La Paciencia: El horror y el refinamiento en Vincent Price
“En el caso de este actor norteamericano nacido en el año de 1911 se dieron una serie de elementos que hicieron posible que su experiencia fuera de una exquisitez excelsa”
eL nACIONAL pAPEL LITERARIO 16 DE NOVIEMBRE 2015 - 12:01 AM
Sin duda que una de las escenas magistrales del cine clase B es aquella en la que Edward Lionheart –personificado por Vincent Price– se lanza al vacío en un aparente suicidio frente a una serie de críticos de arte que habían constantemente menospreciado su carrera actoral. Esa escena, perteneciente a Teather of Blood (1973), es de una intensidad melodramática sin precedentes y en ella queda de manifiesto la mirada superlativa que las interpretaciones de Price supusieron para el género espectacular.
En el caso de este actor norteamericano nacido en el año de 1911 se dieron una serie de elementos que hicieron posible que su experiencia fuera de una exquisitez excelsa. De este modo, el artista nació en el seno de una familia acomodada y siendo un amante de la cultura se licenció en Historia del Arte y Bellas Artes en la Universidad de Yale. Posteriormente continuó estudios en el Courtauld Institute de Londres. Su vida profesional se enfocó rápidamente hacia el teatro y la radio de forma que en los años treinta llegó a colaborar con Orson Welles. También, durante esa década, participó en La Torre de Londres (1939) en la que aparecía el mítico Boris Karloff.
Una de las cosas que le dio un carácter extremadamente genuino y potente a su figura fue el hecho de que él mismo siempre expresó en su trabajo sus propias obsesiones y demonios, de manera que algunos de los personajes que interpretaba tenían un perfil de galán con porte aristocrático, así como una mente retorcida en la que pululaba una poderosa veta de locura. En otros casos afloraba el tipo del artista demente y exquisito que ejecutaba terribles venganzas; como fue el caso de Edward Lionheart, mencionado más arriba. La apariencia de Price, quien media casi dos metros, era ideal para ese tipo de caracterizaciones y su propia voz conjugaba una cierta sobriedad macabra que no estaba exenta de un refinado toque de humor.
La década de los cincuenta significó un momento crucial en su carrera. Así, en el año de 1953, tuvo una actuación estelar en Los crímenes del museo de cera, película hecha con el flamante technicolor, que además contó con la innovación, para aquel tiempo, del 3D. En esta producción el actor personificó de nuevo a un artista desquiciado con un asistente sordomudo que fue representado por el entonces desconocido Charles Bronson.
Hacia finales de los cincuenta protagonizó La mosca (1958), El regreso de la mosca (1959), House of Haunted Hill (1959) y Escalofrío(1959). Siendo esta última un intenso montaje psicodélico en el que el director William Castle hizo la innovación de introducir un artefacto vibratorio en las butacas del cine, de modo de darle énfasis a las escenas más escalofriantes.
La aproximación de Vincent Price a las bellas artes se manifestó, asimismo, en una serie de rodajes en torno a la obra de Edgar Allan Poe, como fueron La caída de la casa de Usher (1960) y El cuervo(1963), entre otros.
No obstante, según mi punto de vista, el momento clímax de su carrera lo constituyeron las películas de los años setenta, El abominable Dr. Phibes (1971), El retorno del Dr. Phibes (1972) yTeather of blood. En todas ellas hay un gran refinamiento formal a pesar de ser producciones de bajo presupuesto, con énfasis en la dirección de arte y los vestuarios. Además, en el caso del Dr. Phibes, estamos en presencia de un doctor en teología y música que lleva a cabo una demencial venganza acompañado por su asistente, la sublime y silenciosa Vulnavia. A pesar de que las tramas no son de gran profundidad, lo que sostiene el discurso narrativo de dichos filmes es la propia actuación de Price, que literalmente es salida de este mundo.
La vivencia de este norteamericano fue per se un hecho estético, de modo que este era, asimismo, muy versado en las artes culinarias e incluso poseía una privilegiada colección de arte.
Asistimos con esta brevísima panorámica en torno a Vincent Price a la celebración de un artista cuya experiencia aún enriquece a los anales del arte; incluso hoy, ya a 22 años de su muerte.
Sin duda que una de las escenas magistrales del cine clase B es aquella en la que Edward Lionheart –personificado por Vincent Price– se lanza al vacío en un aparente suicidio frente a una serie de críticos de arte que habían constantemente menospreciado su carrera actoral. Esa escena, perteneciente a Teather of Blood (1973), es de una intensidad melodramática sin precedentes y en ella queda de manifiesto la mirada superlativa que las interpretaciones de Price supusieron para el género espectacular.
En el caso de este actor norteamericano nacido en el año de 1911 se dieron una serie de elementos que hicieron posible que su experiencia fuera de una exquisitez excelsa. De este modo, el artista nació en el seno de una familia acomodada y siendo un amante de la cultura se licenció en Historia del Arte y Bellas Artes en la Universidad de Yale. Posteriormente continuó estudios en el Courtauld Institute de Londres. Su vida profesional se enfocó rápidamente hacia el teatro y la radio de forma que en los años treinta llegó a colaborar con Orson Welles. También, durante esa década, participó en La Torre de Londres (1939) en la que aparecía el mítico Boris Karloff.
Una de las cosas que le dio un carácter extremadamente genuino y potente a su figura fue el hecho de que él mismo siempre expresó en su trabajo sus propias obsesiones y demonios, de manera que algunos de los personajes que interpretaba tenían un perfil de galán con porte aristocrático, así como una mente retorcida en la que pululaba una poderosa veta de locura. En otros casos afloraba el tipo del artista demente y exquisito que ejecutaba terribles venganzas; como fue el caso de Edward Lionheart, mencionado más arriba. La apariencia de Price, quien media casi dos metros, era ideal para ese tipo de caracterizaciones y su propia voz conjugaba una cierta sobriedad macabra que no estaba exenta de un refinado toque de humor.
La década de los cincuenta significó un momento crucial en su carrera. Así, en el año de 1953, tuvo una actuación estelar en Los crímenes del museo de cera, película hecha con el flamante technicolor, que además contó con la innovación, para aquel tiempo, del 3D. En esta producción el actor personificó de nuevo a un artista desquiciado con un asistente sordomudo que fue representado por el entonces desconocido Charles Bronson.
Hacia finales de los cincuenta protagonizó La mosca (1958), El regreso de la mosca (1959), House of Haunted Hill (1959) y Escalofrío(1959). Siendo esta última un intenso montaje psicodélico en el que el director William Castle hizo la innovación de introducir un artefacto vibratorio en las butacas del cine, de modo de darle énfasis a las escenas más escalofriantes.
La aproximación de Vincent Price a las bellas artes se manifestó, asimismo, en una serie de rodajes en torno a la obra de Edgar Allan Poe, como fueron La caída de la casa de Usher (1960) y El cuervo(1963), entre otros.
No obstante, según mi punto de vista, el momento clímax de su carrera lo constituyeron las películas de los años setenta, El abominable Dr. Phibes (1971), El retorno del Dr. Phibes (1972) yTeather of blood. En todas ellas hay un gran refinamiento formal a pesar de ser producciones de bajo presupuesto, con énfasis en la dirección de arte y los vestuarios. Además, en el caso del Dr. Phibes, estamos en presencia de un doctor en teología y música que lleva a cabo una demencial venganza acompañado por su asistente, la sublime y silenciosa Vulnavia. A pesar de que las tramas no son de gran profundidad, lo que sostiene el discurso narrativo de dichos filmes es la propia actuación de Price, que literalmente es salida de este mundo.
La vivencia de este norteamericano fue per se un hecho estético, de modo que este era, asimismo, muy versado en las artes culinarias e incluso poseía una privilegiada colección de arte.
Asistimos con esta brevísima panorámica en torno a Vincent Price a la celebración de un artista cuya experiencia aún enriquece a los anales del arte; incluso hoy, ya a 22 años de su muerte.
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