Deuteronomio 17.3
3 que hubiere ido y servido a dioses ajenos, y se hubiere inclinado a ellos, ya sea al sol, o a la luna, o a todo el ejército del cielo, lo cual yo he prohibido
Este versículo del Libro Quinto de Moisés: el Deuteronomio se relaciona con:
Ex. 22.20 El que ofreciere sacrificio a dioses excepto solamente a Jehová, será muerto.
1 a 21, 6.1 a 15
¡Ningún otro Dios!
Estos dos capítulos exponen el carácter único
del Dios de Israel. Las naciones en derredor tenían una abundancia de dioses;
sus imágenes eran tangibles pero sin vida y su adoración no ofrecía ninguna
seguridad ni paz. Pero para el pueblo escogido de Dios, aun cuando el Señor no
era visible, ellos le conocían y había realidad. La gloria y grandeza de Dios
fueron manifestadas cuando les dio sus leyes: “… hoy hemos visto que Jehová
habla al hombre, y éste aún vive”, 5.24. ¡Esto sí fue un milagro!
“Oye, oh Israel: hoy hemos visto que Jehová
uno es”. 6.4. La shema, descrita así
por la palabra hebrea con la cual comienza (= oir) confirma el carácter de
Dios. Israel tenía un Dios — el solo Dios. Mañana y tarde todo judío fiel confesaba, y confiesa
aún, la grandeza de esta verdad. Sigue siendo crítica para la ortodoxia judía.
El sentido literal en hebreo afirma que Dios es “el Ser que siempre existe”; “nuestro
Elohim (el plural insinúa la Trinidad) es el Solo Jehová”. Todo acto tenía tras
sí la plenitud de su carácter. No había otro como Él, y por cierto no había
otro Dios. Israel debía conocerle, y nosotros también. “… que andéis como es
digno del Señor, agrandándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y
creciendo en el conocimiento de Dios”, Colosenses 1.9, 10.
Sin titubear, Moisés les presentó los derechos
de Jehová sobre la nación. Toda parte del ser humano, toda facultad que poseía,
eran suyos, y debían amarle “de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas
tus fuerzas”, 6.5. “… a él sólo servirás, y por su nombre jurarás”, v.13.
Por celoso que sea (y lo es, vv 14, 15), no es
para aprovecharse, sino que su celo se basa en su santidad y amor. Les redimió
de la servidumbre egipcia y la fidelidad de ellos sería una respuesta
razonable. Las lealtades compartidas nunca pueden satisfacer ni honrar a
nuestro Dios. “… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”, Romanos
12.1, 2.
La reafirmación de los mandamientos, 5. 1 a
21, no fue una segunda ley, sino una repetida presentación del pacto de Sinaí.
Esta “palabras” eran el fundamento de la relación de la nación con Dios. Hay
una fuerza personal en la aplicación de las órdenes de Moisés: “Cara a cara
habló Jehová con vosotros en el monte”. Cada generación sucesiva era
responsable personalmente de obedecer las condiciones del pacto.
¡Pensamiento solemne! Los mandamientos una vez
dados por Dios exigen un compromiso constante, y es un reto para nosotros oir
de nuevo las palabras del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
Especificamente el Capítulo 17 17.14 a 18.22
Rey, sacerdote y profeta
Era importante que el pueblo fuera gobernado y
representado de una manera digna delante de Dios, y por esto leemos reglamentos
acerca de los oficios de rey, sacerdote y profeta. Moisés expuso algo de la
responsabilidad asociada con estos cargos, los cuales se ejercían por separado
en Israel.
Los requisitos para ser rey figuran en 17.14 a
20. El capítulo 8 de 1 Samuel describe cómo el deseo por un rey nació del deseo
de ser como las otras naciones, cosa que desagradó al Señor y a Samuel, pero
fue concedida. Nuestra lectura traza el patrón de Dios para el reino y el
carácter de un rey. Debía ser tomado de entre sus hermanos; de una disposición
santa y pura y enteramente comprometido a las disposiciones de la ley. La
historia revela que los reyes que más aportaron a la prosperidad de la nación
fueron aquellos que “hicieron lo recto en los ojos de Jehová”. Por ejemplo: “Josías
… anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a
izquierda”, 2 Reyes 22.2.
Los vv 18.1 a 8 enfatizan el lugar que el
sacerdote tenía entre el pueblo. Él también debía ser tomado de entre sus
hermanos y ser escogido por Dios. Su función era el de ministrar en el nombre
de Jehová. Era separado a Él y debía
representar al pueblo en la presencia del Señor. Su porción era Dios, aun
cuando era objeto del cuidado del pueblo.
El oficio de profeta tiene gran importancia en
Israel. Varones de Dios eran la voz de Dios al pueblo, especialmente en tiempos
de alejamiento. Se levantarían falsos profetas en abundancia, vv 9 a 14, pero
la prueba de la veracidad sería demostrada por el cumplimiento de la palabra de
Jehová. Era presuntuoso hablar cuando Él no había hablado, y el juicio era de
esperarse.
Veamos a la persona de Cristo en relación con
estos tres oficios:
● Es el Rey de Dios. “Yo he puesto mi rey
sobre Sion”, Salmo 2.6. Él cumplirá todos los ideales de la verdadera soberanía
al reinar cual Rey de Reyes y Señor de Señores, Apocalipsis 19.11 a 16.
● Él es nuestro Gran Sumo Sacerdote. El
sacerdocio levítico falló a causa de la debilidad humana y el pecado.
Desprovisto de lo mejor, señalaba a Cristo, quien está viviendo siempre para
interceder por nosotros, Hebreos 7.25.
● También, el Verbo de Dios, quien procedió de
Dios, cumplió y desarrolló todo lo que era requerido del oficio de profeta. “Profeta
os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos”, Hechos 7.37.
Gloria a Dios por las glorias oficiales de
nuestro Señor Jesucristo.
Moisés: “Cara a cara
habló Jehová con vosotros en el monte”. Cada generación sucesiva era
responsable personalmente de obedecer las condiciones del pacto.
¡Pensamiento solemne! Los mandamientos una vez
dados por Dios exigen un compromiso constante, y es un reto para nosotros oir
de nuevo las palabras del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
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