El deporte de la manipulación
Que el deporte ha sido utilizado por el poder para canalizar la afición, el orgullo nacional y los intereses políticos no es ninguna novedad para nadie. Desde tiempos inmemoriales y a través de todo tipo de civilizaciones, culturas y sistemas, entre ellos los juegos olímpicos de la antigua Grecia, el circo romano con gladiadores muertos incluidos y con masacres de cristianos considerados enemigos subversivos del imperio hasta los fastos hitlerianos, mussolinianos y stalinistas y la utilización “patriótica” de la dictadura militar argentina en el mundial de fútbol del año 1978 para tapar con el entusiasmo popular las atrocidades cometidas por el terrorismo de Estado, podemos observar cómo se usó y se sigue usando el “pan y circo” de la antigüedad para provecho de los gobiernos y de sus dirigentes .
La desvirtuación de algo tan puro y noble como la actividad deportiva para usarla como vehículo de barbaries y agresiones gratuitas que incluyen desórdenes, muertes y violencia ilimitada es censurable desde todo punto de vista.
Es curioso cómo el deporte recomendado por gran parte de la medicina moderna como una terapia adecuada para conseguir una mejor calidad de vida, pueda servir como canalización de las peores conductas, enemigas acérrimas de cualquier tipo de sanidad.
Otras manifestaciones culturales como la literatura, las artes plásticas, el teatro o el cine han generado discusiones, polémicas y algunas veces trompadas de exaltados y han producido escándalos en tertulias, estrenos tumultuosos y reacciones intempestivas en festivales de cine.
Se recuerda el incidente que provocó el gran director italiano Franco Zeffirelli para impedir el ingreso al público de una exhibición privada en el festival de Cannes de la polémica película “La última tentación de Cristo” del igualmente grande cineasta estadounidense Martín Scorsese, arrodillándose frente a la sala cinematográfica clamando por la intervención de la censura para impedir la proyección, según él, de ese sacrílego producto.
De todas maneras estos enfrentamientos pasaban por la discusión dialéctica, ideológica o religiosa y por chocantes y discutibles que fueran al menos eran apelaciones al raciocinio.
Los escándalos e incidentes deportivos por el solo hecho de desarrollarse en multitudinarios estadios que permiten el caos y el contagio del furor y el fanatismo de la turba en la que se convierte el público asistente. Lo que no debería llamar la atención es la conclusión de que el poder político juega un papel preponderante en estos lamentables sucesos. La necesidad imperiosa de captar votantes entre los aficionados es a veces tan obvia que cae de maduro y llega a límites escalofriantes. Los recientes episodios en nuestro país no son los únicos.
En España se ha producido el desafortunado incidente en Barcelona donde se ha organizado una masiva silbatina al himno nacional y a la figura del Rey presente en la cancha por el hecho elemental de que se jugaba precisamente “La copa del Rey” o sea que el monarca no estaba allí como un aficionado más sino cumpliendo un protocolo obligatorio.
La polémica por el separatismo de una parte del pueblo catalán, hecho candente de la actualidad hispana, juega un papel definitorio y nuevamente se pone al deporte como estandarte para discusiones que deberían estar estrictamente circunscriptas a los foros legales y jurídicos que toda sociedad democrática posee y que puede y debe utilizar siempre para dirimir estas cuestiones tan álgidas y dejar el ámbito deportivo para solaz y entretenimiento de pueblos que tienen bastante con la lucha del diario vivir como para complicarse con incidentes de imprevisibles consecuencias.
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