Yo soy

Yo soy

viernes, 3 de agosto de 2012

Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo… Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio que habló a voz de fuego. Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo…. Todos saben que vivo, que mastico… Y no saben porque en mi verso chirrían, oscuro sinsabor de féretro… Todos saben… y no saben Que la Luz es tísica Y la Sombra gorda… Pues, yo nací un día en que Dios estuvo enfermo… gravemente enfermo. César Vallejo, Espergesia.


“El lamento de Ariadna”
Frederick Nietzsche
¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme un brasero para el corazón!
Tendida en la tierra, estremeciéndome,
como una medio muerta a quien se le calienta los pies,
agitada, ¡ay!, por fiebres desconocidas,
temblando ante glaciales flechas agudas de escalofrío,
cazada por ti, ¡pensamiento!

¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Aterrador!
¡Tú cazador entre las nubes!
¡Fulminada a tierra por ti,
ojo sarcástico que desde lo oscuro me mira!

Así yazgo yo,
me doblo, me retuerzo, atormentada
por todos los martirios eternos,
herida,
por ti, el más cruel cazador,
tú desconocido - dios...

¡Hiere más hondo!
¡Hiere de nuevo!
¡Pica, pica en este corazón!
¿A que viene este martirio
con flechas de dientes romos?
¿Qué miras otra vez
sin cansarte del tormento humano
con malévolos ojos de rayos divinos?

¿No quieres matar tú,
sólo martirizar, martirizar?
¿Para qué martirizarme - a mí,
malévolo dios desconocido?
¡Ah, ah!
¿Te acercas sinuoso
en semejante medianoche?...
¿Qué quieres tú?
¡Habla!
Me estrechas, me oprimes,
¡ah! ¡Ya demasiado cerca!
Tú me oyes respirar,
tú acechas mi corazón…
¡Tú atormentador!
¡Tú - dios verdugo!
¿O debo yo, como el perro,
refregarme contra el suelo ante ti?

¿Sumisa, embelesada fuera de mí
la cola por amor - menear?
¡Es inútil!
¡Punza otra vez!
¡El más cruel aquijón!
No soy tu perro - sólo tu presa.
¡El más cruel cazador!
tu más orgullosa prisionera,
tú bandido tras las nubes...

¡Habla al fin!
¡Tú encubierto con el rayo! ¡Desconocido! ¡Habla!
¿Qué quieres tú, salteador, de - mi?...
¿Cómo?
¿Un rescate?
¿Qué quieres tú de rescate?
Pide mucho - ¡lo aconseja mi orgullo!
Y habla poco - ¡lo aconseja mi orgullo
¡Ah, ah!
¿A mí - quieres tú? ¿A mí?
¿A mí - entera?...
¡Se acabó!
Entonces huyó él,
mi único compañero,
mi gran enemigo…

Mi desconocido
¡mi dios-verdugo!..
¡No!
¡Vuelve!
¡Con todos tus martirios!
¡Oh, vuelve,
mi dios desconocido! ¡Mi dolor!
¡Mi última felicidad!...
Un rayo. Dionisos aparece con esmeraldina belleza.

Dionisos:
¡Sé juiciosa, Ariadna!...
tú Tienes orejas pequeñas, tú tienes mis orejas:
¡pon en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?...
Yo soy tu laberinto...

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