La paciencia: La mirada erótica, la mirada porno
“A lo largo de la historia no siempre se ha nombrado a las imágenes que expresan contenidos sexuales potentes con la categoría de porno. Este es más bien un emblema nuevo que surge a raíz de la Era Victoriana y bajo el manto de lo prohibido, cosa que contribuyó sin duda a encender aún más su poder erotizante”
Tradicionalmente ha habido la concepción de que el erotismo y el porno se diferencian por el hecho de que en el primero hay una finalidad estética, mientras que en el segundo no. Sin embargo esto no es necesariamente una verdad. Hay artefactos pornográficos en los que hay una dimensión de lo estético, es decir una intencionalidad a la hora de crear belleza, fealdad o disonancias. Ello se ve con claridad en piezas explícitamente obscenas. En el caso de la literatura están Las once mil vergas de Guillaume Apollinaire, al igual que el mítico Pierre Louÿs. También en algunas de las nuevas representaciones del cine lujurioso hay una dimensión muy apolínea y depurada que sin duda es un revival del porno chic de los setenta y donde hay un claro influjo de artistas eróticos de máxima envergadura, como Helmut Newton o David Hamilton. Del mismo modo, el carácter excitante de una obra de arte puede ser demoledor, pienso en este caso en el retrato del siglo XVI de la Duquesa de Villars y Gabrielle d’Estrées en el baño, el cual pertenece a la Escuela de Fontainebleau. En este trabajo lo que resulta impactante es el momento a posteriori cuando el espectador, si hurga más allá de lo evidente, descubre que ambas mujeres representadas en el primer plano del cuadro son hermanas.
La contemplación del porno supone un compromiso de quien lo mira en torno a que ello es una actividad cuyo fin primordial es excitarse. Desde una perspectiva ortodoxa esto implica una acción íntima en la que el sujeto recrea sus fantasías mediante la observación y a través del erotismo de la mirada lasciva.
A lo largo de la historia no siempre se ha nombrado a las imágenes que expresan contenidos sexuales potentes con la categoría de porno. Este es más bien un emblema nuevo que surge a raíz de la Era Victoriana y bajo el manto de lo prohibido, cosa que contribuyó sin duda a encender aún más su poder erotizante.
No fue sino hasta el año de 1969 cuando hubo un destape real y profundo de la imaginería sexualmente explícita. Antes de ello tales apuestas eran aventuras que usualmente culminaban con la intervención de la censura y de las autoridades policiales. El caso de Elmer Batters, fotógrafo especializado en el fetichismo de los pies y las medias que entró en varias oportunidades al sistema penitenciario, es célebre. Hoy por hoy Batters está en la órbita de las bellas artes, habiendo sido publicado por Taschen, incluso. Revistas de los años cincuenta como Playboy lograron burlar la censura bajo el tecnicismo del desnudo artístico.
El arribo de los setenta, luego del caso Stanley vs. Georgia, cuando la Corte Suprema norteamericana retiró cargos a un hombre que poseía pornografía, constituyó un período de oro para este género. En ese instante se dio la confluencia de figuras de cierta envergadura que tenían una mirada aguda en torno al fenómeno estético y que llevaban adelante un compromiso de vida en cuanto a una sexualidad abierta y libertaria. Alex de Renzy, quien fue un relevante productor del cine libidinoso durante esa época había tenido trabajos previos en tanto documentalista. Igualmente estuvo el caso del célebre Kirdy Stevens, director de la mítica película Taboo, quien tuvo una vivencia similar a Batters durante los cincuenta junto a su esposa de toda la vida, la guionista porno Helene Terrie. Taboo fue protagonizada por la voluptuosa actriz británica de edad madura, Kay Parker. Esta se erigió en una auténtica leyenda del género y hoy por hoy es una suerte de gurú “nueva era”. Asimismo, este tiempo vio el apogeo de la norteamericana no tan joven Juliet Anderson, quien siendo graduada de una escuela de artes vivía en el Lejano Oriente cuando saltó a la palestra del cine obsceno. De este modo, Anderson actuó literalmente su filosofía real de vida, en este caso bajo el seudónimo de Aunt Peg. La también actriz Gloria Leonard, por ejemplo, brincó del cine porno de los setenta a tener una posición muy destacada en el mundo editorial de las publicaciones para adultos como editora de la revista High Society.
De manera que los años setenta fueron un tiempo idílico en donde la mirada estética tenía su valor y donde las producciones tenían al menos una trama, aun cuando la misma fuera un tanto rudimentaria. En este caso el golpe fulminante se daba a través de tópicos profundamente transgresores, como ocurrió con el célebre filmFarmer’s daughters, protagonizada en 1976 por la propia Leonard y con participación del legendario Spalding Gray.
Los años ochenta y noventa significaron para el género un período oscuro en el sentido de que este pasó a tener la connotación que se la ha dado en muchas oportunidades en cuanto a la imagen por la imagen vacía. No obstante, la llegada del Internet constituyó una revolución absoluta para este tipo de experiencias dado que facilitó al usuario encontrarse con “su propio porno”. Se generalizaron los tópicos Milf o mujeres maduras y se popularizaron las miradas transgénero como el Shemale. El Internet ha sido para el mundo de lo obsceno lo que la teoría del multiverso para la física. Incluso, con las webcams el sujeto ordinario, que bien podría ser el ama de casa de la esquina, ha pasado a ser generador de la experiencia pornográfica.
Estos últimos tiempos han propiciado la producción de películas que de nuevo cuidan los acabados y donde la trama vuelve a estar presente. Incluso ha aparecido una suerte de Kay Parker de esta época en la figura de Magdalene St. Michaels. La sobriedad y lo apolíneo están muy presentes en algunas producciones actuales, sobre todo en los tópicos relativos a las mujeres maduras, lo lésbico y lo interracial.
Hemos asistido con esta panorámica a una experiencia que es inherente a la piel y al ser humano, a la celebración de la vida y al goce del cuerpo y de la mirada. Ciertamente porno y estética no son excluyentes.
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