Didascalia: La marginalidad en el cine venezolano, según Marcel Rasquin
“Decir que las películas de barrio son malas es lo mismo que decir que todas las películas del oeste son malas o que todas las películas en el espacio son malas”
No es una quinta, no es una oficina: es, en realidad, una quinta que usa a modo de oficina. En el patio hay una Vespa color azul cerámica, y el cenicero bota su contenido al accionar una pequeña palanca de bronce. Es, ciertamente, un ambiente poco convencional que exuda la creatividad propia de los talentos jóvenes como Marcel Rasquin, quien responde a la entrevista con profundo interés y paciencia.
¿Por qué crees que existe esa percepción de que el cine venezolano es solamente el barrio?
Yo conozco y entiendo que hay un enorme prejuicio hacia las temáticas que generalmente aborda el cine venezolano. Pero no estoy seguro de poder identificar con exactitud las razones por las cuales existe ese prejuicio, supongo que se debe a que las películas desde los 70 para acá que han sido notorias y que han llamado la atención tanto de la crítica como de los medios y la audiencia han abordado de alguna forma directa o tangencialmente el tema de la pobreza o de las dificultades de la vida en las barriadas de Venezuela. Sin embargo creo que la pregunta viene también cargada de ¿por qué la gente está fastidiada de ese tipo de películas? Y es justamente un prejuicio que no hemos terminado de quebrar, que creo que es una tarea pendiente en términos de comunicación del cine venezolano con su público, o con su potencial público.
¿Dirías que hay una falla de comunicación entre el cine y el público?
Se generó una suerte como de prejuicio, un morral de conceptos previos con los que el venezolano llega a la taquilla y toma la decisión de ver Harry Potter o Los Vengadores o ver una película venezolana. Y creo que son prejuicios infundados porque decir “qué fastidio las películas de barrio” es una postura primero un poco esnobista por parte del público que asiste a las salas de cine aquí en Venezuela, segundo es, a mi modo de ver, una falacia semántica y cinematográfica decir que todas las películas de barrio son malas, decir que las películas de barrio son malas es lo mismo que decir que todas las películas del oeste son malas o que todas las películas en el espacio son malas, el problema en todo caso si lo hubiera no es el lugar donde tú cuentas una historia sino la historia que cuentas en ese lugar, y era algo que cuando a mí me tocó salir a vender el proyecto de Hermano como potencialmente realizable era algo que tenía muy claro que tenía que combatir, que tenía que revertir, que tenía que atender ese prejuicio o esa inquietud, esa molestia aparente del público.
Cuando a realidad, primero en términos numéricos, es muy distinta. De hecho la gran mayoría del cine venezolano es de temática no es de cine social o que tenga que ver con las dificultades del barrio. Sin embargo las películas que resultan más llamativas tanto para el público como para los festivales como para los medios aparentemente son justamente las películas que de alguna forma, directa o tangencialmente tocan el tema de la pobreza. Es una paradoja, decimos que no nos gusta pero ese es el cine que mueve a la gente.
Además, hay algo que tiene que ver con el cine venezolano y el cine latinoamericano en general, que es, pienso yo, que el cine justamente que tiene posibilidades de llegar más lejos es el cine que habla sobre lo que somos, sobre nuestras dificultades, nuestros problemas, nuestra visión de vida.
Porque, ¿qué es el cine, qué es contar una historia? ¿De qué se nutre una historia dramática? Un guión se nutre de conflicto y de dificultades, y de fuerzas que se oponen a tus personajes protagónicos para que no obtengan algo que quieren o de cambiar lo que quieran cambiar. Dime tú, ¿qué lugar más propicio que nuestra realidad en las zonas populares?
Yo en lo personal no me identifico con el cine social, ni el cine de protesta. Ni la denuncia. No es el tipo de cine que me interesa hacer, ni el tipo de cine que me interesa ver. Me interesa el cine humano, y me interesa la condición humana y sus contradicciones, lo que pasa es que la historia tenía mucho más valor dramático (en el caso deHermano) en las circunstancias en que la conté.
Creo entonces que cuando los cineastas intentan abordar este mundo complicado solemos caer en uno de dos errores: uno es o idealizar el barrio o satanizarlo. Entrar al barrio a decir que son los oprimidos, o entran a decir que aquí la vida no vale nada. Cuando la realidad es que estas dos cosas conviven a diario en el barrio: se manosean, se solapan y se difuminan, lo cual lo hace sumamente humano y complejo y difícil de abordar, atender y difícil de tomar una posición moral.
Yo pienso que lo sensato es mostrar que efectivamente hay muchísimas dificultades, violencia, armas sin control, hay machismo y el culto a la pistola y al guapo del barrio, pero también es verdad que es un sitio donde todo el mundo se conoce, donde los chamos juegan pelota hasta la noche, donde todo el mundo se ayuda. Eso es lo que para mí hace al barrio fascinante en términos humanos y narrativos, y yo fui muy consciente de eso y evite pararme a cualquier lugar a predicar, entré al mundo del barrio sin prejuicio, y creo que en el caso de Hermano eso hizo la diferencia
¿Qué pasa con el grueso de las películas que no son de temática de barrio? ¿Por qué la gente no las toma en cuenta a la hora de hacer el juicio de que el cine venezolano es exclusivo de barrio?
Influyen dos factores: uno, más allá del prejuicio, creo que el cine que verdaderamente tiene piernas largas es el que habla sobre tu identidad, las historias más locales constituyen el cine más universal. Y eso es cierto en el cine iraní, egipcio, mexicano: Ciudad de Dios, María llena eres de gracia, Tropa de élite, hoy en día el boom de las narconovelas: lo que habla con absoluta propiedad de lo que ere es lo que resulta atractivo e interesante en otros lugares, sobre todo si terminas contando una historia universal. Tuve el privilegio con Hermano de pasar 2 años montado en un avión paseando la película por festivales de todo el mundo. Me tocó presentarlo ante audiencias tan distintas como en una sabana en Petare como en un grupo de adolescentes en Finlandia, pasando por India, España, los Ángeles, Guadalajara, Moscú, Transilvania; públicos culturalmente muy distintos, de mundos diferentes. Pude apreciar que al principio hay una cosa llamativa, folklórica, exótica que tiene el mundo de Latinoamérica, que resulta muy pintoresco, colorido, exótico y llamativo para audiencias tan distantes. Pero luego de esta curiosidad antropológica la película sola se encargaba de agarrarte por el pescuezo y te hacía defender algo más fundamental, como los grandes temas de la condición humana.
En el caso de las otras películas, igual como te digo que no podemos ser prejuiciosos ante una película hecha en el barrio, tampoco podemos serlo ante una película hecha en La Lagunita o en Altamira, creo que lo fundamental más allá del contexto social en el que te cuente una historia es la historia que se cuenta. Yo tengo necesariamente que aplaudir y fomentar que en Venezuela haya cine de todo tipo, porque en realidad las dos tareas que tenemos por delante los cineastas: una es la de desmontar el prejuicio, y otra es cambiar el paradigma de que se considera el cine venezolano como un género en si mismo, cuando el cine tiene cientos de géneros, o decenas de géneros. Es decir, hay drama, comedia, musicales, ciencia ficción, pero la percepción que existe acá es que hay películas de guerra, espacio, western y cine venezolano. Cuando abres la bolsa en la que nos tienen metidos a todos te das cuenta de que el cine venezolano abarca una cantidad gigantesca de géneros: hay comedia, drama, comedias románticas, películas de acción, de todo. Y eso es algo que tenemos que revertir o cambiar.
¿Por qué con estas más y con las otras menos? Creo que tiene que ver con la habilidad que tiene cada película para encontrar su nicho. El cine venezolano no es para todo el mundo, cada quien se acerca al cine que le guste o le interese, que le inquieta o que le motive.
¿Canales de distribución?
El mercadeo del cine venezolano es un tema relativamente nuevo para nosotros que estamos empezando a entender y a atender, y empezando a adjudicar recursos para eso. El presupuesto de promoción y distribución de una película en Hollywood es el doble del presupuesto de producción, lo que cuesta hacerla. Aquí creo que todavía no llegamos ni a un 10%, si es que hay. Entonces eso hace que el tema comunicacional haga cuesta arriba y complicado que el público conozca a tu película, hace falta mucho trabajo aún.
¿A qué público crees que le habla el cine venezolano?
No me gusta pensar que hay un público para el cine venezolano, porque eso sería afirmar que el cine venezolano es un género, creo que cada película necesita encontrar su público. Sí, efectivamente hay gente que mira cine venezolano para apoyarlo y me encanta que exista gente así, sin embargo esa postura nacionalista de solidaridad automática no es el camino, es delicado porque el abanico de opciones que ofrece el cine venezolano es muy amplio, precisamente lo que hay es que sacar de la bolsa al cine venezolano. Ese es el trabajo, más que meternos dentro del saco, lo que hay que hacer es atender cada película
Es decir, que el público no ve subgéneros.
Exactamente. En el caso de Hermano por ejemplo, nosotros de forma natural identificamos 3 vértices muy claros que atendimos cada uno por separado en términos de comunicación: el deportivo, el artístico, y el vértice social por tratarse de una película establecida en un barrio en Petare. Y digamos que sacudimos y removimos y atacamos esos tres nichos, de alguna forma fue conectando gente de distintos públicos
Creo que la gran mayoría de la población no va al cine porque es caro, tienen al quemadito a la mano. Pero sí, en la burbuja donde tú vives es donde está el prejuicio más grande, de no querer mirar. Creo que hay una conexión interesante entre ese prejuicio que tú identificas en un estrato socioeconómico específico que opta por no querer mirar. Pero de alguna este prejuicio es signo de un prejuicio más grande: el de no haber querido mirar una circunstancia que había estado latente y que iba a estallarle en la cara al país entero. No es descabellado interpretar que esto es un reflejo de que hay un grupo importante del país que no le interesa mirar lo que pasa en el país, que prefiere pensar que el planeta es esto que está a mi alrededor, mi burbuja, y pretender que la vida es eso. Creo que esa es una tarea que como país y como sociedad tenemos por delante y que trasciende al cine y a todo, pero sí como sociedad creo que sin darnos cuenta hemos levantado un muro imaginario que nos divide y que nos frena; una sociedad que está picada en dos y picada por la mitad. Pero no nos percatamos de que con nuestros prejuicios, miedos, paranoia levantamos cada dia ese muro.
Pensamos que somos muy distintos a los demás habitantes. Yo estaba consciente de que esa era una barrera que debía romper. Con Hermano me preguntaba sobre la vida: ¿qué cosas me preocupan a mí? ¿qué cosas le preocupan a esta gente que es distinta a mí al parecer, que nada tiene que ver conmigo? Yo quiero que el dinero me alcance, igual que a ellos. Quiero que los muchachos vayan bien en el colegio, igual que ellos, llegar a la casa y comer rico, igual que ellos. Realmente las diferencias no son tales, y nosotros creemos que somos distintos pero en realidad no lo somos. “Esa gente” y nosotros somos la misma vaina.
¿Palabra que describa al cine venezolano?
Diversidad. Pero más allá de ese objetivo que tengo de sacar al cine venezolano del saco, yo describiría al cine venezolano como Vivo
¿Por qué?
Porque está punzante, removido, creciendo.
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