Encuentros entre líneas: la nueva identidad Intercultural
La casa Rómulo Gallegos invitó el pasado jueves a un conversatorio que marcaba el cierre del seminario “La interculturalidad en la Revolución bolivariana” que se realizó durante los últimos meses del 2014. Cinco de los participantes expusieron lo que para ellos fue el resultado de su experiencia
Intercultural es una palabra difícil. Aunque desde hace más de 50 años que la utilizan los antropólogos, sociólogos y psicólogos en sus estudios, pocos en el mundo no científico pueden decir realmente lo que significa. Los venezolanos todavía no nos acostumbramos a escucharla en nuestro hablar cotidiano. La mayoría la relaciona con el proceso de reconocimiento de las culturas indígenas y afro-descendientes que fue fomentada por el gobierno de Chávez. Sin embargo, es mucho más que eso: “Intercultural” –me atrevo a afirmar– es una de las mejores palabras que podríamos utilizar para definir nuestra identidad como nación.
El jueves 12 de febrero Caracas se convirtió una vez más en un campo de batalla. Muchas razones había ese día para estar en la calle, pero algo me llamó a quedarme dentro de los muros del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos –Celarg– y escuchar sobre el diálogo entre culturas. Me costó unos minutos entender que los que se habían citado en ese conversatorio tenían trabajando ya por algún tiempo una noción de Intercultura que hasta ese momento ignoraba se trabajaba en el país: una idea de reconciliación y transformación. Ese jueves cerraban un ciclo.
Durante el último trimestre del año pasado, el seminario La Interculturalidad en la Revolución bolivariana, moderado por el antropólogo Benjamín Martínez Hernández, abrió la posibilidad de discutir y aprender sobre los procesos de transformación cultural que forman parte de la identidad venezolana. Los participantes Tatiana Arcos Murillo, Rómulo Díaz, Hildemar Durán y Paul Martínez –entre otros– se dieron a la tarea de revisar cómo los indígenas, los afro-descendientes y los inmigrantes latinoamericanos –también incluiría a los inmigrantes europeos, norteamericanos y asiáticos– han sido incluidos o excluidos, incluso desde las guerras independentistas, según las intensiones de los gobiernos. Ellos –los asistentes al seminario– aprendieron que todavía hoy existe en nuestro país la necesidad de “reconocer, sentir, interpretar y propulsar un diálogo entre las diversas culturas” para generar una verdadera transformación a lo Intercultural. Esta –concluyen– es una necesidad que por principio debe involucrar al Estado, pero que nace e involucra primordialmente al pueblo.
En nuestro intento por autodefinirnos, nos hemos quedado con que somos un pueblo “mestizo”, mezclados por naturaleza, y orgullosos de portar la sangre de indios, blancos y negros. Y es así. Somos, la gran mayoría de los venezolanos, mestizos. Nadie jamás podrá negar que esa es nuestra historia, nuestra identidad. Pero “mestizo” es también nuestra jaula, una excusa para esconder el racismo, el “endorracismo”, como concluye Paul Martínez. Sin querer admitirlo –explica–, todavía guardamos intolerancia hacia el color oscuro de la piel en nuestro inconsciente colectivo y lo utilizamos de pretexto para alimentar el odio entre clases sociales. El Estado también se esconde tras el “mestizo” para reforzar la idea de una sola identidad nacional, de una “monocultura”, como menciona Rómulo Díaz en su ponencia, que se pronuncia sobre el nacionalismo fanático.
El deseo cuando se habla sobre Interculturalidad es precisamente el de erradicar esos conceptos, esos prejuicios; no porque dejamos de ser mestizos, sino porque ya no se trata de la sangre, de la naturaleza, se trata del respeto, del diálogo, del entendimiento. Intercultura es el proceso de comunicación entre –y más allá de– las diferentes culturas que cohabitan en este país –en cualquier otro. Intercultura es una nueva identidad rica en diversidad.
A medida que iban terminando los ponentes, el conversatorio se hizo cada vez más personal. Fue una “celebración ahora que terminamos” para ellos, así que, por un ratito, antes de irnos, yo también rescaté una idea final. O dos. La primera, de Hildemar Durán, que rescata la idea promover una justicia comunitaria que reconozca un nuevo sujeto intercultural, es decir, que tome en cuenta las diversidades culturales en su labor de resolución de conflictos. Y la otra, de Tatiana Arcos, que afirma que, como todo proceso identitario, la Interculturalidad es un aprendizaje basado en las experiencias, en la práctica cotidiana, en la vida misma. No es posible plantearnos una Venezuela intercultural si en la práctica seguimos negando lo que somos: iguales en nuestras diferencias.
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