“El lamento de Ariadna”
Frederick Nietzsche
¿Quién
me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme
manos ardientes!
¡Dadme
un brasero para el corazón!
Tendida
en la tierra, estremeciéndome,
como
una medio muerta a quien se le calienta los pies,
agitada,
¡ay!, por fiebres desconocidas,
temblando
ante glaciales flechas agudas de escalofrío,
cazada
por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable!
¡Encubierto! ¡Aterrador!
¡Tú
cazador entre las nubes!
¡Fulminada
a tierra por ti,
ojo
sarcástico que desde lo oscuro me mira!
Así
yazgo yo,
me
doblo, me retuerzo, atormentada
por
todos los martirios eternos,
herida,
por
ti, el más cruel cazador,
tú
desconocido - dios...
¡Hiere más hondo!
¡Hiere
de nuevo!
¡Pica,
pica en este corazón!
¿A
que viene este martirio
con
flechas de dientes romos?
¿Qué
miras otra vez
sin
cansarte del tormento humano
con
malévolos ojos de rayos divinos?
¿No
quieres matar tú,
sólo
martirizar, martirizar?
¿Para
qué martirizarme - a mí,
malévolo
dios desconocido?
¡Ah, ah!
¿Te
acercas sinuoso
en
semejante medianoche?...
¿Qué
quieres tú?
¡Habla!
Me
estrechas, me oprimes,
¡ah!
¡Ya demasiado cerca!
Tú
me oyes respirar,
tú
acechas mi corazón…
¡Tú atormentador!
¡Tú
- dios verdugo!
¿O
debo yo, como el perro,
refregarme
contra el suelo ante ti?
¿Sumisa,
embelesada fuera de mí
la
cola por amor - menear?
¡Es
inútil!
¡Punza
otra vez!
¡El
más cruel aquijón!
No
soy tu perro - sólo tu presa.
¡El
más cruel cazador!
tu
más orgullosa prisionera,
tú
bandido tras las nubes...
¡Habla
al fin!
¡Tú
encubierto con el rayo! ¡Desconocido! ¡Habla!
¿Qué
quieres tú, salteador, de - mi?...
¿Cómo?
¿Un
rescate?
¿Qué
quieres tú de rescate?
Pide
mucho - ¡lo aconseja mi orgullo!
Y
habla poco - ¡lo aconseja mi orgullo
¡Ah, ah!
¿A
mí - quieres tú? ¿A mí?
¿A
mí - entera?...
¡Se
acabó!
Entonces
huyó él,
mi
único compañero,
mi
gran enemigo…
Mi desconocido
¡mi
dios-verdugo!..
¡No!
¡Vuelve!
¡Con
todos tus martirios!
¡Oh,
vuelve,
mi
dios desconocido! ¡Mi dolor!
¡Mi
última felicidad!...
Un rayo. Dionisos aparece con esmeraldina belleza.
Dionisos:
¡Sé juiciosa, Ariadna!...
tú
Tienes orejas pequeñas, tú tienes mis orejas:
¡pon
en ellas una palabra juiciosa!
¿No
hay que odiarse primero, si se ha de amarse?...
Yo
soy tu
laberinto...
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