, un sobreviviente
excepcional. Habla poco y con pocos, organiza con inteligencia y sobriedad
pero es implacable y frío cuando las circunstancias se lo exigen. Se erige
como el hombre fuerte de su barrio. Ha legado a ello eliminando a “punta de
plomo”, esto es, a tiro limpio a siete u ocho competidores.
Domina todo el mercado de la droga y administra y dirige el delito y la violencia
de sus compinches. Pudiera ser un jefe de banda que no se mete con sus
vecinos pero que se mantiene como un cuerpo parasitario de la comunidad sin
intervenir para nada ni positiva ni negativamente en ella. No es así. Se erige
como una figura análoga a la del José que ya conocemos.
En primer lugar, las cosas en la comunidad funcionan bien y pacíficamente
porque Yovani nunca se ha metido con nadie del lugar. Una vez despejado el
panorama la gente está mejor, más tranquila, porque él con los suyos han sacado
a todos los extraños y que en el barrio se refugiaban tomándolo como escondite
cuando eran desplazados de otro sito. Además no deja entrar a nadie.
Vuelve a funcionar el pacto implícito.
Con los malandros se pueden hacer pactos en las tramas relacionales
propias del mundo-de-vida popular venezolano. Y esos pactos son seguros
mientras no lo son, en cambio, los que se hacen con la policía. Para los habitantes
del barrio Yovani y los suyos son más confiables que la policía. Esta realidad,
no la sola afirmación, será terrible pero es la que existe, la que experimentan
los vecinos de las áreas populares. En el año 2007 la policía cometió 381 asesinatos;
éstos llegaron a 509 el pasado año, habiendo aumentado en un 33,59%
(Molina, 2009).
¿Qué puede hacer la gente de la comunidad que tiene que convivir con
sus “malandros”? Son suyos. ¿Cómo no los va a tratar, cómo se los va a poner
en contra, como no los va a tomar en consideración si, además de todo, la protegen
mejor que los organismos del Estado?
Cuando la comunidad asume sus “malandros” y los toma en consideración,
la comunicación fluyen y la seguridad funciona. Esto no impide que ellos
sigan delinquiendo e incluso asesinando a sangre fría, pero eso a la comunidad
local no la afecta directamente. Ellos por su parte se integran a las actividades
del barrio, participan y colaboran en una red muy intrincada y hasta contradictoria
de relaciones.
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Todo esto nos está indicando a quienes nos preocupamos por comprender
los acontecimientos sociales, que estamos ante un fenómeno cuyo estudio
no podemos eludir. Entenderlo como simple tiranía del delincuente y ejercicio
brutal de la violencia para someter por el miedo a los habitantes de un sector
popular, si bien puede explicar casos reales pero aislados, es desatender la necesidad
de orden, racionalidad, paz y seguridad que todo grupo humano exige
para poder seguir viviendo, necesidad que de alguna manera tratará de satisfacer
dentro de la legalidad institucional cuando funciona, pero fuera de ella
cuando no cumple su cometido.
Esfuerzos por dar una respuesta a la situación
de violencia
El gobierno venezolano durante los últimos diez años no ha tenido como
prioridad la lucha contra la violencia asesina y el delito en general. Lo acaba de
exponer sin rubor Edwin Rojas, Director de Prevención del Delito en el Ministerio
de Interior y Justicia (Rojas, 2009): “otras políticas públicas eran prioridad”.
Ahora anuncia un “plan blindado” de seguridad. Pocos en Venezuela creerán
que eso pueda ir más allá de una declaración para los medios de comunicación.
Esa ausencia del gobierno ha llevado el número de venezolanos asesinados
a 14.600 el pasado año. Es difícil de creer tamaña irresponsabilidad, pero
ellos mismos lo afirman.
Contra la ausencia real del estado, la proliferación sin control de las armas
de fuego facilitadas por los mismos agentes de los organismos oficiales de
seguridad (González, 2008) los miembros de la policía y del ejército las venden
o las alquilan por un porcentaje en los beneficios del acto delictivo), la difusión
de la droga y la total impunidad (el noventa y dos por ciento de los asesinatos
en Venezuela no son ni siquiera investigados), la venalidad de los jueces, la arbitrariedad
reinante en las cárceles, “cementerios de hombre vivos”, como los
mismo reclusos las identifican y otras múltiples deficiencias que sería largo
enumerar, la población no puede hacer nada pues hasta la más simple denuncia
se convierte en sentencia de muerte para el denunciante.
Muchas instituciones, sin embargo, atienden en función sobre todo preventiva,
especialmente a la infancia y la juventud.
La edad más peligrosamente expuesta a las seducciones de la violencia
es la de aquellos varones, sobre todo, que ya han salido de la escuela y todavía
no trabajan o porque la ley no se lo permite o porque simplemente no hay trabajo
para ellos. Estos son los jóvenes que tienen entre 14 y 18 años. Para ellos
la Iglesia, pero no sólo ella, ha creado amplias redes de centros de formación
en los que se imparten cursos que preparan para desempeñarse en trabajos
muy variados.
violencia asesina en venezuela alejandro moreno 127
Un sector que requiere atención especial son los niños en situación de
calle un fenómeno que presenta una gran variedad de situaciones y del que no
se saben nunca las cifras con precisión. También aquí una gran variedad de instituciones,
en su gran mayoría no gubernamentales han puesto en marcha
programas muy creativos con poca o ninguna ayuda oficial.
Un grupo muy importante y del que sólo pueden ocuparse las personas
de cada comunidad concreta y las instituciones que en ella están situadas es
esa gran mayoría de niños y adolescentes que no han tenido experiencia personal
con la violencia pero que la contemplan en su entorno cercano, reciben el
modelaje de los delincuentes con los que se encuentran todos los días, conocen
sus éxitos en prestigio, posesión de bienes y dinero, ejercicio de poder o
consumo y que buena parte del día tienen que pasarla en la calle pues a la escuela
sólo asisten por medio día y los adultos de su familia están ausentes por
razones de trabajo o sencillamente procurando los medios indispensables
para la vida. Para ellos no hay ningún tipo de atención por parte de los organismos
oficiales pero instituciones particulares, de nuevo sobre todo la Iglesia
cuando tiene presencia en la comunidad, desarrolla para ellos una gran variedad
de acciones extraescolares que van desde promoción amplia del deporte
hasta excusiones, lugares de reunión, encuentros, cursos y diversión en las horas
nocturnas, fines de semana y vacaciones.
Hay algunos intentos por parte de iniciativas privadas, muy escasos y
hasta ahora poco eficaces no obstante cierta publicidad al respecto, de ofrecer
programas de recuperación para jóvenes que han caído en la delincuencia asesina,
de los que el más conocido es el proyecto Alcatraz, promovido por un industrial
del azúcar y el ron y al que el presiente de la república alguna vez se refirió
con elogio. Las evaluaciones externas que conocemos no avalan los éxitos
proclamados. Por otra parte su área de influencia es muy limitada.
El futuro no se presenta muy alentador para la paz en Venezuela. Lo previsible
es un amento aun mayor de la violencia delincuencial a medida que
pasa el tiempo siguiendo la línea de progresión creciente que se viene desarrollando
desde los últimos años de la década de los noventa.
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