El Cesarismo Democrático de Laureano Vallenilla Lanz: Una historia sin mitos
De la misma estirpe de historiadores que, junto a José Gil Fortoul asumieron las nuevas tendencias modernas del positivismo, Laureano Vallenilla Lanz sobresalió entre los intelectuales venezolanos de la época gomecista por su severidad en los análisis, por el estilo limpio, animado, elegante e incisivo de su escritura, y por la madura argumentación de sus planteamientos. Esa comunión de atributos solo puede equipararse, en el mundo, a historiadores de la talla de Sorel, Masson, Houssaye y Vandal
La historia no siempre ha sido la principal pasión de las mejores plumas. Suelen dedicarse a ella los científicos más rigurosos que, precisamente en pos de la rigidez del método, sacrifican la belleza formal de sus discursos escritos. Del otro lado están los historiadores que rinden mayor pleitesía a las formas que a los fondos, aquéllos que no se detienen mucho a pensar sobre la veracidad de sus hipótesis o la certeza absoluta de sus datos, y se concentran más bien en ofrecer al público el placer de una buena lectura. Pero también, de vez en cuando, se advierte esa deseada unión entre la ciencia y el arte que da lugar a las historias bien contadas. El venezolano Laureano Vallenilla Lanz es un ejemplo notable de esa minoría de historiadores modernos: investigador de primer orden y escritor distinguidísimo.
El seguimiento minucioso a la evolución sociopolítica del país en el que se desarrolla (Venezuela), el análisis severo de la documentación que logró recopilar a lo largo de su vida, el estilo limpio, animado, elegante e incisivo, y la madura argumentación, son las principales virtudes de su producción bibliográfica. Esa comunión de atributos solo puede equipararse, en Venezuela, al genio de José Gil Fortoul; y en el mundo, a historiadores de la talla de Sorel, Masson, Houssaye y Vandal.
Vallenilla Lanz nació en Barcelona en 1870. Su familia había jugado un importante rol en la evolución del oriente venezolano desde la época colonial y esa condición, ligada al respaldo de algunos bienes de fortuna, le permitió formar parte de una elite desde su más temprana edad. Vivió en su juventud la Venezuela de finales del siglo XIX y su adultez coincidió con las más fuertes dictaduras que sometieron al país durante la vida republicana: los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.
Vallenilla no se dedicó a combatirlos, ni mucho menos. Participó activamente en ambos gobiernos y pudo acceder al poder político a través de ellos. Pero sí se dedicó a explicar el por qué de esos hitos políticos y de la aparición de esos "gendarmes necesarios". Muchos de sus textos dan testimonio de su temor a la "tiranía de las masas", con lo cual se aproxima a uno de los padres del liberalismo doctrinario, John Stuart Mill, y, al mismo tiempo, a uno de los escritores más incisivos de la literatura española, el aristócrata José Ortega y Gasset.
Debate permanente
El libro Cesarismo Democrático ha sido objeto de fuertes polémicas desde el mismísimo día de su publicación hasta la actualidad. La permanencia del debate es razón de sobra para creer en la vigencia de sus planteamientos y en la genialidad de su fondo. El texto trasciende las coyunturas históricas y ha sido fuente de inspiración y reflexión de todo el que se precie de libre pensador en Venezuela.
Se le ha querido mostrar muchas veces como una "justificación a la dictadura" y, en los últimos cincuenta años, eso ha multiplicado el número de personas que se declaran abiertamente enemigas de las ideas expuestas por Vallenilla. Pero lo cierto es que ningún demócrata, solo por el hecho de ser tal, puede o debe negarse a estudiar los argumentos de este historiador y mucho menos descartar o declarar caducos sus conclusiones.
Cesarismo Democrático, apartando todo juicio de valor, es una obra monumental de referencia histórica. Está cargada de datos inteligentemente encadenados que permiten entender el desarrollo de la historia patria desde una perspectiva profundamente sociológica. Por otro lado, la historia escrita por Vallenilla es una historia desmitificadora que intenta, una y otra vez, destruir las falsas imágenes que muchos de sus colegas historiadores han construido. Vallenilla hizo caso omiso de los pedestales y de las marchas triunfales.
El determinista
Manuel Caballero opina que esa ha sido otra razón de disgusto para los críticos de su obra. "A los hombres les subleva que les destruyan sus dioses, que los echen a andar a la calle, entre nosotros. Porque es mejor que los dioses nos gobiernen, que decidan sobre nosotros y nos dejen permanentemente en la incertidumbre, a que, reducidos a nuestra propia escala, nos obliguen a tomar decisiones y enfrentar responsabilidades (...) Vallenilla no solamente se empeña en traer los libertadores del cielo a la tierra, sino que además, sumando blasfemia a la blasfemia, los llena de debilidades. Porque esos hombres que guerrearon hace siglo y medio ni siquiera eran dueños de su propia voluntad: Vallenilla es determinista", apuntó en el prólogo de una de las ediciones más recientes de Cesarismo Democrático.
Vallenilla realizó una reflexión larga y densa sobre las formas de gobierno que rigieron los destinos del país desde la colonia hasta el siglo XX. Escarbó en las bases sociales que sostienen nuestra cultura hasta dar con las raíces de los sistemas de castas, desmontar la estructura de la colonia y describir las consecuencias de la mezcla étnica. Se preguntó decenas de veces si fue oportuno o no imponer el ideal democrático y conferir a todos por igual el rimbombante título de "ciudadano", aquel día en que las elites, inspiradas por los aires de la ilustración y del liberalismo europeo, "decretaron" la independencia y con ella el nacimiento (¿prematuro?) de esta República.
El aristócrata
Todas esas preguntas dieron excusa a Vallenilla para explicar realidades políticas de la Venezuela contemporánea. Y, aunque las respuestas de este historiador hayan sido dadas hace más de ochenta años, muchos de sus argumentos permanecen vigentes y periódicamente aparecen en la escena de la vida política nacional. O acaso usted no se ha preguntado últimamente sobre la coherencia histórica de esos "gendarmes necesarios".
Detrás de los argumentos de Cesarismo Democrático, por mucho que el autor intentó apelar a la objetividad científica, no puede ocultarse el espíritu aristocrático que inspiró su pensamiento. Primero, porque de su texto se desprende cierto "desprecio por el pueblo, desconfianza en sus capacidades creadoras y en la posibilidad de su elevación intelectual y moral", como razona Manuel Caballero. Y segundo, porque sus conclusiones lo llevan a un peligroso reduccionismo; su concepción de la historia social, sentencia Caballero, "no es dinámica (...) se desarrolla en un círculo cerrado: en el binomino caos oclocrático-tiranía unipersonal pretende resolver la historia humana y venezolana".
Producción bibliográfica
La obra bibliográfica de Vallenilla Lanz no es numéricamente importante. Durante sus 66 años de vida escribió cinco libros, dos de los cuales son solo una recopilación de sus trabajos periodísticos enEl Nuevo Diario, siete folletines y decenas de discursos le fueron publicados. El tamaño de su genio literario guarda pues relación directamente proporcional con la calidad de su obra y no con su cuantía.
Cesarismo Democrático (1919) fue el primer hijo de su análisis de la historia patria, pero su interés por rastrear minuciosamente la evolución sociopolítica venezolana lo llevan a publicar Críticas de Sinceridad y Exactitud (1929), los dos tomos de La Rehabilitación de Venezuela (1926 y 1928) y, como otro de sus grandes aportes a la cultura nacional, Disgregación e Integración (1930), un ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana.
Destaca también el polémico ensayo presentado el 9 de octubre de 1911 ante la Academia Nacional de Bellas Artes, en el cual sostuvo que "la Guerra de Independencia fue una Guerra Civil", argumento que luego se convirtió en el primer capítulo de su opera prima.
Desde una perspectiva profundamente sociológica, logró producir análisis históricos tan lúcidos y científicamente irrefutables como El Sentido Americano de la Democracia (1929).
Sus estudios de crítica suelen citarse como modelos de erudición y de juicio penetrante y certero: El Libertador juzgado por los miopes(1914), por ejemplo. O Refutación a un libro argentino (1917), el cual, como bien señaló el colombiano Antonio Gómez Restrepo, combatió la tendencia que tienen ciertos escritores sureños de hacer ver a "las provincias del Río de la Plata en el centro principal del movimiento emancipador y a José de San Martín como el Gran libertador de América". Vallenilla "aplaude el intento de avivar la nacionalidad, pero argumenta lo equívoco que es llegar a ese objetivo fundando el orgullo patrio en el falseamiento de la verdad histórica".
Una huella
1870: Nació en Barcelona el 11 de Octubre. Su ascendencia había jugado un rol protagónico en la historia del oriente venezolano desde la época de la colonia.
1886-1888: Inició sus estudios de ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, pero pronto abandonó la carrera y completó su formación de forma autodidacta. Más adelante inició sus actividades periodísticas
1890: Se instala en Puerto La Cruz y es nombrado interventor de aduanas. Ingresa a la Logia Masónica de Barcelona y sigue cultivándose como articulista; escribió para más de veinte periódicos venezolanos durante su vida.
1892-1897: Desempeña varios cargos gubernamentales y milita en el partido liberal unificado que apoyó la candidatura de Ignacio Andrade.
1898: Se muda definitivamente a Caracas, donde se desempeñó como presidente de la Cámara de Diputados, ministro y asesor del gabinete de Andrade.
1899: Cipriano Castro asume el poder.
1903: Empezó a reunir notas sobre la evolución política y social de Venezuela. Un trabajo publicado en El Pregonero le mereció la simpatía de Cipriano Castro y un cargo consular en Europa.
1905-1907: Cursó estudios en La Sorbona de Paris y en el College de France. Vivió en Amsterdan y en España, donde ingresó a la Real Academia Española de la Historia.
1908: Juan Vicente Gómez derrocó a Castro.
1910: Volvió a Caracas y reinició sus actividades periodísticas. En 1911 publicó en El Cojo Ilustrado una primera versión del polémico capítulo de Cesarismo Democrático titulado "El Gendarme Necesario".
1912: Fue elegido Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y, más tarde, director del Archivo Nacional.
1915: Asumió la dirección del periódico El Nuevo Diario y meses después fue designado senador. Se desempeñó en el ejercicio parlamentario hasta 1926 y ocupó cargos importantes en la dictadura gomecista.
1919: Fue publicada la primera edición de Cesarismo Democrático.
1924: Fue elegido director de la Academia Nacional de la Historia y se mantuvo en el cargo hasta 1927. En 1925 fue honrado también como Individuo de Número en la Academia de Ciencias Políticas y Sociales.
1927: Cristalizó la oposición al régimen de Gómez y se fortaleció una nueva generación política. Vallenilla se convirtió en el blanco de violentos ataques.
1931: Elegido como presidente de la Cámara del Senado, se hizo propietario de El Nuevo Diario y publicó su segunda gran obraDisgregación e Integración.
En mayo fue enviado a Paris como diplomático.
1935: Al morir Gómez, renunció a su cargo pero permaneció en Paris. Y allí murió el 16 de noviembre de 1936.
Código Genético y herencia ideológica
Por Jesús Sanoja Hernández
Como Gil Fortoul, más allá de su complicidad con el régimen de Gómez, Laureano Vallenilla Lanz ha sido revisado por historiadores y ensayistas contemporáneos entre quienes destacan Brito Figueroa, Carrera Damas, Arturo Sosa, Manuel Caballero y Nikita Harwich Vallenilla, este dentro de la línea familiar y además provisto de excelente información y capacidad analítica. Atrás parecen haber quedado las execraciones, a veces impregnadas de sustancias panfletarias, de las que fue blanco fácil en los tiempos de la tiranía. Desde Pocaterra y Blanco Fombona hasta Betancourt, pasando por los caudillos sacados de escena por el gendarme necesario, los ataques a los positivistas de la Gomezuela (como la llamaba Arvelo Larriva) fueron inclementes, sin matices. Y el que mayormente los recibió fue Vallenilla, acaso porque además de sus obras teóricas desató a través de El Nuevo Diario sus célebre "campañas políticas".
Al frente de ese vocero gomecista estuvo Vallenilla desde 1915 hasta 1931, cuando viajó a Francia como ministro plenipotenciario. Desde París, apelando al género epistolar al que eran tan aficionados, como al elogio desmesurado, cónsules y diplomáticos al servicio directo del Gran Caudillo, informaba a este de los acontecimientos mundiales, habilidosamente aprovechados para exaltarlo.
El 8 de agosto de 1931 le comunicó al Señor General: "Ya usted sabrá de la crisis porque atraviesan estos países, debatiéndose entre la miseria y el comunismo. Solo se salvarán aquellos que tienen al frente del frente del Gobierno un Hombre Superior, a la manera del General Gómez". Dos años más tarde, el 5 de abril, precisó mejor sus preferencias: "Mussolini, que vino al poder muchos años después de usted con un programa semejante al suyo, ha convertido a Italia, de un país de segundo orden en una gran potencia, el árbitro supremo de la Paz universal (...) La política del mundo marcha hoy por otros rumbos y lo que sucedió ayer con Mussolini en Italia, y ahora con Hitler en Alemania y con Roosevelt en Estados Unidos, tendrá que suceder de un momento a otro en este país". Mezclaba Vallenilla allí, maliciosamente, principios de autoridad opuestos: aquel propio del nazismo y el fascismo con el de "la democracia occidental", renovado por los procesos electorales en los que él, como Arcaya, no creía.
Por lo mismo, ambos abominaban tanto a los partidos como al Congreso electo popularmente. En entrevista concedida a La Estrella de Panamá, en 1926, Vallenilla no dejó dudas al respecto, si es que alguien las tuviera después de su intensa labor periodística y crítica: "En Venezuela además no hay política: el general Gómez ha acabado con esta rémora de nuestras democracias y los partidos políticos no existen". Y párrafos más abajo: "El parlamentarismo es la rémora de las democracias... ¡Por algo defiendo yo el cesarismo democrático! Nuestros pueblos, sobre todo Venezuela, necesitan manos fuertes para el progreso.
Por uno de esos azares históricos, o tal vez siguiendo esa línea determinista muy del gusto del positivismo, el hijo del autor de libros tan importantes como Cesarismo democrático, mentado como él y con hurto del segundo apellido que debió ser Planchart, fue el ministro del Interior y el ideólogo de la dictadura de Pérez Jiménez, cuyo cadáver viviente anda dando lecciones de moral desde España. Laureanito, siguiendo cierto código genético e ideológico, proclamó desde El Heraldo lo que el padre había proclamado desde El Nuevo Diario, exaltó al hombre fuerte de turno y vio en el Nuevo Ideal Nacional una versión modernizada de la Causa Rehabilitadora.
*Publicado el 21 de junio de 1998
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