Sonia Chocrón: “Me gusta reír. Me hace bien”
El derecho y el revés de la literatura venezolana hoy (III): Entrevista
1.-¿Puede enumerar los momentos iniciáticos más emblemáticos de su vida? Hable de uno de ellos, por favor.
Hay uno en particular. Tiene que ver con mi abuela materna. Nació en Caracas, en 1909 y vivió lo suficiente para atesorar un sin fin de historias, propias, de sus ancestros, y hasta ajenas. De la guerra federal, de Gómez y sus chácharos, del terremoto de 1812, de sus antepasados, de milagros y maravillas, de amores y desamores en la biografía familiar, de huidas en canoas, de bailes en la casa amarilla, de muertes insólitas, de aparecidos, migraciones, de viajes trasatlánticos y sombreritos de fieltro. Crecí escuchando los pormenores de sus mil y una noches. Así que una tarde, cuando ella ya pasaba de los 85, decidí grabarla para no perderme nunca lo que para mí era una fascinación (y fantasía pura). Nos sentamos juntas en su estancia, una frente a la otra. La tarde era un incendio que teñía al Ávila y se colaba por la ventana. Recuerdo que ella relataba y sonreía con su dulzura habitual. Aún era bella, mi abuela. Y hubo un instante singular en el que deseé no ser solo escucha. Quería adueñarme de ese mundo, participar en él aunque todo fuera mentira. O precisamente porque todo era mentira.
(Años después, mis hermanas y yo descubrimos que todo era verdad)
2.-¿A qué edad supo que quería ser escritora? ¿Cuánto tiempo transcurrió entre ese momento y la elaboración de su primer libro (publicado o inédito)? ¿A quién se lo dijo por primera vez?
A los quince años supe que quería escribir. Solo eso. Ser escritora no fue una meta hasta muchos años después; incluso después de haber publicado mis dos o tres primeros libros de poesía. Tal vez ese deseo apareció con las primeras narraciones. Aún hoy acaricio la idea de convertirme en autora. Una autora real. Impecable, indeleble. Trabajo en ello a diario.
Siempre me concebí solo como guionista de cine y/o televisión.
Pero barruntaba poemas, cuentos breves e ideas desde muy joven, sin la menor convicción de un oficio. Como quien hace una lista de mercado para no olvidar nada. En una ocasión, un amigo de mi padre, madrileño, muy culto, vino a casa de visita. El hombre había viajado a Caracas por primera y única vez. Y como era un extraño, mayor y pasajero, le mostré, a instancias de mi padre, algunos poemas. Le gustaron. A pesar de eso, los boté todos al pipote de la basura. Años después, Juan Calzadilla tuvo la osadía y la generosidad de publicar unos poemitas posteriores míos en la revista Imagen. Y a partir de ellos, una poeta me contactó, nos conocimos, celebró mi trabajo y nos hicimos amigas entrañables hasta hoy. Fue Alicia Torres, la autora del título de mi primer poemario publicado, Toledana, mal llamado por míLa Canción de Raquel.
Así que desde que comencé a escribir, siendo adolescente, hasta que se publicó Toledana, en 1992, hay una elipsis de más de veinte años. Y aunque el tango diga que veinte años no son nada, fueron muchos. Los suficientes para convencerme de que tenía algo que valía la pena decir.
3.-¿Autores de cabecera? ¿Han cambiado con los años?
Si, libros y autores de cabecera mutan a lo largo de los años. Es decir, a lo largo de mis años. En mi adolescencia tardía, Cortázar, Garmendia, Maupassant, Verne, las Bronte. Y desde entonces, muchos y variados. Durante un tiempo preferí autores latinoamericanos, Donoso, Vargas Llosa, Bioy, Borges, García Márquez... Después vinieron otros, muchos. Variados. Y de cualquier latitud.
4.-¿Se ha descubierto imitando inconscientemente a un autor? ¿Cómo se ha sentido? ¿Cómo detener esa imitación?
Cuando comencé a escribir cuentos, que fue mucho tiempo antes de publicar Falsas Apariencias, mi primer libro de relatos, imitaba algunos autores, como debe ser. Pero Cortázar saltaba a la vista en los primeros bocetos. Eran textos donde pretendía suprimir variables como tiempo y espacio. Narraciones donde dejaba a la intuición de lector las conexiones necesarias para completar el sentido de la historia. Bien lo dijo Cervantes en boca de Don Quijote en un diálogo con su amigo Sancho Panza: “cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos que cabe; y esta misma regla corre para los demás oficios”. Hoy por hoy, prefiero no dejar nada a la intuición de otro. Batallo con cada línea para que se parezca a Sonia, para que tenga mi personalidad. Sólo la narración cinematográfica –mi oficio profesional, me subyuga a discreción y brinca con frecuencia a mis relatos. Incluso, a la poesía. Esa mimesis también soy yo. El universo de las imágenes es también mi voz.
5.- ¿Gregario o solitario? ¿Ha formado parte de grupos literarios? ¿Cree en las generaciones literarias?
Ambas. Gregaria y solitaria. Son períodos que se alternan. A veces necesito el tumulto de la compañía, el intercambio, la transferencia, la bulla, el estímulo excesivo. En otras ocasiones me recluyo como monja de claustro. Son mareas creativas, pero también de vida. Y no sé bien si dependen de la luna o no.
Solo cuando he participado en talleres, he sido parte de un clan. Y de eso hace ya media vida. Por lo general prefiero mi individualidad, mi estudio solitario con retratos familiares muy antiguos que heredé de mi abuela por parte de madre, y café. Y uno o dos lectores críticos siempre al alcance del teléfono.
No creo en generaciones literarias. Creo en figuras que sobresalen por talento en primer lugar y buena estrella en segundo. (Mi padre andaluz decía que, en la vida, había que tener suerte hasta para morirse).
6.- ¿Usted quiere ser un artista muy famoso o de culto?
Caramba, quisiera ser muy leída, en muchos lugares, y en tiempos por venir. Si eso es la fama, la deseo. Pero quisiera otras tantas cosas antes que eso. Quisiera tener salud por mucho tiempo para disfrutar a mi hija. Quisiera ver nietos. Quisiera no tener algunos miedos. Quisiera morir de vieja, conforme, y dejar una hija feliz y, al menos, algún libro memorable.
7.- ¿Publica todo lo que escribe? ¿Lleva diarios personales? ¿Escribiría su autobiografía?
No publico todo lo que escribo. Mis cajones y los de mi computadora están llenos de manuscritos olvidados que no publicaré nunca. Elimino algunos, los que me estorban porque no evocan nada que valga la pena conservar. Y guardo muchos otros. Textos que nunca me gustaron pero que no desecho porque soy muy sentimental. Apegos como "Este poema lo escribí cuando tenía mal de amores. O esta historia surgió a partir de la muerte de un amigo. O este texto me hizo llorar aunque es pésimo"... Así soy, guardo todo lo que me recuerda a mí misma, como si yo fuera un álbum de momentos y emociones.
Nunca he llevado un diario, me asusta que mis pendejadas íntimas puedan ser leídas después de mí. Porque un diario, me digo, debería ser algo serio, reservado para voces prodigiosas. Porque quien escribe un diario lo hace, en cierta forma, para permanecer. Para trascender. Pero tengo Facebook, que termina siendo una forma de diario personal, ilustrado y hasta con fotografías, más a mi gusto por poco solemne, por desparpajado y fugaz. Allí no siento el deber de parecer perdurable ni sesuda. Me pasa lo mismo con las autobiografías: quién querría leer las minucias de mi vida pequeñoburguesa? Lo verdaderamente íntimo está en mi poesía.
8.- ¿Qué opina de la crítica? ¿Hay un crítico solapado en cada autor artista?
La crítica es necesaria, supongo, e inevitable. Desnudarse ante los otros, conocidos o anónimos, siempre me produce cierta aprehensión. Pero necesaria y orientadora, al fin. Es una pena que los espacios para la crítica estén tan reducidos en los tiempos que corren, aquí en Venezuela. Existe, ciertamente, pero podría multiplicarse en revistas, blogs y lo que esté al alcance.
El oficio hace que todos terminemos siendo críticos de lo que hace el otro, por afinidad, por lecturas, por simpatías, aversiones, estilos. Pero nos convertimos también en críticos de la propia cosecha. No sé cómo le ocurre a los demás, pero mi autocrítica es feroz, insegura, dubitativa, cobarde, señera, y muy pocas veces generosa. Es un monstruito que no me deja en paz. Una acosadora.
9.- ¿Cómo soporta el peso del mundo?
El mundo me pesa menos que Venezuela. Así que aligero el fardo trabajando, que me gusta mucho. Y de vez en cuando, y cada vez que puedo, me junto con gente querida solo para reír. Me gusta reír. Me hace bien.
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