Yo soy

Yo soy

lunes, 6 de agosto de 2012

¿Quién es de verdad un "poeta maldito"? y no los tinterillos que se hacen llamar "insurgentes" o "malditos" con todo pago en las cuerditas de sus agencias de festejos en las que forman parte, malos libros, pésimos poemas y sobre todo sin haber hecho el menor esfuerzo por algo, aunque los amigos lo condecoren y alaben...


Edgar Allan Poe
La atormentada vida
FABIO SOLANO
solanofabio@hotmail.com
Debía escribir sobre su muerte. Habían pasado 10 años y todavía daba de qué hablar. Él intuía por dónde venía el jefe de redacción cuando dijo: “No quiero un artículo literario, sino una crónica interesante. Puedes mencionar uno o dos cuentos, pero lo interesante es la muerte. Averigua las últimas versiones. Hazme algo que me guste leer”. Esa fue la orientación y ahora él tenía en sus manos esa papa caliente, pues le costaba comenzar. Había conocido al personaje. Pero se debatía entre escribir lo verdaderamente importante, o irse por lo que las malas lenguas de Richmond querían leer. El dilema era clásico: ¿Al poeta se le califi ca por su arte y su calidad literaria? O ¿por su vida personal, sus defectos y actitudes criticables? En este caso, querían sacar a relucir lo peor, el ajenjo, la miseria, el delirium tremens. Era lo que buscaban. El hombre se acomodó en la mesa, haciendo la clásica señal con el dedo pulgar. El mensaje fue captado y de inmediato apareció la gran jarra, coronada con una atractiva espuma. Mientras tomaba, prosiguió su disquisición particular: “En verdad tengo un gran dilema, pues conocí al poeta personalmente. Yo apenas era un veinteañero, venía de ser gacetillero cuando ingresé a la revista donde trabajaba Edgar Allan Poe.
Era un tipo más bien bajo, con ademanes suaves, pero muy enérgico. Era evidente que su capacidad literaria estaba por encima de los demás, y yo, apenas un aprendiz, decidí que era un buen ejemplo a seguir. Estuve seis meses con él antes de volver al reporterismo. Viviendo en el mundo de las palabras, de la fi losofía, era muy crítico con la sociedad conservadora de Richmond. No soportaba la mediocridad y, lo peor, cuando la encontraba de frente, la atacaba sin contemplaciones. Eso le ganó muchos enemigos. Son los mismos que ahora pretenden que yo haga una crónica publicando su desordenada vida”. Peter sabía que muy adentro de su ser el también criticaba esa sociedad pacata. Los conocía a casi todos.
Le saludaban con condescendencia, y le hablaban cuando necesitaban declarar para la prensa, o para averiguar algo que él sabía. Pero no era de su grupo social. Los observaba en sus eventos adonde fl uían en grupo: Caballeros obesos con caras relucientes por el sudor excesivo y mujeres que pretendían esconder el paso de los años bajo capas de afeites. Todos saludándose hipócritamente, con besitos, o manos que  más. Entendía perfectamente a Poe el poeta, quien nunca entró en ese juego. Pero ellos querían leer que a diez años de su desaparición, su muerte había sido por borracho. Eso complacería la mente retorcida de quienes habían sido víctimas del sarcasmo de Poe.
Por supuesto que no estaba de acuerdo, pero si no publicaba eso perdería el trabajo. El subibaja de la vida Edgar Allan Poe, como le ha pasado a casi todo el mundo, tuvo una vida llena de altibajos. Era descendiente de un general de la independencia de los Estados Unidos, pero su padre David Poe al parecer tenía un toque de locura. Abandonó el seno familiar en Baltimore para fugarse con una actriz inglesa, Isabel Arnolds, con quien tuvo tres vástagos, uno de ellos Edgar. El padre se convirtió en actor y pretendió sostener a la familia con esa profesión, poco lucrativa en esos días.
De pronto los padres murieron y los tres niños quedaron en el abandono. Edgar tuvo suerte pues un próspero comerciante, John Allan, lo adoptó y le dio su apellido. Lo llamaron Edgar Allan Poe. El matrimonio Allan viajó a Inglaterra y llevó al niño a una casa de estudios cercana a Londres. Allí obtuvo una excelente educación inicial, regresando a Richmond en 1822, justo cuando cumplía 10 años. Prosiguió sus estudios e ingresó a la Universidad de Charlottesville en Virginia. Edgar demostró tener una inteligencia superior, especialmente en matemáticas y ciencias físicas. Era brillante, pero irreverente y con problemas para aceptar la autoridad. Lamentablemente no concluyó, pues fue expulsado por su afi ción al juego y la bebida, que lo signarían para el resto de su vida. Entonces Edgar desapareció de Virginia. La historia más o menos ofi cial dice que se fue a vivir a Norfolk, donde intentó sobrevivir como periodista.
Sin embargo, el gran poeta francés Charles Baudelaire en su “Edgar A. Poe: Su Vida y sus Obras” sostiene que el joven, atormentado por su situación, partió hacia Europa. Iba a Grecia, con la intención de alistarse y luchar contra los turcos. “¿Qué hizo allí? ¿Por qué lo encontramos nuevamente en San Petersburgo, sin pasaporte…”. Según Baudelaire, tuvo que recurrir al embajador americano para salir de Rusia, donde al parecer tuvo problemas. En 1830 míster Allan logró que Edgar ingresara a la academia militar West Point, pero no pasó un año antes de que lo expulsaran por incumplimiento del deber. Al mismo tiempo su madre adoptiva murió y ahí se forjó el rompimiento defi nitivo del joven con la familia Allan. En esos días publicó su primer libro de poemas. Para sobrevivir fue soldado, y a los dos años se decidió por la literatura y el periodismo. Pobre de solemnidad, cuando estaba más sumido en la miseria surgió uno hecho inesperado: Una revista lanzó un concurso de cuentos y Poe ganó con “Manuscrito Encontrado en una Botella”.
El presidente del jurado le presentó un editor llamado Thomas White, quien fundaba en esos días el Southern Literary Messenger. Durante dos años el Poe escritor se lanzó con ahínco a producir para la revista: Escribía ensayos, artículos de crítica, cuentos y poemas. Obtuvo notoriedad en Virginia por sus originales enfoques. Pero más pudo su apego al licor, perdiendo el empleo en una discusión con el señor White. Comenzó a rodar de publicación en publicación y se casó con su prima Virginia Clemm. Se fue a vivir a Nueva York, donde publicó su única novela “Las Aventuras de Arthur Gordon Pym”, la cual fue un fracaso económico. El precursor Para 1839 Edgar Allan Poe aparecía como redactor jefe de la revista Burton’s Gentleman’s Magazine, publicando su sexto libro donde apareció su famoso relato “La Caída de la Casa Usher”. Ya era un escritor de lo fantástico, del terror y el misterio, estilo que luego sería el nacimiento de la novela policial, con escritos como “Los Crímenes de la Rué Morgue”, y “El Escarabajo de Oro”. Pero en 1842 hubo un suceso que conmovió su matrimonio.
Mientras departían en una tarde con amigos, su esposa Virginia comenzó a cantar acompañada de un arpa y según Julio Cortázar (otro de sus biógrafos) “Súbitamente su voz se cortó en una nota aguda, mientras la sangre manaba de su boca”. Poe dijo a los visitantes que era un vaso sanguíneo roto, pero ya sabía que la tuberculosis, se apoderaba del cuerpo de su esposa. Se dedicó a la bebida e incluso al opio, debido a la deterioro de la salud de Virginia. El 29 de enero de 1845 vio la luz el poema más famoso en la historia de los Estados Unidos: escribió “El Cuervo”, basado en un vivaz pájaro de una novela de Charles Dickens. Por primera vez obtuvo un reconocimiento nacional, aunque le produjo nueve dólares de ganancia. Al año siguiente estaba desempleado y fue a vivir en una humilde casa en Nueva York. Ahí murió Virginia, y se inició el principio del fi n para el escritor. En 1848, estando en Baltimore, apareció en la cuneta de una calle.
Fue llevado a un centro médico y cuatro días después falleció, sin que se supiera la causa de su muerte. Si fue por delirium tremens, ataque cardiaco, rabia, cólera o asesinato, como se ha dicho, a estas alturas no tiene importancia. Lo importante es el legado literario de un hombre brillante e incomprendido, el primero que intentó vivir del periodismo en Estados Unidos y quien en algún momento dijo: “Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche”


Edgar Allan Poe
(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)


el cuervo
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

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