Arthur Schopenhauer: el genio y sus reveses
La disciplinada dedicación del Doctor en Filosofía, Luis Fernando Moreno Claros, a la vida y obra de Schopenhauer, agrega ahora una clarificadora biografía. A sus traducciones de la “Dialéctica Erística” (2011) y de los “Diario de viaje” (2012), y a su notable estudio sobre su pensamiento filosófico publicado en el 2010 (Biblioteca Grandes Pensadores, Editorial Gredos), se suma ahora “Schopenhauer. Una biografía”, equilibrado texto que se aproxima a la vida del hombre, al tiempo que desgrana los trazos esenciales de su contribución al pensamiento de occidente
Un privilegiado: su padre fue un comerciante rico y republicano, culto y reputado (una sugerente señal: fue heredero de un dibujo original de Durero); su madre, ingeniosa, versátil y de firme carácter, como lo demostraría muchas veces en su vida. Arthur Schopenhauer nació en Danzing, el 22 de febrero de 1788. Siempre agradeció a su padre el que le haya provisto de las condiciones y recursos que hicieron de él, un hombre de estudio y pensamiento.
Las diferencias entre los padres de Schopenhauer no se limitaban a la edad (Johanna, la madre, nació en 1766; Heinrich, el padre, en 1747). Constituyen una marca profunda e irreversible en el carácter y la visión del mundo de Schopenhauer. Lo más probable es que haya sido él mismo, el primero en preguntarse y responder a la doble cuestión de qué había heredado del padre y qué de la madre.
La infancia de Arthur parece haber transcurrido sin perturbaciones. Tenía cinco años, en marzo de 1793, cuando la familia debió partir a Hamburgo, ante la inminente ocupación militar de Danzing por parte de Prusia. “En la más tierna edad me quedé sin patria. Desde entonces jamás he vuelto a tener otra”. La familia se estableció allí. Adele, la única hermana de Arthur, nacería en Hamburgo (1797). Los negocios del padre prosperaron. El pequeño fue educado con primor. A los diez años vivió en Francia, donde aprendió la lengua francesa, además de los primeros rudimentos del latín: con el tiempo, Schopenhauer se haría políglota. Siendo un adolescente, hizo dos viajes por Europa, el primero entre julio y octubre de 1800 (conoció Hannover, Weimar, Praga, Carlsbad, Dresde, Berlín, Leipzig y otras ciudades); el segundo, de mayo de 1803 a agosto de 1804, en un recorrido que incluyó decenas de lugares, museos, monumentos, paisajes y el encuentro con personalidades en Holanda, Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania, Suiza y Austria (un ejemplo: a Friedrich Schiller). Los diarios que escribió de ambos recorridos son, hasta ahora, los primeros textos suyos conocidos. En ellos queda patente la estupefacción del adolescente ante el estado de galeotes y presos (también a su madre, que mucho más adelante se convertiría en una popular escritora, estos viajes le marcaron de forma indeleble). Su amor por los libros se hizo presente muy temprano: mientras su padre le conducía hasta Voltaire, el adolescente leía poesía. Desde su primera escritura, su estilo desecha la palabrería y se impone la premisa de la claridad. Su pensamiento –su empresa filosófica– se fundamentaría en la experiencia, derivaría del contacto con la realidad. Muy temprano aparecen, su fascinación por la naturaleza –su pasión por las cumbres- “la desconfianza que ya le provocaban las formas externas de la religión”. Pero también muy temprano la hosquedad, cierta inflexibilidad, un orgullo que podía salirse de su contenedor, sus modos arrolladores de opinar, los trazos más gruesos de su carácter, comenzaron a moldear sus relaciones con los demás.
La formación del pesimista
Sobre el joven pesaba lo que él experimentaba como una amenaza: su padre ansiaba que siguiera sus pasos y se convirtiera en comerciante. En abril de 1805 –acababa de cumplir 17 años– su padre apareció muerto en las adyacencias de su casa. Se inicia una época que le marcará en su vocación y en las relaciones con su madre. Ella se mudó a Weimar, la ciudad donde vivía Goethe, centro intelectual de Alemania (allí, Johanna Schopenhauer fundaría un prestigioso salón literario al que asistirían hombres como Goethe y Wieland, y daría inicio a su exitosa carrera como autora de novelas románticas).
Con cuidada delicadeza argumental, Moreno Claros establece una posibilidad que explique el origen del pesimismo de Schopenhauer: habría sido en aquellos tiempos, tras la muerte del padre y disuelta la familia en la práctica, cuando el pesimismo estructural que es el sello de su pensamiento, podría haber arraigado. Sus cartas de entonces dan cuenta del sombrío. En abril de 1807, Johanna le escribe y le insta a tomar un camino. Le advierte: dejar atrás la opción de convertirse en un comerciante, y escoger la vía del estudio, tendrá consecuencias, dificultades. Vanas advertencias: el joven ya llevaba una vida dedicado al estudio y al pensamiento. Era dueño de una inteligencia descollante. Con el paso del tiempo, políglota. Su conocimiento de los clásicos sobrepasaba cualquier probabilidad. Luego de una corta estadía en un instituto en Gotha, de donde fue expulsado (Johanna le escribió: “sé que hay pocos que sean mejores que tú, pero, no obstante, eres pesado e insoportable, y considero harto penoso vivir contigo”), prosiguió sus estudios en Weimar. A finales de 1809 comenzó a estudiar medicina en la Universidad Georgia Augusta, de Gotinga. Sus cuadernos de notas testimonian su dedicación a Platón y a Kant. El hombre solitario e incompetente para la amistad, se instaló en Berlín en el otoño de 1811, ahora sí para entregarse de lleno a la filosofía y a la meditación de la ciencia.
Lee. Su entrega al estudio es casi desproporcionada. Marco Aurelio, Montaigne, Rabelais, Locke, Schelling, Hume y más. En sus cuadernos, aparecen los primeros elementos de lo que será su pensamiento. Moreno Claros, traductor de los diarios de viaje del joven Schopenhauer y autor de un clarificador estudio sobre su pensamiento, ordena algunas evidencias de cómo la filosofía de Schopenhauer comienza a aparecer y a interconectar unas piezas con otras. El joven siente que algo grande se incuba en su mente (“me siento fructificar”). En 1813 obtiene el título de doctor en filosofía, magna cum laude, por la Universidad de Jena, por su tesis doctoral, “De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, que redactó como inquilino de una pensión en Rudolstadt. Allí aparecían, de forma más nítida, algunos de los fundamentos de su pensamiento (“Una de sus tesis principales será la siguiente: que el mundo es, existe, mientras hay un cerebro que se lo representa, fuera de ese cerebro no hay mundo tal y como lo conocemos”). El empuje de la mente de Schopenhauer era tan frontal, implacable y desafiante, que ni siquiera Goethe, más adelante, pudo confrontar su “Teoría de los colores” (1810) con “Sobre la visión y los colores” (1816), el libro de Schopenhauer que abordaba casi la misma problemática. Ante la posibilidad de verse arrollado por el joven, Goethe optó alejarse del impetuoso hijo de su querida amiga Johanna.
Nueva vida
Por aquellos años, 1813 y 1814, con firmes posiciones de parte y parte, el vínculo entre madre e hijo se fracturaría para siempre. En abril de 1814, Arthur fue conminado a abandonar la casa de Johanna. De allí partió a Dresde, donde viviría los siguientes cuatro años. En ese tiempo, años de hondura en el estudio y la reflexión, y en ese lugar ocurrió lo que a mí, no más que un lector aficionado me luce como un resultado simplemente descomunal: crea las bases de “El mundo como voluntad y representación”. Moreno Claros reproduce dos anotaciones del cuaderno de Schopenhauer correspondientes a 1814: “El mundo como cosa en sí es una gran voluntad que no sabe lo que quiere; como no sabe solo quiere, precisamente porque solo es voluntad y no otra cosa” (…) “El mundo es mi representación y el mundo es simple voluntad”. En apenas un año, Schopenhauer escribió su obra, que estuvo lista a finales de 1818, y que fue publicada por primera en 1819.
Aunque a los 30 años ya había escrito su obra magna, y era una persona excepcional en cuanto a que había heredado bienes que le permitían vivir sin mayores apremios (“un fausto destino me otorgó el ocio exterior y la íntima y vigorosa energía para poder producir pronto y fresco lo que otros, por ejemplo Kant, aun siendo fruto de su juventud, solo pudieron servir marinado en el vinagre de la vejez”), quizás Schopenhauer no fue feliz. Fue un hombre sin patria y sin familia; se desencantaba de sus maestros en corto tiempo; no logró tener relaciones duraderas con las mujeres; era puntilloso y engreído, por lo que tuvo pocos amigos y todavía menos interlocutores; sus intentos por establecerse como profesor universitario fueron fallidos; tarde, muy tarde, le llegó el reconocimiento a su obra. Fue un genio, la vida cargada de reveses.
En lo fundamental, un solitario. No fue una persona especialmente enfermiza, pero no resistió la neumonía que lo mató en septiembre de 1860. Los últimos cinco años de su vida disfrutó de reconocimiento y de lecturas comprensivas de su obra. Le llamaban “el Buda de Fráncfort”, ciudad en la que se instaló en 1832. En 1838 murió su madre. En 1849 su hermana Adele. En 1851 aparecieron los dos tomos de “Parerga y paralípomena”, que reúne sus ensayos, opiniones y escritos breves.
Una temprana anotación de 1822-1823 (Schopenhauer tenía alrededor de 34 años) es reveladora de su dificultad para acomodarse a las asperezas de vivir: “Cuando a veces me sentía desdichado, fue a causa de una ‘méprise’, de un error personal; fue por haberme creído otro hombre distinto de aquel que soy, de cuyas desgracias me lamentaba; por ejemplo, un profesor que nunca llegará a catedrático y que no tiene alumnos; o un hombre del que habla mal un filisteo o del que chismorrea una comadre; o el acusado en un proceso por injurias; o el amante del que nada quiere saber la muchacha de la que se ha encaprichado; o el paciente al que su enfermedad recluye en casa; u otra persona, atormentada por miserias similares. Pues bien, yo no he sido ninguno de estos; conforman un tejido que me es ajeno y que, como mucho, sirvió para que se confeccionase un frac que solo me he puesto unos momentos y que enseguida cambié por otro. Entonces, ¿quién soy yo de verdad? Pues el que ha escrito “El mundo como voluntad y representación” y que ha dado tal solución al gran problema de la existencia que deja obsoletas las precedentes y que, en cualquier caso, mantendrá ocupados a los pensadores de los siglos venideros. Este soy yo, ¿quién podrá disputarme este mérito?”.
Tres fragmentos de El arte de tener razón
Estratagema 22
Si nos apremia a admitir algo de lo que se seguiría inmediatamente el problema en discusión, nos negaremos, presentándolo como una petitio principii; pues será fácil que él y los oyentes consideren idéntica al problema una proposición estrechamente relacionada con el problema, y así le privamos de su mejor argumento.
Estratagema 23
La contradicción y la discusión incitan a la exageración de la afirmación. Podemos pues, mediante la contradicción, incitar al adversario a enfatizar más allá de la verdad una afirmación que en sí misma y en sus debidos límites es en todo caso cierta: y cuando hayamos refutado esa exageración, parecerá que hemos refutado también su tesis original. Por el contrario, nosotros mismos debemos cuidarnos de que al contradecirnos nos induzcan a la exageración o a la desmedida extensión de nuestra tesis.
Muchas veces el propio adversario buscará directamente extender nuestra afirmación más allá de los límites en los que la habíamos expuesto nosotros: debemos ponerle coto de inmediato y reconducirle a los términos de nuestra afirmación con «esto es todo lo que he dicho, nada más».
Estratagema 24
Forzar consecuencias. De la tesis del adversario, mediante falsas conclusiones y tergiversaciones de los conceptos, se fuerzan tesis que no están en la suya y que no se corresponden en absoluto con su opinión, sino que, por el contrario, son absurdas o peligrosas: y puesto que parece que de su tesis se desprenden tesis semejantes, contradictorias consigo mismas o con verdades reconocidas, se hace pasar esto por una refutación indirecta, apagoge, lo que es otra aplicación de la fallada non causae ut causae.
*Tomados de El arte de tener razón, Alianza Editorial, España, 2002.
Schopenhauer. Una biografía.
Luis Fernando Moreno Claros.
Editorial Trotta,
España, 2014.
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