Yo soy

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viernes, 1 de noviembre de 2013

La receta es comprensible para quien presume que vendrá un diluvio y lo importante será sobrevivir, y entonces recoger el poder que rodará por entre el vacío y la putrefacción de las fantasías.


Sobre Shakespeare, la Invención de lo Humano
Por Harold Bloom

NOTA:Harold Bloom (nacido el 11 de julio 1930) es un crítico literario estadounidense y profesor de ley de Humanidades en la Universidad de Yale .  Desde la publicación de su primer libro en 1959, Bloom ha escrito más de 20 libros de crítica literaria , varios libros discutirreligión , y una novela. Ha editado cientos de antologías sobre numerosas figuras literarias y filosóficas para el Chelsea House editorial.  Los libros de Bloom han sido traducidos a más de 40 idiomas.Bloom tiene un profundo aprecio por Shakespeare [ y lo considera el centro supremo del Canon Occidental que resulta ser un libro interesante que aproxima al lector hacia una serie de lecturas que se han convertido en canónicas, o eso es al menos lo que piensa su autor.Desde el principio, el lector percibe que la idea de un Shakespeare como representante de la quintaesencia de la literatura, va a vertebrar todo el libro. El escritor inglés se convierte en su auténtico fetiche y va a servir para “medir” a cualquier otro autor. Bloom siente predilección por él y no lo oculta ni lo disimula con sutiles comentarios, “El canon occidental”, es shakesperiano por los cuatro costados y después de su lectura, parece obvio que su autor sea anglosajón. 

Ahora bien, ¿Qué se entiende por canon? Bloom aduce que un signo de originalidad capaz de otorgar el estatus canónico a una obra literaria es esa extrañeza que nunca acabamos de asimilar o que se convierte en algo tan asumido que permanecemos ciegos a su características. La visitación a un libro, por segunda vez, proporciona a una obra el carácter de canónica. Bloom se centra en una defensa a ultranza de una tradición literaria occidental, denostando el multiculturalismo y a sus seguidores, que para él se encuentran incluidos en la Escuela del Resentimiento, auténticos “enemigos de la literatura”. Bloom se muestra como un crítico que presenta un canon conservador que intenta “salvar” la propia literatura de agentes nocivos que terminarán por desvirtuar su lista de obras. 
Leamos un artículo de Bloom y cómo se enlaza con nuestra realidad actual venezolana
   "Antes de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personales menores claramente distinguibles.
Cuanto más lee y pondera uno las obras de Shakespeare, más comprende uno que la actitud adecuada ante ellas es la del pasmo. Cómo pudo existir no lo sé, y después de dos décadas de dar clases casi exclusivamente sobre él, el enigma me parece insoluble. Este libro, aunque espera ser útil para otras personas, es una declaración personal, la expresión de una larga pasión (aunque sin duda no única) y la culminación de toda una vida de trabajo leyendo y escribiendo y enseñando en torno a lo que sigo llamando tercamente literatura imaginativa. La "bardolatría", la adoración de Shakespeare, debería ser una religión secular más aún de lo que ya es. Las obras de teatro siguen siendo el límite exterior del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo moralmente, incluso espiritualmente. Se ciernen más allá del límite del alcance humano, no podemos ponernos a su altura. Shakespeare seguirá explicándonos, que es el principal argumento de este libro. Este argumento lo he repetido exhaustivamente, porque a muchos les parecerá extraño.
Ofrezco una interpretación bastante abarcadora de las obras de teatro de Shakespeare, dirigida a los lectores y aficionados al teatro comunes. Aunque hay críticos shakespeareanos vivos que admiro (y en los que abrevo, con sus nombres), me siento desalentado ante gran parte de lo que hoy se presenta como lecturas de Shakespeare, académicas o periodísticas. Esencialmente, trato de proseguir una tradición interpretativa que incluye a Samuel Johnson, William Hazlitt, A. C. Bradley y Harold Goddard, una tradición que hoy está en gran parte fuera de moda. Los personajes de Shakespeare son papeles para actores, y son también mucho más que eso: su influencia en la vida ha sido casi tan enorme como su efecto en la literatura postshakespeareana. Ningún autor del mundo compite con Shakespeare en la creación aparente de la personalidad, y digo "aparente" aquí con cierta renuencia. Catalogar los mayores dones de Shakespeare es casi un absurdo: ¿Dónde empezar, dónde terminar? Escribió la mejor prosa y la mejor poesía en inglés, o tal vez en cualquier lengua occidental. Esto es inseparable de su fuerza cognitiva; pensó de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor. Es asombroso que un tercer logro supere a éstos, y sin embargo comparto la tradición johnsoniana al alegar, casi cuatro siglos después de Shakespeare, que fue más allá de todo precedente (incluso de Chaucer) e inventó lo humano tal como seguimos conociéndolo. Una manera más conservadora de afirmar esto me parecería una lectura débil y equivocada de Shakespeare: podría argumentar que la originalidad de Shakespeare estuvo en la representación de la cognición, la personalidad, el carácter. Pero hay un elemento que rebosa de las comedias, un exceso más allá de la representación, que está más cerca de esa metáfora que llamamos "creación". Los personajes dominantes de Shakespeare -Falstaff, Hamlet, Rosalinda, lago, Lear, Macbeth, Cleopatra entre ellos- son extraordinarios ejemplos no sólo de cómo el sentido comienza más que se repite, sino también de cómo vienen al ser nuevos modos de conciencia.
Podemos resistirnos a reconocer hasta qué punto era literaria nuestra cultura, particularmente ahora que tantos de nuestros proveedores institucionales de literatura coinciden en proclamar alegremente su muerte. Un número sustancial de norteamericanos que creen adorar a Dios adoran en realidad a tres principales personajes literarios: el Yahweh del Escritor J (el más antiguo autor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de Marcos, y el Alá del Corán. No sugiero que los sustituyamos por la adoración de Hamlet, pero Hamlet es el único rival secular de sus más grandes precursores en personalidad. Su efecto total sobre la cultura mundial es incalculable. Después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental; nadie le reza, pero tampoco nadie lo rehuye mucho tiempo. (No se le puede reducir a un papel para un actor; tendríamos que empezar por hablar, de todos modos, de "papeles para actores", puesto que hay más Hamlets que actores para interpretarlos.) Más que familiar y sin embargo siempre desconocido, el enigma de Hamlet es emblemático del enigma mayor del propio Shakespeare: una visión que lo es todo y no es nada, una persona que fue (según Borges) todos y ninguno, un arte tan infinito que nos contiene, y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros.
Con la mayor parte de las obras de teatro, he tratado de ser tan directo como lo permitían las rarezas de mi propia conciencia; dentro de los límites de una franca preferencia por los personajes antes que por la acción, y de una insistencia en lo que llamo "ir al primer plano" mejor que el "ir al trasfondo" de los historicistas viejos y nuevos. La sección final, "Ir al primer plano", pretende ser leída en relación con cualquiera de las obras de teatro indiferentemente, y podría haberse impreso en cualquier parte de este libro. No puedo afirmar que soy directo en lo que respecta a las dos partes de Enrique iv, donde me he centrado obsesivamente en Falstaff, el dios mortal de mis imaginaciones. Al escribir sobre Hamlet, he experimentado con el uso de un procedimiento cíclico, tratando de los misterios de la obra y de sus protagonistas mediante un constante regreso a mi hipótesis (siguiendo al difunto Peter Alexander) de que el propio Shakespeare joven, y no Thomas Kyd, escribió la primitiva versión de Hamlet que existió más de una década antes del Hamlet que conocemos. En El rey Lear, he rastreado la fortuna de las cuatro figuras más perturbadoras ?el Bufón, Edmundo, Edgar y el propio Lear a fin de rastrear la tragedia de ésta que es la más trágica de las tragedias.
   Hamlet, mentor de Freud, anda por ahí provocando que todos aquellos con quienes se encuentra se revelen a sí mismos, mientras que el príncipe (como Freud) esquiva a sus biógrafos. Lo que Hamlet ejerce sobre los personajes de su entorno es un epítome del efecto de las obras de Shakespeare sobre sus críticos. He luchado hasta el límite de mis capacidades por hablar de Shakespeare y no de mí, pero estoy seguro de que las obras han inundado mi conciencia, y de que las obras me leen a mí mejor de lo que yo las leo. Una vez escribí que Falstaff no aceptaría que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Eso se aplica también a los iguales de Falstaff, ya sean benignos como Rosalinda y Edgar, pavorosamente malignos como lago y Edmundo, o claramente más allá de nosotros, como Hamlet, Macbeth y Cleopatra. Unos impulsos que no podemos dominar nos viven nuestra vida, y unas obras que no podemos resistir nos la leen. Tenemos que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente como podamos, sabiendo a la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún. Nos leen definitivamente."

El Nacional 1 de Noviembre 2013
En un curso donde analizaba a Freud y Shakespeare, Harold Bloom advertía a sus alumnos que no le interesaba hacer una lectura freudiana de Shakespeare sino una suerte de lectura shakesperiana de Freud: “La psicología freudiana es en realidad una invención shakesperiana que Freud codifica”. Según Bloom, Shakespeare fue el primero en ofrecer una representación de seres pensando en voz alta, que además eran capaces de reflexionar sobre sus propios pensamientos al punto de convertirse en nuevos personajes.
Ya santo Tomás de Aquino lo había previsto: “El entendimiento puede pensarse a sí mismo”. Esta capacidad de articular nuestros pensamientos, reflexionar sobre sus consecuencias y generar cambios vitales al evaluar la relación entre lo pensado y la realidad, es una delicada trilogía que puede perderse en cualquiera de los eslabones. Una secuencia que nos lleva a la famosa frase de Einstein: “No se puede arreglar un problema con la misma mentalidad que lo creó”; especialmente cuando esa mentalidad se fundamenta en una histérica repetición para mantenerse aferrado al poder.
En el capítulo del Cuarto libro de Gargantúa y Pantagruel, los protagonistas vienen navegando entre glaciares cuando escuchan exclamaciones de una batalla librada un año antes. “Tomad, tomad, dijo Pantagruel, vedlas aquí que no están todavía descongeladas. Entonces nos lanzó a la cubierta puñados de palabras heladas, y parecían cuentas perladas de distintos colores que al calentarlas con nuestras manos se fundían como nieve, y las oíamos realmente”.
En las neveras de la revolución bolivariana están depositadas y congeladas toneladas de frases del comandante eterno que cada tanto se recalientan en un torrente con una misma coletilla: la amenaza a su propia eternidad. Esta reiteración anula la capacidad de decir lo que realmente se siente y destruye el sentido de las necesarias reflexiones para cambiar un rumbo suicida. El actual presidente a veces logra encarnar el extremo que representa el Yago de Otelo con su profunda irreflexión: “Yo no soy lo que soy”, para luego agregar: “Yo soy el otro, el siempre amenazado por el imperio”.
Esta será una de las explicaciones de cómo una revolución, basada en palabras, terminará devorada por sus mismas palabras. Ya lo decía Vallejo: “Y si después de tantas palabras,/ no sobrevive la palabra./ Más valdría, en verdad,/ que se lo coman todo y acabemos”.
Según López Pedraza, la histeria bloquea el acceso a “la conciencia de fracaso”, al sentido y las lecciones que implica fracasar. Jung pensaba que la histeria equivale a una plataforma donde rebotan todos los aconteceres impidiendo que estos se transformen en experiencias personales, en “la historia del hombre sobre la tierra”.
Otra explicación de nuestros desquiciados rebotes la ofrece Julio Ramón Ribeyro: “La locura no consiste en carecer de razón, sino en querer llevar la razón que uno cree tener hasta sus últimas consecuencias” (pensemos en el “nudo giordani”, el cual, como el gordiano, carece de principio y de final).
Recuerdo ahora, vagamente, una película sobre una orquesta que en plena Segunda Guerra Mundial intenta huir de Alemania hacia Suiza. Agentes de la resistencia los están ayudando, pero los músicos son descubiertos cuando están a punto de cruzar la frontera. Solo uno de los agentes logra salvarse al cubrirse con un elegante abrigo. El general alemán sospecha, pero decide esperar a la primera presentación de la orquesta para descubrir al único miembro de la orquesta que no es un virtuoso. No recuerdo qué instrumento le dieron al agente para que no se notara su impericia. El bombo o los platillos serían coartadas demasiado obvias. La solución más ingeniosa es ponerlo a hacer de excéntrico director. ¿Quién no sabe manejar con cierta gracia una batuta en el aire?
Entiendo que esta payasada solo es posible si la orquesta está perfectamente ensamblada después de laboriosos ensayos. En nuestra patria se da justo el caso opuesto: la orquesta de nuestros dirigentes es tan disonante y sorda que no importa quién la dirija, siempre va a realizar una interpretación peor que la anterior.
Un verdadero director reflexiona al reflejarse en su orquesta y realiza ajustes incluso en su propia visión de la música. El agente coleado solo puede imitar, intentar sobrevivir entre aspavientos y metidas de pata.
Mientras tanto, el líder de la oposición me recuerda a un paciente que recibe un cínico consejo de su doctor: “En vez de obsesionarse con la cura, ¿por qué no se ajusta a un tratamiento que pueda costear?”. Sus acciones y pensamientos parecen concentrarse en lo necesario para mantenerse en el juego como candidato y paciente de este inmenso hospital, generador de tantas enfermedades. La receta es comprensible para quien presume que vendrá un diluvio y lo importante será sobrevivir, y entonces recoger el poder que rodará por entre el vacío y la putrefacción de las fantasías.

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