El estado de la literatura venezolana: una conversación con el crítico Carlos Pacheco
Carlos Pacheco es uno de los intelectuales venezolanos más destacados de su generación.
Ha sido Catedrático Titular en la Universidad Simón Bolívar –donde fue Coordinador del Postgrado en Literatura– e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”. Sus estudios en el campo de la literatura recibieron reconocimientos como el Premio de Investigación “Andrés Bello” y el Premio de Crítica “Rafael Barret”. En 1997 fue miembro del jurado del Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos”. Durante un período de dos meses, Pacheco fue invitado por la Universidad de Cincinnati para desarrollar sus investigaciones. Esta conversación la tuvimos precisamente allí, en Cincinnati, en noviembre de 2008. Abordamos temas como el rol de la crítica y del escritor, y el estado de la literatura venezolana.
1.- Hoy en día, en parte debido a los nuevos avances tecnológicos, se lee menos. ¿En este contexto cuál considera que es el rol de la crítica literaria?
A mí me parece cierto que el desarrollo de los medios tecnológicos ha modificado los hábitos de lectura. En esta época, los niños crecen con el Internet que les proporciona píldoras de conocimiento. Es una búsqueda de conocimiento de manera utilitaria: en el sentido de que surge la necesidad de saber algo, se encuentra en el Internet y me lo apropio. Aquí, claro, no hay ningún concepto de autoría. Todo esto ha afectado a la lectura. Ya que un texto más elaborado, más exigente, sea de poesía o de narrativa, para ese público se transforma en una actividad más difícil.
Ahora bien, respondiendo específicamente a tu pregunta creo que el crítico tiene que hacer varias cosas. Una de ellas es predigerir en su apreciación y comprensión las obras literarias, y devolverlas a la sociedad de manera valorativa para que encuentren el público adecuado. Es decir, que una labor del crítico puede ser producir la conexión, entre quien escribe y quien lee. Esto por supuesto, no sustituye su trabajo como un estudioso que realiza investigaciones que son dirigidas a sus colegas y sus pares.
2.- En los años sesenta el rol del escritor latinoamericano era hasta demasiado claro. En estos años tenemos un nuevo mapa político. ¿Cuál podría ser el rol del escritor en este nuevo contexto?
Siempre he pensado que el escritor es también un ciudadano. Sin embargo, no me parece que esas dos dimensiones deban confundirse en su acto de escritura. Creo que el escritor debe realizar su obra como tal de acuerdo a los recursos, las temáticas, las elaboraciones estéticas, la complejidad o sencillez, la claridad o el hermetismo que corresponde a esas elaboraciones estéticas. Toda esto, a fin de cuentas, es personal, ni siquiera se elige.
Pero al mismo tiempo el escritor, como cualquier otra persona que tenga una figuración pública –como puede ser un empresario, o un deportista– termina teniendo una responsabilidad con su sociedad. Y por lo tanto, podría tener la responsabilidad como ciudadano de expresar una opinión, de participar en un movimiento político, según su inclinación ética. Pero aquí creo que hay otro punto que merece ser destacado: me parece que el concepto de compromiso que se manejaba en otra época era muy rígido, muy inflexible, era forzar a todo intelectual a tomar partido por una posición específica.
3.- Usted ha realizado varias investigaciones sobre la oralidad. ¿Por qué considera que estudiar la oralidad tiene importancia para la crítica literaria latinoamericana?
En aquel momento –y creo que sigue siendo válido– estudiar la oralidad en nuestra literatura me pareció indispensable. Esa razón se explica en relación a las propuestas de nuestro amigo ya fallecido Antonio Cornejo Polar. Cuando Cornejo habla de la heterogeneidad en la literatura, justamente está tocando con el dedo en la llaga, la razón de ser de la oralidad. Porque en buena parte de esta literatura heterogénea el objeto que se representa es una sociedad en que la escritura no tiene un peso específico; puede que exista, puede no esté ausente, pero no tiene el valor que podría poseer en otras culturas.
En mi tesis trabajaba autores como Rulfo, Arguedas, Roa Bastos, Guimaraes Rosas, un panorama que abarca varias partes del continente. Esos autores se interesan por sociedades que son básicamente orales, aunque exista en ellas la escritura. Y por eso en sus obras, como en la de otros escritores latinoamericanos, hay procedimientos muy diversos para expresar ese universo donde la oralidad es el vehículo de comunicación predominante. Estas obras han absorbido los recursos de la cultura oral, una cultura que tiene una específica manera de reflexionar, de preservar el conocimiento, de ver el mundo, de relacionarse entre sí. Eso es lo que me parece llamativo y que sigue siendo indispensable de la oralidad en la literatura latinoamericana.
4.- También uno de los temas que ha estudiado es la cuestión de la nación. Y aquí tomo una de las preguntas que le hicieron anteriormente y usted recoge en su libro La patria y el parricidio: en una época de globalización, de ruptura de las fronteras, ¿por qué es importante abordar la cuestión la nación en los estudios literarios y culturales?
Tal vez sea una paradoja. Es cierto que las fronteras se han ido desdibujando en varios sentidos. El hecho que haya globalización, que exista la supranacionalidad, el hecho que exista el Internet y el correo electrónico, y que existan asociaciones que van más allá de lo nacional, ha producido fenómenos completamente nuevos y el mundo ya no es como era ni siquiera hace veinte años. Sin embargo, no estoy de acuerdo con aquellos que piensan tajantemente que esta novedad elimina la marca de lo nacional. Nosotros sabemos hoy en día que la nación es una construcción. Es decir, que lo nacional es una ficción de alguna manera creada por las leyes, por los periódicos, por los escritores, por el cine. Eso no la hace inoperante, ni existente. En cuanto a la literatura específicamente, uno sigue leyendo los textos como textos en primer lugar, pero también como textos que proviene de un escritor argentino, colombiano, español, porque sigue habiendo una conexión influyente (aunque el texto no tenga nada que ver) con la realidad de lo nacional.
5.- En determinado momento el crítico uruguayo Hugo Achugar mencionó que la literatura venezolana tiene un carácter insular dentro del contexto latinoamericano. ¿A qué se refiere Achugar con ello?
Es un fenómeno al que se le ha tratado de dar varias explicaciones pero ninguna resulta satisfactoria. Lo cierto es que Venezuela tiene una literatura bastante vigorosa, con valores importantes. Sin embargo, esa literatura no tiene el reconocimiento, el impacto, la lectoría que se merece fuera de Venezuela. ¿Qué razones se han dado? Se ha dicho que no ha tenido el suficiente estímulo oficial. Yo creo que no es cierto. Se ha dicho, en cuanto a su repercusión en Europa y Estados Unidos, que como los venezolanos no hemos migrado, eso ha hecho que nuestros libros no sean leídos, o ni se hagan congresos sobre literatura venezolana en el extranjero. Eso es solo parcialmente cierto. Es un lugar común en nuestra vida cultural el preguntarnos qué pasa con la literatura venezolana que no tiene impacto fuera de Venezuela. Por ejemplo, en los últimos ocho o diez años hay un desarrollo bastante vigoroso del cuento y novela venezolana. En las generaciones jóvenes hay premios importantes como el de Alberto Barrera que obtuvo el premio Herralde, y ha habido algunas publicaciones en el exterior, aunque todavía de una manera tímida. Podría nombrar diez narradores venezolanos que están escribiendo hoy en día que son de primera línea. Sin embargo, sigue siendo todavía una literatura de poco reconocimiento internacional, teniendo en cuenta la obra que han hecho esos escritores. En esa lista mencionaría a narradores como Ana Teresa Torres, Ednodio Quintero, Antonio López Ortega, Alberto Barrera, Miguel Gómes, Victoria de Stefano. Pero parece que sus obras se chocan en una especie de vacío cuando se llega al exterior.
Tal vez una última razón es que a diferencia de México, de Cuba, de Perú, de Argentina, de Chile, ante el mundo exterior, Venezuela es nacionalmente una realidad difícil de identificar culturalmente. Ello se debe a que no tiene un trasfondo tan denso de pasado indígena, o a que no ha tenido –hasta hace muy poco– una identidad como proceso político claro, en contraste con Cuba o Colombia. Entonces, ¿qué significa Venezuela para alguien del exterior? Tal vez solo significa petróleo. Ahora, desde hace unos años, significa Chávez, con toda la ambigüedad que eso pueda poseer. Pero culturalmente qué significa Venezuela para alguien del exterior. Y a pesar que hemos tenido a Andrés Bello, a Simón Rodríguez, a Rómulo Gallegos, no encuentro que haya un peso justo, un reconocimiento apropiado a lo que nuestra literatura contemporánea puede ofrecer.
6.- ¿Cuáles podrían ser unas tendencias dentro de la narrativa última venezolana?
Bueno, tenemos una gran variedad. Creo que hay una narrativa que ha vuelto a las historias bien contadas. Después de una época de experimentalismo, muchos de nuestros escritores están buscando que el lector se divierta y disfrute de una historia bien contada.
Dentro de eso hay un interés por lo histórico. Por ejemplo, una de las novelas más vendidas es Falke de Federico Vegas. Falke es el nombre de un barco polaco, que en tiempos de la época de Gómez vino a liberar Venezuela de la dictadura. Los expedicionarios eran estudiantes e intelectuales, convertidos de una manera ingenua en militares y salvadores de la patria. Al llegar al país, sin embargo, fueron derrotados. Falke cuenta la historia desde el punto de vista de uno de los expedicionarios que era un joven que estudiaba medicina en París. Este joven, tiempo después, y con influencia de Rómulo Gallegos quien también aparece en la novela, llegó a ser en un destacado médico psiquiatra y funcionario del ministerio de educación. La historia de Falke se cuenta por medio de las cartas y del diario de este joven expedicionario. Esa sería, en todo caso, una tendencia en la narrativa venezolana última.
También creo que hay una tendencia en la que se presta atención a los hechos de la vida cotidiana: esas preguntas sobre la enfermedad y cómo ella cambia la vida de algunas personas cuando padecen la potencialidad de la muerte. Y veo una tercera tendencia en el ejercicio del género policial. Sin embargo, en Venezuela se está haciendo novela policial sin separarse del hecho político, o del hecho social, o de la vida cotidiana. Por ejemplo, la novela La última vez, narra la historia de un padre que desaparece. Aquí el hijo se convierte en una especie de detective para saber qué pasó con su padre, y la novela se convierte en una manera de explorar la situación política venezolana actual que, como bien sabemos, tiene grande polaridades.
7.- ¿Qué rol tienen los jóvenes hoy en día en la literatura venezolana?
Hay mucho movimiento entre los jóvenes. Los concursos para autores inéditos, los premios para universitarios, son muy concurridos. Hemos tenido muy agradables sorpresas de encontrar muy buenos talentos que hacen su primer aporte en cuento o poesía. En algunos casos han tenido mucho que ver con el Premio Nacional Universitario. Hay talleres, hay grupos de lectura y discusión, hay revistas que dirigen esos muchachos y ellos tienen la iniciativa de organizar actividades y de promover su formación.
8.- En las tendencias que ha mencionado, ¿habría algún uso de la oralidad, o habría un retorno hacia la escrituralidad?
Yo diría que se mantienen ambos intereses. Tal vez haya un predominio de la escritura. Una escritura que es muy consciente de sí misma, que se representa a sí misma. No son poco frecuentes las obras que se refieren a la propia construcción. Por ejemplo, esta novela Falke lo hace así. En los cuentos de Miguel Gómez esa veta está muy bien lograda. Hay un narrador de cuentos que no logra contarlos, y el cuento se trata de esa dificultad precisamente. En tal sentido, se podría decir que hay una vuelta a la “naturalidad” de escribir y cómo la novela es el hacerse de ella misma.
9.- Uno de los temas que ha estudiado en sus investigaciones es la representación del campo. ¿Cómo sería esa representación después del proceso de urbanización de mitad siglo XX?
Por supuesto, a mitad de siglo en Venezuela se da un giro hacia la novela predominante urbana. Sería el caso de Salvador Garmendia. Y claro, empezaba a ser un poco extraño escribir desde otro lugar que no fuera la ciudad. Sin embargo, hay excepciones muy notables, como por ejemplo la narrativa de Ednodio Quintero. En su obra lo andino venezolano, es más que una geografía, es un acto ficcional. Y también en sus personajes hay un traslado a la ciudad, y un regreso de ésta al campo. También entre los escritores de la segunda mitad del siglo XX habría que mencionar el caso Alfredo Armas Alfonso que está dentro de la línea de los transculturadores, como Rulfo y Arguedas. El hace una literatura de escritura moderna y reflexiva, pero sus personajes tienen rasgos de los pueblos de su infancia en el Oriente de Venezuela. Son construcciones muy llamativas como logro artístico, dentro del mundo campesino. Pero para la mayoría de los autores contemporáneos la ciudad, y sobre todo Caracas, es su escenario predominante. Y a veces ese escenario es tan obvio que no es visible. Sin embargo, en muchas ocasiones se trata de la Caracas convulsionada, con una modernidad tardía, apresurada, e ingenua. Digo esto porque en las décadas que hubo mucho dinero como en los cincuenta, sesenta y setenta, Caracas creció demasiado rápido, sin ninguna planificación y hubo una serie de conflictos urbanos. ¿Quién es el habitante de Caracas? ¿Cómo vive atribulado en una ciudad con demasiados carros y autopistas? Son algunos de los temas que aparecen en la literatura venezolana. Y por supuesto, la vida política está en la ciudad con toda la polarización entre partidarios chavistas y antichavistas.
* Purdue University at Calumet, Indiana, USA
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