El recuerdo de Ingrid Bergman quedará siempre
El miércoles se cumplen 40 años de la muerte de la actriz sueca
Ingrid Bergman junto a Gregory Peck en una escena de "Casablanca" ARCHIVO/REUTERS
EFE/EL UNIVERSAL
lunes 27 de agosto de 2012 12:00 AM
Madrid.- Fue la Ilsa de Casablanca, rubia de Hitchcock, apasionada amante y esposa de Roberto Rossellini y, finalmente, rodó con el otro Bergman, Ingmar, en el crepúsculo de su carrera. Ingrid Bergman, una de las mejores actrices del cine, murió el día de su 67 cumpleaños hace tres décadas.
El mayor descubrimiento sueco de Hollywood tras la retirada de Greta Garbo había resultado ser una auténtica rubia de Hitchcock también fuera de las pantallas. "Era el ser humano más tímido jamás creado, pero tenía un león dentro que no se iba a callar", resumió en su autobiografía, My story, que fue todo un éxito de ventas y en la que expuso una fidelidad muy adelantada a su tiempo.
Bergman, nacida el 29 de agosto de 1915 en Estocolmo y fallecida en Londres el mismo día de 1982, había llegado a Hollywood algo reticente por su belleza campestre, su voz grave y su estatura excesiva (1,75), que hizo que Humphrey Bogart en Casablanca y Claude Rains en Notorious tuvieran que llevar alzas a su lado.
Pronto conquistó al público con un talento fuera de serie. Ganó su primer Óscar con Gaslihgt (1944); en 1956, le llegó el segundo por Anastasia. Bergman comenzó a ser una actriz madura pocos años después, pero con la edad ganó en presencia. Al final de su carrera siguió luciendo un genio dramático que se tradujo en un tercer Óscar por Murder on the Orient Express (1974) y, sobre todo, Autumn Sonata (1978), de Ingmar Bergman, en la que interpretó a una madre castradora y en la que volvió a lucir una de sus habilidades: tocar el piano.
Corría el año 1979 y volvió a ser nominada al Óscar pero no pudo ir a la ceremonia de los Óscar de ese año porque empezaba a estar enferma de cáncer de mama. "Si me impedís actuar, dejaré de respirar". Por eso, no dejó de actuar, aunque fuera para la televisión, con un telefilme que redondeó su trayectoria con un Emmy póstumo. Ya lo había ganado por The Turn of the Screw, de Henry James, en 1960, pero A Woman Called Golda, donde interpretó con voz gravísima a la primera ministra israelí Golda Meir fue su magistral canto de cisne.
El premio lo recogió su primera hija, Pia, de su primer matrimonio con el médico sueco Petter Lindström. "He tenido diferentes maridos y familias. Y me enorgullezco de todos ellos, los visito a todos. Pero en lo más profundo de mi ser siento que adonde pertenezco es al mundo del espectáculo", confesó la actriz en una ocasión.
El mayor descubrimiento sueco de Hollywood tras la retirada de Greta Garbo había resultado ser una auténtica rubia de Hitchcock también fuera de las pantallas. "Era el ser humano más tímido jamás creado, pero tenía un león dentro que no se iba a callar", resumió en su autobiografía, My story, que fue todo un éxito de ventas y en la que expuso una fidelidad muy adelantada a su tiempo.
Bergman, nacida el 29 de agosto de 1915 en Estocolmo y fallecida en Londres el mismo día de 1982, había llegado a Hollywood algo reticente por su belleza campestre, su voz grave y su estatura excesiva (1,75), que hizo que Humphrey Bogart en Casablanca y Claude Rains en Notorious tuvieran que llevar alzas a su lado.
Pronto conquistó al público con un talento fuera de serie. Ganó su primer Óscar con Gaslihgt (1944); en 1956, le llegó el segundo por Anastasia. Bergman comenzó a ser una actriz madura pocos años después, pero con la edad ganó en presencia. Al final de su carrera siguió luciendo un genio dramático que se tradujo en un tercer Óscar por Murder on the Orient Express (1974) y, sobre todo, Autumn Sonata (1978), de Ingmar Bergman, en la que interpretó a una madre castradora y en la que volvió a lucir una de sus habilidades: tocar el piano.
Corría el año 1979 y volvió a ser nominada al Óscar pero no pudo ir a la ceremonia de los Óscar de ese año porque empezaba a estar enferma de cáncer de mama. "Si me impedís actuar, dejaré de respirar". Por eso, no dejó de actuar, aunque fuera para la televisión, con un telefilme que redondeó su trayectoria con un Emmy póstumo. Ya lo había ganado por The Turn of the Screw, de Henry James, en 1960, pero A Woman Called Golda, donde interpretó con voz gravísima a la primera ministra israelí Golda Meir fue su magistral canto de cisne.
El premio lo recogió su primera hija, Pia, de su primer matrimonio con el médico sueco Petter Lindström. "He tenido diferentes maridos y familias. Y me enorgullezco de todos ellos, los visito a todos. Pero en lo más profundo de mi ser siento que adonde pertenezco es al mundo del espectáculo", confesó la actriz en una ocasión.
MEMORIA EMOTIVA
Teatro K concluye la trilogía dedicada al dramaturgo Alberto Pedro Torriente
JUAN A. GONZÁLEZ | EL UNIVERSAL
jueves 30 de agosto de 2012 12:00 AM
La eterna comilona
del poder
"El drama nunca fue favorecido por ningún poder, pues se trata de todo lo contrario: el drama es desobediencia y el poder obediencia. Creo que a pesar de todo hemos hecho teatro como hemos podido, a duras penas, como Dios manda", decía en una entrevista el dramaturgo cubano Alberto Pedro Torriente, fallecido de una cirrosis hepática a los 50 años de edad.
Al autor de piezas como Weekend en Bahía y Manteca ha dedicado el colectivo Teatro K una trilogía que concluye este fin de semana en la Sala Rajatabla con las últimas funciones de El banquete infinito.
Torriente es un dramaturgo que escribió desde la incomodidad, desde el dolor exasperante. Su teatro es tan vertiginoso como iracundo. No exento de poesía, pero sí fulminante en las aseveraciones que el escritor pone en boca de sus personajes.
Y eso se siente en el montaje que Morris Merentes dirige de El banquete infinito: de principio a fin, es un alarido contra las falsas democracias y los totalitarismos de cualquier ralea que en tono de farsa posmoderna -por descreída- retrata los intersticios de aquellos líderes políticos que escudándose en la necesidad de sacar a algún dictador del poder, terminan convertidos en reflejo de sus antecesores, sobre todo cuando son incapaces de escuchar los reclamos del pueblo, esa masa a la que sirven y que irónicamente es llamada en la pieza como el "conglomerado".
La propuesta escénica de Teatro K, que protagonizan Luis Carlos Boffill, Julio César Marcano, Varinia Arráiz, Orlando Paredes, Tony Ochoa y Christian Ponte, interpreta muy bien el espíritu del texto original, en el sentido que escenografía, vestuario y maquillaje no hacen más que reforzar el tamiz caricaturesco con el que son escrutados tanto el dictador depuesto como el entrante.
Su séquito de aduladores y traicioneros parásitos tampoco se salva de los disparos literarios de Torriente y de la puesta en escena de Merentes, que los dibuja como la trouppe de un circo de las ambigüedades: exageradamente afeminados ellos, y hombruna la única mujer del reparto.
Todas estas detestables criaturas -a las que autor y director niegan, lógico, un ápice de bondad-, desayunan, almuerzan y cenan con apetito voraz, lo cual refuerza la metáfora que describe la avaricia de los poderosos: siempre hambrientos, sedientos de gobernar... a como de lugar.
El banquete infinito es una de esas piezas que, a pesar de sus ráfagas de humor negro, incomoda como el buen arte. En conjunto, la propuesta actoral es eficaz, llena de detalles que definen muy bien a los personajes, aunque por momentos su desarrollo luzca plano, sin muchos matices emocionales, cosa que puede entenderse por el uso premeditado de los códigos gestuales típicos del bufón de la corte.
Lo que sí no se entiende es la recurrente falta de aire acondicionado en algunos teatros de la capital. Ello impide que cualquier espectáculo pueda ser disfrutado a plenitud. ¿Por qué siempre es el espectador quien sale maltratado?
jgonzalez@eluniversal.com
del poder
"El drama nunca fue favorecido por ningún poder, pues se trata de todo lo contrario: el drama es desobediencia y el poder obediencia. Creo que a pesar de todo hemos hecho teatro como hemos podido, a duras penas, como Dios manda", decía en una entrevista el dramaturgo cubano Alberto Pedro Torriente, fallecido de una cirrosis hepática a los 50 años de edad.
Al autor de piezas como Weekend en Bahía y Manteca ha dedicado el colectivo Teatro K una trilogía que concluye este fin de semana en la Sala Rajatabla con las últimas funciones de El banquete infinito.
Torriente es un dramaturgo que escribió desde la incomodidad, desde el dolor exasperante. Su teatro es tan vertiginoso como iracundo. No exento de poesía, pero sí fulminante en las aseveraciones que el escritor pone en boca de sus personajes.
Y eso se siente en el montaje que Morris Merentes dirige de El banquete infinito: de principio a fin, es un alarido contra las falsas democracias y los totalitarismos de cualquier ralea que en tono de farsa posmoderna -por descreída- retrata los intersticios de aquellos líderes políticos que escudándose en la necesidad de sacar a algún dictador del poder, terminan convertidos en reflejo de sus antecesores, sobre todo cuando son incapaces de escuchar los reclamos del pueblo, esa masa a la que sirven y que irónicamente es llamada en la pieza como el "conglomerado".
La propuesta escénica de Teatro K, que protagonizan Luis Carlos Boffill, Julio César Marcano, Varinia Arráiz, Orlando Paredes, Tony Ochoa y Christian Ponte, interpreta muy bien el espíritu del texto original, en el sentido que escenografía, vestuario y maquillaje no hacen más que reforzar el tamiz caricaturesco con el que son escrutados tanto el dictador depuesto como el entrante.
Su séquito de aduladores y traicioneros parásitos tampoco se salva de los disparos literarios de Torriente y de la puesta en escena de Merentes, que los dibuja como la trouppe de un circo de las ambigüedades: exageradamente afeminados ellos, y hombruna la única mujer del reparto.
Todas estas detestables criaturas -a las que autor y director niegan, lógico, un ápice de bondad-, desayunan, almuerzan y cenan con apetito voraz, lo cual refuerza la metáfora que describe la avaricia de los poderosos: siempre hambrientos, sedientos de gobernar... a como de lugar.
El banquete infinito es una de esas piezas que, a pesar de sus ráfagas de humor negro, incomoda como el buen arte. En conjunto, la propuesta actoral es eficaz, llena de detalles que definen muy bien a los personajes, aunque por momentos su desarrollo luzca plano, sin muchos matices emocionales, cosa que puede entenderse por el uso premeditado de los códigos gestuales típicos del bufón de la corte.
Lo que sí no se entiende es la recurrente falta de aire acondicionado en algunos teatros de la capital. Ello impide que cualquier espectáculo pueda ser disfrutado a plenitud. ¿Por qué siempre es el espectador quien sale maltratado?
jgonzalez@eluniversal.com
La historia de una cantante que no sabía cantar llega a Corp Banca
Elba Escobar le da vida a la soprano en "Glorious"
DANIEL FERMÍN | EL UNIVERSAL
jueves 30 de agosto de 2012
Florence Foster (1868-1944) fue una soprano estadounidense que no sabía cantar. El público iba a verla al teatro sólo para burlase de ella. Glorious, una obra escrita en 2005 por el inglés Peter Quilter, retrata la historia de la llamada "peor cantante del mundo", que llegará el 7 de septiembre al Centro Cultural BOD-Corp Banca.
La pieza, que será dirigida por Daniel Uribe, ya tuvo éxito en algunos países. "Florence se hizo famosa por su espíritu, por creer en el arte. La pieza, que va del humor a la nostalgia, sirve para recordar a un personaje maravilloso. Aquí mucha gente no la conoce", dijo el director del montaje, que contará con la protagonización de Elba Escobar.
La actriz, al igual que el resto del elenco, terminó enamorada de la cantante. "Me pareció conmovedora. Florence nunca dejó de soñar con ser artista, a pesar de ser una mujer millonaria. Sería algo así como La Tigresa del Oriente de la ópera", indicó la intérprete, que tuvo que tomar clases para aprender a cantar mal.
La pieza, que también cuenta con las actuaciones de Liliana Meléndez, Alberta Centeno y Germán Anzola, es una metáfora de la lucha por lo que uno quiere, más allá de sus propias adversidades (ser cantante sin tener oído musical, por ejemplo). Florence ahora canta a través de las voces de otros.
La pieza, que será dirigida por Daniel Uribe, ya tuvo éxito en algunos países. "Florence se hizo famosa por su espíritu, por creer en el arte. La pieza, que va del humor a la nostalgia, sirve para recordar a un personaje maravilloso. Aquí mucha gente no la conoce", dijo el director del montaje, que contará con la protagonización de Elba Escobar.
La actriz, al igual que el resto del elenco, terminó enamorada de la cantante. "Me pareció conmovedora. Florence nunca dejó de soñar con ser artista, a pesar de ser una mujer millonaria. Sería algo así como La Tigresa del Oriente de la ópera", indicó la intérprete, que tuvo que tomar clases para aprender a cantar mal.
La pieza, que también cuenta con las actuaciones de Liliana Meléndez, Alberta Centeno y Germán Anzola, es una metáfora de la lucha por lo que uno quiere, más allá de sus propias adversidades (ser cantante sin tener oído musical, por ejemplo). Florence ahora canta a través de las voces de otros.