Yo soy

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domingo, 22 de marzo de 2015

Quienes le han leído, coinciden: Weinberger ha incorporado nuevas dimensiones a las prácticas del ensayo. Se asoman aquí algunas sensaciones, derivadas de leer tres de sus libros traducidos: “Rastros kármicos” (2002), “Algo elemental” (2010) y “Las cataratas” (2012)

Leer a Eliot Weinberger

Eliot Weinberger / Foto Cortesía
Eliot Weinberger / Foto Cortesía
Quienes le han leído, coinciden: Weinberger ha incorporado nuevas dimensiones a las prácticas del ensayo. Se asoman aquí algunas sensaciones, derivadas de leer tres de sus libros traducidos: “Rastros kármicos” (2002), “Algo elemental” (2010) y “Las cataratas” (2012)

UNO
De leer a Weinberger:
Puedo suponer, en lo sucesivo, que a esta hora Weinberger debe tener puesta su concentración en algún asunto del que tampoco tengo noticia, ajeno a mi estrecho horizonte de lector occidental. Neoyorkino (1949), la riqueza de su temario me recuerda que en el mundo pululan otros centros que no vemos. Weinberger visibiliza lo que subyace o vive más allá de nuestros límites mentales.
Esa condición de ‘remoto’, lo es de muchas maneras. Puede, por ejemplo, transcurrir por rutas geográficas imprevistas: ir del Valle del Indo en la confluencia de Pakistán, Afganistán y La India, al subsuelo de Somalia donde viven unos animalitos llamados farunferes; distribuirse por las innumerables versiones que ha recogido de la Atlántida para luego recalar en ese desconcertante nudo del planeta que es Islandia; incitarnos a pensar en la significación de ‘vórtice’ para más adelante, en un ensayo cuya extensión es de 14 palabras, titulado “El Sáhara”, simplemente decir: “Las patas de los camellos dejan en la arena huellas de hojas de loto”.
Remoto, también por la diversidad de los tiempos: Shen Fu, autor de una biografía, Seis testimonios de una vida flotante (1809) que no hace uso del tiempo cronológico; los Mandeos, pueblo más antiguo que el Islam, localizado en las fronteras entre Irak e Irán, que todavía sobrevive; el Upánishad Jaiminiya, cuyo origen posiblemente se remonta –todo, en estos ensayos de Weinberger, remonta– más allá del siglo VI antes de Cristo.
Remoto (proviene del latín remotus: apartado, retirado) porque su guía de intereses desafía nuestra comodidad mental: las apariciones kármicas; los holotúridos que viven en los suelos de todos los mares del mundo y los chochines que “viven en casi todas partes, se alimentan de casi todo, se adaptan a la mayoría de los climas”; Santa Perpetua, mártir que murió atravesada por una espada romana en un circo, el 7 de marzo del año 203; los viajeros a las antípodas (que son numerosísimos en estas relaciones de Weinberger) o la controversia que, en una pieza titulada “La tribu cámara”, plantea a las prácticas que presumen de atrapar la realidad de etnógrafos, antropólogos y afines.
Remoto, especialmente, por su modo de avanzar en cada ensayo. En Weinberger ensayar es recorrer. Caminar abierto, largo y decidido. Ir de un punto a otro en el pensamiento, de un tiempo a otro, de un saber a otro cuya conexión no siempre es obvia ni inmediata (no rinde ofrenda a la lógica argumentativa, ni a ninguna secuencia previsible). Lo excepcional no es que viaje (también Edgar Morin, George Perec, Aby Warburg o Rudy Kousbroek han usado el método del viaje para alcanzar otro lugar de la imaginación u otro ámbito del conocimiento), sino que desplazarse, viajar, tiene como finalidad la de no arribar. No cerrar y seguir. No clausurar puesto que el hombre y el mundo siguen abiertos.
Weinberger no necesita detenerse: sus recorridos no pasan por la superficie. El efecto de acumulación que produce, podría provenir de la poesía, de los textos sagrados, de reminiscencias e invocaciones, del murmullo de las oraciones, de esa innombrable emanación de sensaciones e imágenes que tienen ciertas palabras y ciertos nombres: el pensar, la condición poética de lo humano.
Pero todas estas otras dimensiones de lo humano (evito aquí el uso de la fórmula ‘realidades humanas’, porque la palabra ‘realidad’ está cargada de tierra y piedras, y los desplazamientos de Weinberger parecen impulsados por vientos que dejan atrás tierras y mares), enterradas o no, arcádicas o no, afines o paralelas, en forma de ruina o deseo, comprensibles o prefiguradas más allá de nuestros sentidos, esos hombres y esos hechos que aparecen revestidos de lo que cuesta creer (como la historia del espiritista Indridi Indribason), que rebasa los compartimentos: pero estos ensayos ni siquiera podrían calificarse de interdisciplinarios, porque nada hay en ellos que se someta a las disciplinas, que no sea un deseo de ir más lejos: obra de un Odiseo sin Ítaca, un hombre en estado de desplazamiento que todavía no se ha propuesto volver.  

DOS
Lo antiguo, el comienzo, lo paradójico, lo incontestable, los límites, la plegaria, la reaparición, la ausencia, el arcaísmo, la sonoridad, lo paralelo, los sueños, la rendición, las interpretaciones, el curso de las cosas, lo concerniente, las religiones, el tigre, los tigres, las sagas, la enumeración, el vínculo, los karmas, la invención, el hondo convencimiento de que toda lista es incompleta. El parafraseo. “El poema sigue siendo, como siempre, un himno a, y un sueño de, su río desaparecido o invisible, su tiempo perdido o a punto de estallar”.
La acumulación, lo simultáneo, lo vacío, los vedas, la invocación, los obcecados, la cita, lo ajeno, las lenguas, la hipérbole, el vórtice, Blanqui, Borges, Mahoma, Buda, las cavidades, la paciencia, la variación, los ordenamientos, la derivación, lo místico, el paso del remolino a la vorágine, lo oculto, el murmullo, lo inconcebible, la hybris, la indagación, el desplazamiento de lo real hacia su invención, las posibilidades latentes, lo irreal que hay en toda realidad: el reconocimiento. La alegoría. La visión de 360 grados. La travesía a lo largo de los milenios.
Weinberger domina al lector: nunca anuncia lo que viene. Cada línea no pronostica la que sigue. Leer es distinto a presuponer. Es la experiencia, no de la sorpresa, sino de lo imprevisible. Una presencia nunca dicta la siguiente. Las funciones previsibles del texto quedan suspendidas.
De leer a Weinberger, emanan innumerables cuestiones: si estos tres libros son tres o es uno que se está rehaciendo de forma permanente como reordenamiento (incluso hay fragmentos de las traducciones de los mismos textos, que de una edición a la siguiente, cambian). Otra cuestión: si el asunto aquí es la Otredad o somos nosotros mismos (quizás nada sea verdaderamente remoto) interrogados por los desplazamientos de Weinberger. Otra: si la frase que dice, “Nunca antes una cultura había sabido tanto y entendido tan poco”, nos mira a los ojos o pasa a nuestro lado, sin siquiera rozarnos.

Rastros kármicos.
Editorial Emecé.
España, 2002.

Algo elemental.
Ediciones Atalanta.
España, 2010.

Las cataratas.
Duomo Ediciones.
España, 2012.

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