La vulgaridad
En medio de tanta vulgaridad, hay que ser muy idiota para atreverse a decir algo inteligente
MANUEL ZAPATERO | EL UNIVERSAL
jueves 13 de septiembre de 2012 12:00 AM
El tipo odiaba la vulgaridad pues pensaba que era impropio de personas cultas y educadas y, en consecuencia, tenía como máxima que la originalidad es la única cosa cuya utilidad no pueden comprender los espíritus vulgares. Por ello se reunía con gente con imaginación, gente de las artes, la ciencia y las letras buscando su contacto para deslindarse de la vulgaridad que le rodeaba.
Vano esfuerzo, la vulgaridad era tan potente que difícilmente podía evitar sus efectos aunque a veces pensaba que podría tener cierta utilidad, como cuando se exageran o denigran temas socialmente dignificados, con la inclusión de elementos vulgares que aportan un tono cómico e inconformista al tema u objeto del que se habla.
Hay una muchedumbre de seres que se esfuerzan en no ser vulgares. Mas parece que no se tiene mucho en cuenta lo difícil que es no ser vulgar. Porque, en general, todos somos vulgares ya que nacemos originales y morimos copias. Vivir, ya es una dichosa vulgaridad. Nos ayuda a recobrar la calma y a disfrutar de la hermosa banalidad de una existencia lenta, sin pretensiones y apacible como son nuestras vidas cuando sólo los muertos miran la hora.
Aunque a veces le producía cierto estupor haber conocido a personas intelectualmente muy valiosas y complejas -nada vulgares- comprometidas con la sociedad, torturadas por sus responsabilidades, que desearían retirarse y llevar una vida vulgar. Así, pues, no tenía más remedio que admitir que «lo vulgar» tiene un gran valor y tiene un halo de vitalidad y de paz cotidiana que nos la hace deseable por demás. La poderosa vulgaridad que acababa abrumándole y confundiéndole. Le parecía incomprensible que la mediocridad unida a la vulgaridad estuviese solo al alcance del que tiene buenos padrinos. Sabía que con el paso del tiempo se descubriría la futilidad de esos personajes, que acabaría reflejándose a menudo en su incoherencia. Por último, pensaba que en medio de tanta vulgaridad, hay que ser muy idiota para atreverse a decir algo inteligente.
mzapatero21@gmail.com
Vano esfuerzo, la vulgaridad era tan potente que difícilmente podía evitar sus efectos aunque a veces pensaba que podría tener cierta utilidad, como cuando se exageran o denigran temas socialmente dignificados, con la inclusión de elementos vulgares que aportan un tono cómico e inconformista al tema u objeto del que se habla.
Hay una muchedumbre de seres que se esfuerzan en no ser vulgares. Mas parece que no se tiene mucho en cuenta lo difícil que es no ser vulgar. Porque, en general, todos somos vulgares ya que nacemos originales y morimos copias. Vivir, ya es una dichosa vulgaridad. Nos ayuda a recobrar la calma y a disfrutar de la hermosa banalidad de una existencia lenta, sin pretensiones y apacible como son nuestras vidas cuando sólo los muertos miran la hora.
Aunque a veces le producía cierto estupor haber conocido a personas intelectualmente muy valiosas y complejas -nada vulgares- comprometidas con la sociedad, torturadas por sus responsabilidades, que desearían retirarse y llevar una vida vulgar. Así, pues, no tenía más remedio que admitir que «lo vulgar» tiene un gran valor y tiene un halo de vitalidad y de paz cotidiana que nos la hace deseable por demás. La poderosa vulgaridad que acababa abrumándole y confundiéndole. Le parecía incomprensible que la mediocridad unida a la vulgaridad estuviese solo al alcance del que tiene buenos padrinos. Sabía que con el paso del tiempo se descubriría la futilidad de esos personajes, que acabaría reflejándose a menudo en su incoherencia. Por último, pensaba que en medio de tanta vulgaridad, hay que ser muy idiota para atreverse a decir algo inteligente.
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