Didascalia: La marginalidad en el cine venezolano según Soolveig Hoogesteijn
“La marginalidad, si bien se encuentra con ese estado económico de una doble acción, en realidad es una pérdida de valores, es estar al margen de la sociedad”
La voz de Soolveig Hoogesteijn, fundadora del Trasnocho Cultural de Caracas, es grave como el sonido de un saxofón tenor. Pero está revestida de sabiduría, como el símbolo de la institución cultural que representa, y en vista de toda su experiencia cinematográfica acumulada –y galardonada– a través de los años.
La marginalidad en el cine venezolano: ¿es un hecho cierto o se trata de una percepción errada del público?
Yo creo que hay que distinguir la marginalidad del barrio, es decir, la clase pobre, la clase humilde, la clase de menor ingreso económico es una cosa, y la marginalidad, si bien se encuentra con ese estado económico de una doble acción, en realidad es una pérdida de valores, es estar al margen de la sociedad. Entonces, yo creo que el cine venezolano desde su existencia ha sido un cine hecho por individuos a quienes les duele mucho ver la realidad de su país, y que tienen el convencimiento de que tratando esos temas al menos se despierte la conciencia de la gente que ve esas películas en cuanto a lo injusto de esa situación en un país de las riquezas que tiene Venezuela y la necesidad de cambiarlo.
En ese sentido diría que la marginalidad es esa persona que pierde los valores tradicionales que tenía cuando llegó del pueblito de donde venía, va mano a mano con la migración de la gente a la ciudad, de gente que vivía en un contexto rural donde todo el mundo se conoce y donde el control del grupo sobre el individuo es inmenso. De ahí el dicho “pueblo pequeño, infierno grande” porque todo el mundo se conoce, y si alguien comete una falta el colectivo lo sabe y el colectivo lo juzga.
Cuando esa gente migra hacia la ciudad no tiene esas limitaciones del colectivo pequeño y se desboca. Es como un joven, si le pones límites, condiciones, en el primer momento en que lo dejas libre lo que hará es desbocarse y probar todo aquello que tenía prohibido, al menos para conocerlo y para tener esa adrenalina que aquello le produce. Cuando tratas de trasponer ese comportamiento a un colectivo, la marginalidad es esa persona que ya no siente que pertenece a una sociedad, que quiere todo lo que ve, que no tiene ni la educación ni los recursos para conseguirlo y que lo busca entonces por otras vías, lo cual nos lleva a los altos índices de criminalidad que tenemos en nuestro país, por ejemplo.
No es un problema de los cineastas sino del país en el cual vivimos y además es un problema del público; este ha preferenciado los temas que tratan individuos o héroes o antihéroes de esa clase (que además es la más populosa en Venezuela, la clase media es muy pequeña aún).
El cine como entretenimiento de masas depende mucho de esas masas, de que esas masas vayan al cine. Entonces es muy difícil que una película hecha para un público más culto, más educado, clase media, clase media alta, burguesía por llamarlo de alguna forma, llegue a las mismas cifras de aquellas películas que tienen un público popular. No es más que el reflejo de nuestra sociedad misma.
Pero hay una relación de ambivalencia, porque el público suele quejarse de que no se siente identificado con ese cine
Cuando algún crítico en los años 80 dijo que esos eran los únicos temas de nuestras películas, se olvidó de una enorme cantidad de películas. Si hubiese aquí un solo investigador que tuviera la seriedad necesaria de hacer simplemente un listado para sacar una cuenta y romper ese mito. ¡Lo que pasa es que esas son las que tienen éxito! Las demás pasan desapercibidas porque nadie las ve. Es hora de abandonar el prejuicio y hacer un análisis científico y objetivo. Hay que hacerse entonces preguntas más profundas: ¿es solo un tema numérico? ¿Porque nuestra clase humilde es más populosa que nuestras clases media y alta? ¿Qué otras cosas prelan ahí? ¿Cuáles son las imágenes del subconsciente colectivo venezolano? ¿Qué es lo que nos está pasando social y políticamente? Es un problema que toca todos estos temas.
¿En qué momento el cine comienza con esta temática?
Desde sus inicios. Araya, o las primeras de Román Chalbaud, todo, desde siempre ese tema está anclado. Cuando quiero llorar no lloro, uno de los tres personajes era de la clase popular y es quien termina siendo el protagonista. Porque es algo que ha ocupado a escritores, a cineastas, a periodistas, a mucha gente porque es un estado de cosas inaceptable. Y se supone que el artista es una persona sensible, que sufre ante esta situación y de alguna manera le tiene que dar forma parar despertar nuestra conciencia sobre este caos. Quizá hasta para proponer alguna alternativa cuando entran ya al campo ideológico o político. Pero desde siempre ese tema está anclado en Venezuela.
O, en su caso particular, con Maroa
Cuando yo vi una orquesta infantil integrada solo por niños de la clase humilde, en el Colegio Jesús Obrero, y eran niños que venían de una institución carcelaria juvenil, y tenían marcas en sus rostros de maltrato físico, y los escuché tocar a Mozart y a Haydn con una entrega y una pasión y un amor incondicional me impresioné mucho. Son niños que en sus casas escuchan guarachas, hoy en día hip hop, salsa, imprecaciones groseras, que reciben maltratos ya sea de sus padres (si es que vienen de una familia con papá y mamá) o si vienen de un albergue infantil o juvenil para niños desadaptados que han cometido actos criminales y tienen marcas en sus cuerpos de maltrato Para mí esa pregunta era esencial ¿cómo, a través del Sistema Nacional de Orquestas infantiles y juveniles se ha logrado levantar 250 orquestas con niños de la clase humilde? ¿Cómo puede un niño de ese background cultural engancharse con Mozart? ¿Cómo explicas ese misterio? ¿De que es capaz de someterse a ensayos de 4 ó 5 horas a la semana, 5 días a la semana? ¿O 6, si es que hay concierto? ¿Someterse a aprender un instrumento, que es una de las cosas más arduas, para formar parte de una orquesta? Eso me dejó totalmente marcada. Sobre todo porque eran niños que tenían huellas de violencia. Cuando te encuentras con fenómenos así quieres explicarlo. Y es por eso que hice la historia, porque además es una historia positiva; es una niña que a través de la música logra su redención de una vida de criminalidad.
Creo que también ese divorcio entre público y cine viene precisamente de la ausencia de finales felices.
Eso es cierto y el público agradece muchísimo un final positivo, lo que pasa es que en la vida real los finales casi nunca son positivos, por eso muchos cineastas en su intento por ser lo más veristas posibles a la realidad escogen finales trágicos, y a más joven en cineasta más va a tender hacia esos finales, porque al parecer los cineastas de mayor edad desarrollan un amor por la vida que no tienen los jóvenes. Lo ven como algo lejano.
¿Tiene que ver esto con la cultura cinematográfica?
No, yo creo que tiene mucho que ver con el país, con lo que vivimos. Tenemos el mayor índice de muertos, de embarazos precoces, y de cárceles inseguras en todo el continente. ¿Qué más quieren? ¿Que estemos en Disney? ¿Porque les encanta Disney y todas esas cursilerías? No puedes pedirle eso a una persona seria. Tienen que despertar. Somos todos culpables de lo que pasa en el país.
Quienes hacen cine tienen una conciencia y una sensibilidad social y política grande, porque eso es lo que ha distinguido al cine en Venezuela, pero también en Colombia, en Chile, en todos lados. Tú vas a encontrar que son individuos comprometidos con el futuro de su país. En el caso de Maroa hay un reflejo de la realidad, ahí están los niños que no están en la calle, que sus madres están felices porque sus niños están estudiando un instrumento y van a las mejores salas a ver a sus niños interpretando a los mejores compositores, ¿sabes lo que es eso para una persona sin recursos? Una vivencia única. Y el resto de los niños, ¿dónde está? En la calle, desamparados, son maltratados, se alimentan mal, el índice de inteligencia es bajo, a más joven la madre menos inteligente es el niño, y más es la probabilidad de que el niño se convierta en delincuente. Y sus madres son unas niñas que deberían estar jugando con muñecas.
¿Hay estereotipos dentro del cine venezolano?
Demasiados. Y eso es lo que hace malas las películas. Porque creen que están buscando al típico malandro, policía, chofer, a la típica mamá. Dígame la típica mamá, estoy harta de la típica mamá. Todas son buenas, todas quieren lo mejor para sus hijos, menos en Cheila, una casa pa’ Maíta, es la primera vez donde la figura de la madre es cuestionada. Yo pienso que existe una confusión cultural que cree que cuando muestran un personaje “típico” se están acercando más a la realidad, y eso que pudo funcionar en sus inicios, cuando el cine venezolano empezó a balbucear, hoy en día pienso que un personaje entre más individual, más interesante es. Yo personalmente desde que hago cine le he declarado la guerra a los estereotipos, estoy en contra de los estereotipos, y yo creo que el éxito de mis películas se debe a eso, que a pesar de que se trate de un personaje popular, me sumerjo en él porque es un personaje que tiene sueños, esperanzas, fracasos, distorsiones psicológicas como cualquier personaje. Se ha confundido mucho lo de clase media con simpleza, eso es una gran equivocación. O madre con bondad, cuando la madre es exactamente igual a cualquier ser humano, con los mismos vicios y debilidades. Hay que bajarlas de un altar, porque eso es algo que no nos deja caminar como sociedad. Sobre todo las mujeres debemos hacer ese trabajo. Durante mucho tiempo estuve sola en esa lucha. La madre no se toca ni como símbolo, ni como sentimiento nacional, es sacrílego, es peligroso, pero hay que atreverse porque si no, no cambiamos.
¿Hay falta de atrevimiento por parte de los cineastas?
Creo que los cineastas están tan inmersos en su propia cultura que no lo ven. No lo ven. Tienes que tener un poco de distancia, debes conocer otras culturas para poder observar la propia. Si no, no puedes compararla. ¿Cómo lo harás, si no conoces otra cosa? Entonces uno de los problemas del cine venezolano es el estereotipo, como lo es en la política. Todo el tiempo se habla de estereotipos en la política. ¿Se acerca eso a la individualidad de un individuo? No. Tal vez en parte, pero en la mezcla única, de buscarle las cosas raras al personaje, ahí es donde comienzan a ser interesantes, en sus rarezas. Y es un problema de evolución, una manera de ver, creo que poco a poco se va a ir descubriendo.
¿Qué le haría falta para que vaya avanzando?
El consumo lo tienen, la superficialidad, lo que en realidad hace falta es educación verdadera. Y el tener el valor de pensar de verdad, de salirse de los mitos cotidianos y los estereotipos y de pensar, pensar, críticamente, independientemente. Derrumbar los mitos. No somos tolerantes, yo afirmo que eso es mentira. Esto es un país violento. Si me escuchan hablando así, a una hija de inmigrantes, me fusilan. ¿Hasta cuándo vamos a perpetuar ese mito? No nos ha ayudado. Todos los muertos que tenemos cotidianamente es algo imperdonable. El miedo con el que vive el ciudadano cotidiano es imperdonable. Estamos ante una situación muy grave como para decir que es muy extremista lo que estoy diciendo, pero es que lo estamos pagando con muertos, y con muertos jóvenes.
¿Necesita el cine venezolano otro modelo cultural?
No, por el contrario, necesita desarrollar el suyo propio. Por ejemplo, el lenguaje cinematográfico, cómo yo cuento algo. ¿Quién ha encontrado un lenguaje propio en Latinoamérica? No es tanto los temas que maneja sino cómo los maneja, y creo que una de las tareas de las nuevas generaciones es encontrar un lenguaje que nos represente mejor, un trabajo de creatividad que hay que hacer. Cuando uno empieza a recibir herramientas como una cámara y un material en 16mm y un micrófono, uno dice “nada ha sido contado cinematográficamente en este país”. Y lo primero ante una realidad que nos ha apabullado es ella misma, como documento, es tan sorprendente que ahí va un mensaje muy fuerte, entonces comienzan a documentarla porque nadie lo había hecho. Es lógico que primero se busque una aproximación documental, hasta que unos pocos que saben más de lenguaje cinematográfico se pueden atrever a emprender un proyecto de ficción que necesita de muchos recursos, conocimientos técnicos, actores, etc. que el cine documental, donde tu sales con tu aparato y vas documentando la realidad con tu ojo subjetivo por supuesto, porque lo objetivo no existe. Pero el esfuerzo de hacer cine de ficción, el conocimiento que hay que tener es más amplio que el que hay que tener para hacer cine documental. Entonces poco a poco los venezolanos dijeron “podemos hacer cine, nos podemos expresar.” Comienza así, con movimientos de izquierda de los 60 sucediéndose en todo el continente.
Sin embargo, en Venezuela no gusta el cine documental…
No, no gusta. Porque la gente que va al cine, y es la razón porque algunas películas no tienen éxito, es porque la gente está harta de su realidad. La gente no se siente contenta con su realidad. De ninguno de los dos bandos políticos. Unos porque quieren más y otros porque les parece una locura lo que está viviendo, otros se entusiasman, el cine no es más que un reflejo de lo que vive subjetivamente la sociedad. Y la ficción es mucho más costosa y difícil que el cine documental. Esa es una de las grandes realidades.
¿Busca el cine venezolano reivindicar de alguna forma a las personas que están al margen?
Pero claro. Desde que existe. Porque, cuando ves una realidad, más todavía cuando has viajado a otros continentes que históricamente ya han pasado por estos avatares, donde están garantizados los derechos fundamentales y las comparas con países donde esto todavía no ha sucedido, el más perjudicado siempre será el foco de atención. Los extremos siempre hacen más fácil el ejemplo que una persona que está en los grises, los términos medios. Por eso también esa tendencia a los estereotipos.
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