Yo soy

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domingo, 11 de octubre de 2015

Svetlana Alexievich, la gran cronista de Chernóbil, gana el Nobel de Literatura..La Academia Sueca ha decidido este jueves galardonar a la periodista bielorrusa, autora de 'Voces de Chernóbil', la gran obra de investigación coral sobre la peor catástrofe nuclear de la historia

Foto:  La galardonada con el Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich con un ramo de rosas. (EFE)

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Nació en Stanislav, en 1948, en una Ucrania arrasada por la Segunda Guerra Mundial, pero se crió en Biolorrusia, en una familia de maestros de escuela. Se enamoró temprano del periodismo y decidió fusionarlo con la literatura en un personalísimo estilo que trabaja con la yuxtaposición de testimonios para trazar la geografía afectiva de las distintas nacionalidades de la extinta URSS. 'Voces de Chernóbil' (Debolsillo), su única obra traducida al español, ciñe ese minuto cero en que la peor catástrofe nuclear de la historia hirió de muerte a su patria.Svetlana Alexievich ha recibido hoy el premio Nobel de Literatura por  "su obra polifónica que hace un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo".
"Lograr este premio es algo grande, del todo inesperado y casi una sensación inquietante. Pienso en estos momentos en los grandes autores rusos como Boris Pasternak", ha contado Alexievich por teléfono a la televisión pública sueca SVT. En la rueda de prensa posterior, retansmitida en directo por internet, la periodista ha arremetido duramente contra el presidente Putin: "Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin. Tampoco me gusta ese 84% de rusos que llama a matar ucranianos". Además, se mostró convencida de que con su campaña de bombardeos en Siria, el presidente ruso, Vladímir Putin, está llevando a su país a un "segundo Afganistán".
"Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto". Pero el bombero que acudía a sofocar el fuego desatado en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin nunca regresó. Así arranca una de las historias recogidas en 'Voces de Chernóbil', publicado originalmente en 1997 y única ventana abierta por ahora a los lectores de habla hispana para acercarse a la obra de la muy desconocida escritora biolorrusa. Por sus páginas corales transitan bomberos, vecinos, políticos y aquellos famosos liquidadores -auténticas cajas negras humanas- que se envenenaron la sangre construyendo casi con sus manos desnudas el gigantesco sarcófago que debía atrapar el terror radiactivo para siempre. A partir de noviembre, el sello Debate proseguirá con la traducción al español de su obra.
Jaume Bonsfills, editor de Debolsillo, recuerda cómo contrataron hace dos años 'Voces de Chernóbil' para potenciar su colección de ensayo a partir de 2015. "Es un libro muy duro del que no puedes salir igual que has entrado, pero también es un libro que enamora. Te agarra desde la segunda página y ya no te suelta. A pesar de ser una novela trabajada como un deliberado montaje que incluye coros y la irrupción de la propia autora en la trama, logra una representación de la intimidad completamente natural en la que no se aprecia ni trampa ni cartón. Es muy difícil lograr que el alma humana se haga oír desde el periodismo con semejante invisibilidad". Por cierto que Debolsillo ha encargado ya 10.000 nuevos ejemplares de 'Voces de Chernóbil'.
Este año, las apuestas del Nobel de Literatura lo han clavado y podríamos hacer cábalas sobre si la opción de los académicos suecos, nunca libre desuspicacias geoestratégicas, supone un apoyo a esos pueblos exsoviéticos amenazados por el nuevo despertar del imperio ruso.



Una señal de peligro radioactivo marca la entrada a un café en Chernóbil. (CC)
Una señal de peligro radioactivo marca la entrada a un café en Chernóbil. (CC)
El otro gran libro de Alexievich, 'La guerra no tiene rostro de mujer', ensaya una ambiciosa historia de las peripecias de las mujeres soviéticas a partir de 1945, al fin de la Gran Guerra Patriótica, que cosechó excelentes críticas en su edición inglesa y que Debate publicará en España el próximo noviembre. La obra, escrita en 1983, sufrió la censura de un régimen comunista poco partidario de reconocer la labor de las mujeres soviéticas en primera línea del frente de batalla. El sello del Grupo Penguin Random House ha anunciado a este medio que en 2016 llegarán a las librerías de nuestro país dos nuevos títulos de Svetlana Alexievich: 'Los chicos de latón', sobre los veteranos de la contienda de Afganistán, y 'Los últimos testigos', en torno a los huérfanos de la II Guerra Mundial. 
Miguel Aguilar, editor de Debate, describe a Svetlana Alexievich como "la voz de los sin voz, la cronista de los personajes anónimos, aquellos que más sufren en las grandes conflagraciones bélicas". "Alexievich", prosigue Aguilar, "logra un interesantísimo matrimonio entre periodismo y literatura que renueva la capacidad del periodismo para crear realidad".
La periodista biolorrusa que vive en Minsk sí es bien conocida en Alemania, Reino Unido o EE.UU, y ha recibido en los últimos años importantes premios literarios internacionales como el Ryszard-Kapuściński en 1996, el premio del Círculo de Críticos de EEUU en 1997, el Herder en 1999 y el premio de la Paz de los libreros alemanes (2013).

El extraño mundo de Chernobyl

Todo lo ciertamente relevante sucede en el bucólico pueblito Chernobyl a un nivel infinitamente invisible, a lo que no es posible tomar fotos. Pero los efectos de ese enemigo impalpable letalmente efectivo, la radiación, están a la vista desde el 26 de abril de 1986. Apuntes y fotografías de un viaje a Chernobyl y a la urbe fantasma de Pripyat, que en su época más gloriosa fue llamada “Ciudad del futuro”

1.
Iván y María, campesinos evacuados de la zona la semana de la catástrofe nuclear de Chernobyl, en abril 1986, regresaron poco después. Y en el perímetro interior de la Zona de Exclusión viven desde entonces. Siempre habían vivido aquí. No conocían otros campos más que estos. No tenían alternativa que volver.
Iván y María cultivan un huerto; se enorgullecen de los frutos que produce. Iván es fanático de las papas, rábanos, manzanas y demás productos de la tierra. No invita a probarlos porque intuye el espanto de sus visitas. Él sonríe y dice (en broma) que luego de comerlos, se siente rejuvenecido. Su esposa María, al lado, con un palo de escoba como cayado, permanece circunspecta, no dice nada; de cuando en cuando mira de reojo a su marido. El silencio de esta anciana preocupa a cualquiera.
Iván muestra las hortalizas, legumbres y frutas que siembra, luego cosecha. Sólo ellos las consumen, porque el producto radiactivo de esta tierra generosa es como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende. Detrás del huerto de Iván y María hay una laguna a tope de peces, que él pesca y, por supuesto, ambos comen. Al no tener más enemigos naturales que estos dos ancianos, se reproducen y desarrollan en tamaño sin control alguno. Un fruto que crece silvestre en toda la zona de Chernobyl, como el mango en el Caribe, es la manzana. Las de Iván son levemente radiactivas. Como no planeo tener más descendencia, me han parecido muy sabrosas.
2.
Un soldado ordena levantar la barrera del Check Point. Número y rostro de mi pasaporte han coincidido con la lista de autorizaciones que tiene en mano. El extraño mundo de Chernobyl abre sus puertas un día, azul y soleado, del mes de julio.
No es el único Check Point de la travesía: Chernobyl es zona militar dividida en secciones radiactivas. El paso de una sección a otra, repite el ritual del pasaporte. Nadie puede penetrar sin autorización el perímetro de exclusión. O nadie puede salir de él si, por imprudencia, ha resultado contaminado de radiación. Las alcabalas militares disponen –llegado el caso– de casetas Geiger de paso obligatorio, de aspecto parecido a las de control de metales en aeropuertos. También de duchas y lavadoras especiales donde eliminan –eso dicen– la radiación del cuerpo y la ropa.
Mi primera línea de defensa es un aparato amarillo con el signo de peligro radiactivo (del tamaño y forma de un viejo celular Nokia): el contador Geiger alquilado para la ocasión. Dispositivo con idéntica función a los canarios en una mina: alertar que el nivel de radiación no ponga en peligro la salud o la vida. Los pitidos registran la cantidad deroentgen/hora en el ambiente. Se mantiene estable oscilando entre 0.07 y 0.09. Nada para asustarse. Hay zonas de Chernobyl en los que el aparato entra en frenético trance. La advertencia es clara: hay que alejarse del lugar sin dilaciones. En ciertas áreas, cuyos árboles y terrenos continúan bastante contaminados, se dispara hasta 13.70; y puede llegar hasta 24.80 en algunas zonas aledañas al reactor nuclear. Curiosamente, en la puerta principal de la Central Nuclear elGeiger apenas deja oírse; pero 10 metros a la derecha, señala 3.58. El conocido como Bosque Rojo, es otra historia: pasearse por allí puede resultar en extremo peligroso; fue sensato evitar tan mortífero jardín. Los gatos y perros de la zona registran, según mi contador, entre 0.11 y 0.12; las manzanas y duraznos cerca de 0.13; algunas casas y juguetes abandonados hasta 0.91. En otras zonas, el contador enmudece automáticamente; un par de pasos después comienza de nuevo el conteo. Los primeros en llegar a la zona el día de la catástrofe fueron los bomberos de Pripyat. Los restos de estos hombres, metidos en ataúdes especiales de concreto armado, siguen siendo bombas radiactivas de alto poder. Aun lejos del lugar de su sepultura, el Geiger pasa de estado alarmante a estremecedor. Mala idea acercarse: de nada les ha servido ser ahora héroes nacionales.
De mi paso por Chernobyl llevo un certificado expedido por las autoridades militares, luego del registro Geiger de salida: he recibido 0.008 de radiación, una firma ilegible lo confirma… ¿He de tomarme en serio tal diagnóstico si llevo más de 48 horas caminando por un lugar más radiactivo que al anterior? En la Zona de Exclusión no hay lugar totalmente a salvo de la antigua furia del reactor.
3.
El Check Point más esperado de la travesía da entrada a la ciudad fantasma de Pripyat. En su época más gloriosa llamada Ciudad del futuro. Asemeja a una Brasilia de vida útil caducada, devorada por un futuro entrópico de naturaleza y anarquía.
Las primeras avenidas y edificaciones revelan los muchos huracanes que han pasado por aquí. Aparte del nuclear, el vandalismo humano se ha aplicado a fondo en saquear o destruir los corotos y propiedades que dejó la gente en su vertiginosa huida de 1986. El otro huracán es de carácter natural: la vegetación ha tomado por asalto esta otrora emblemática ciudad soviética. Autopistas que se pierden en la jungla; calles ciegas de matorral; columpios sin algarabías; postes de luz camuflados de abedules; cafés sin café; teatros sin actores; pianos sin Tchaikovsky; colegios vacíos de alumnos; piscinas olímpicas sin atletas… tiovivos y norias oxidadas de tristeza. En el que fuera el correo yacen, al lado de musgo y maleza, miles de postales y cartas que nunca fueron enviadas o recibidas. Testimonios de apegos y cariños que hace tiempo murieron de radiación. Sólo los retratos de Lenin, dispersos por toda Pripyat, parecen haber sobrevivido la catástrofe nuclear y el posterior derrumbe soviético.
El porqué la vida se reproduce de forma tan tenaz e imparable en los ambientes más inconcebibles y extremos del planeta, es un misterio. En este lugar ahora habitan árboles, arbustos, plantas de todo tipo. Miles de manzanos, durazneros, matas similares al cafeto (de sabor amargo, delicia de los insectos), etc. Los animales silvestres pastan y han hecho de los apartamentos e instalaciones urbanas sus hogares. Los caballos abandonados en la zona se han vuelto manadas salvajes, y pueden atacar a mordidas en caso de sentirse amenazados. Es frecuente encontrar huellas de lobos, que han hecho de los apartamentos de Pripyat sus nuevas guaridas. Soldados atestiguan haber visto osos que se creían ya extintos. Y millones de hormigas. Para los seres vivos no humanos las zonas radiactivas de Chernobyl se han convertido en un auténtico paraíso.
4.
Chernobyl ha desarrollado su propia mitología. Antes de la caída del bloque soviético (oficialmente ateo), los ciudadanos rusos y ucranianos practicaban en secreto el cristianismo ortodoxo. Así, quienes vieron los primeros rayos de la explosión del reactor nuclear –fabulan– murieron incinerados en el acto; de ellos sólo se encontraron las cenizas. Chernobyl no escapó al castigo de Sodoma y Gomorra: Dios no encontró un solo justo entre tanto comunista.
La radiactividad –afirman otras leyendas– ha hecho crecer los peces de las lagunas y los ríos hasta alcanzar dimensiones mitológicas: bocachicos o cachamas exsoviéticas del tamaño y forma de un Kraken. Ciertamente, hay bagres enormes en los ríos de la zona alrededor del reactor nuclear (que enloquecen por el pan), pero similares en tamaño a los que circulan en los ríos caribeños.
Una parte de quienes se acercan a Pripyat son los fanáticos delChernobyl Diaries, (norteamericanos en su mayoría) que esperan encontrarse con lobos de dos cabezas, gatos con más de siete vidas, hormigas del tamaño de un hámster; papas grandes como calabazas y cebollas más jugosas que un limón. Pero lo más extraño que puede encontrarse es el cadáver de un perro momificado (probablemente por la radiación) en el piso 11 de un edificio abandonado en la ciudad fantasma de Pripyat.
5.
Como la mala yerba que crece en toda la Zona de Exclusión, también el turismo ha encontrado un nuevo lugar para florecer. La misma agencia que llevó a un fotorreportero inglés que conocí a mi paso por Tokio en agosto pasado, organizó –a recomendación suya– el viaje que me trajo hasta aquí. Él venía de fotografiar las zonas adyacentes al reactor nuclear de Fukushima, para una publicación especializada: desde el accidente japonés, el pueblito de Chernobyl ve en Fukushima una ciudad hermana, y sus autoridades han erigido un recordatorio dedicado a la desventura nuclear nipona.
En los últimos años estas agencias de turismo han proliferado. Aparte de las dos o tres en Ucrania, hay sucursales en Inglaterra, Alemania y USA. Al no ser científico, militar o empleado de la central, no hay otra opción que contratar estas agencias autorizadas para entrar a la zona, siempre de la mano de un guía. El viaje en solitario, el trekking de riesgo o el footing paisajista, están absolutamente prohibidos. Atravesar el perímetro de exclusión militar sólo es posible con un permiso gestionado con prudente antelación, y que puede ser denegado por las autoridades de Kiev. En el último año, debido a la guerra entre separatistas rusos y el ejército ucraniano, los procedimientos de seguridad para entrar a la zona se han hecho más cautelosos.
6.
El mundo parece ignorar que la Central Nuclear de Chernobyl (su nombre verdadero, V. I. Lenin), aunque inútil e inservible, sigue, y seguirá funcionando probablemente hasta el fin de nuestra civilización sobre la tierra. Ignora, además, que el ser humano continúa aquí, dando la batalla ante un enemigo súper poderoso e invisible: hoy viven en la zona un ejército de técnicos, obreros, científicos y militares (más el personal civil que los atiende) encargados de que el potencial apocalíptico que aún representa esta central nuclear no se convierta en otra catástrofe peor que la anterior. También habitan los ingenieros, constructores y obreros del nuevo sarcófago que mantendrá enterrado por algunas décadas más el letal contenido que yace en las entrañas del reactor.
En los poblados externos a la Zona de Exclusión se producen, ingieren y comercian entre vecinos alimentos afectados por la radiación. Lo peor de la tragedia para la salud –dicen– ya pasó. La estadística, dependiendo del parámetro (científico o político) tomado, arroja resultados contrapuestos. Los políticos se cuidan de las indemnizaciones. Dada la escala inédita del desastre, los científicos no deciden cuál modelo de referencia tomar para emitir un veredicto: ¿Nagasaki?, ¿Hiroshima?, ¿las pruebas nucleares francesas en el Pacífico? Está por verse si las generaciones futuras de toda esta zona nacen genéticamente intactas. Desde el punto de vista de la salud lo ocurrido en este lugar se ha convertido en un enigma.
En el sereno y bucólico pueblito de Chernobyl las calles permanecen vacías. Todo limpio y en su lugar. Los edificios administrativos están bien mantenidos y pintados. También hay colegios y parques bien conservados pero vacíos: la veda a los niños durará al menos 25 mil años. De cuando en cuando militares en traje de camuflaje se dirigen al par de tiendas de venta autorizadas para operar en la zona, cuyos artículos (comida, bebidas, etc.) son traídos desde lugares lejanos.
Todo lo ciertamente relevante sucede en Chernobyl a un nivel invisible, nanométrico, no del todo comprensible para la mente humana. En este lugar, el insólito mundo de la materia reveló una pequeña parte de sus poderosos secretos.

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