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domingo, 13 de mayo de 2012

¿Y por qué no en las prisiones?


Una cancha de fútbol para rescatar el barrio

La Dolorita y Caucagüita giran ahora en torno a un espacio deportivo.

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La cancha de La Dolorita (arriba) es utilizada para todo tipo de actividades. En Villa Esperanza (abajo) entrenan más de cien niños FOTOS VENANCIO ALCÁZARES
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JAVIER BRASSESCO |  EL UNIVERSAL
sábado 12 de mayo de 2012  12:00 AM
Un niño con cholas en vez de tacos patea un balón mientras su hermana se trepa en una portería que de repente es un árbol. Al lado unos muchachos vuelan su papagayo, indiferentes a esos que entrenan un poco más allá para el partido de fin de semana o a esa niña que está chutando penaltys en el otro arco, cien metros más allá. 

Uno de los barrios más pobres de la ciudad, en La Dolorita, tiene hoy una cancha del primer mundo, un campo que no tiene nada que envidiarle a ningún otro, y a su alrededor gira la vida de la comunidad: "Todos quieren ahora estar en un equipo de fútbol, esto es mejor que cien policías", celebra Víctor Herrera, quien dirige la escuela desde una época no tan lejana en que antes de jugar sus muchachos tenían que pasar diez minutos sacando las piedras de la cancha de tierra. 

La alcaldía de Sucre lo convirtió en un espacio de primera, sin máculas y sin peros, aprovechando toda la importancia simbólica de este lugar, pues fue aquí donde se filmó la película Hermano. Jorman Gómez recuerda que hace dos años él salía de su liceo en Filas de Mariches y se iba siempre a ver la filmación. Hoy tiene 18 y estudia en el Inces de Boleíta, pero sigue regresando a esta cancha, pues ahora está en un equipo del club Miranda Essport. 

Su compañero de equipo Carlos Bolívar, del barrio El Limoncito (Turumo) dice que saben muy bien que ahora les queda a ellos la responsabilidad de cuidar esta cancha: "Esto no pasa dos veces", dice, y es verdad: en las vidas de Carlos y Jorman, las cosas buenas no suelen pasar dos veces. 

La arenga del entrenador Daniel Pacheco antes de comenzar la práctica también va por ese camino: "Son unos privilegiados, dense cuenta de lo que tienen, otra gente haría lo que fuera por una oportunidad así". 

Herrera, que maneja a unos 180 niños y adolescentes, además de 40 muchachas (dentro de poco inaugurará la liga femenina), les pide en cambio que sean siempre humildes, y en plan privado confiesa los problemas que confronta para mantener todas las categorías: "La alcaldía ayuda, pero no alcanza. Los balones que usamos son los seis que quedan de los treinta que compramos hace dos años, y nos tuvimos que salir de uno torneo que se hizo en Miranda porque casi nadie tiene dinero para viajar. Todo cuesta mucho, incluso los conos. Cualquiera dice que eso es una tontería, que un cono no cuesta nada. A nosotros sí". 

También sueña con formar parte de la tercera división del fútbol nacional (muchos de sus jugadores entrenan con el Real Esppor, de la primera divisón), pero para eso necesita alguien que los patrocine. 

A veces es pesimista cuando piensa en estos problemas, pero dice que solo ver la nueva cancha le da fuerzas. Retoma entonces su apostolado: "Es una labor de rescate, hay que sacar fuerzas de donde sea". 

Caucagüita adentro 

En el barrio Villa Esperanza, en Caucagüita, también la vida gira en torno a una cancha de fútbol de grama artificial que la alcaldía inauguró hace ya seis meses. Tiempo suficiente para que Dainer Vásquez intente un balance: "Ya hace doce años que tenemos este espacio, esto es más viejo que el propio barrio (Villa Esperanza nació hace ocho años producto de una invasión), y es un oasis en medio de tanta miseria, una inyección de vida, una oportunidad para quienes no tendrán muchas otras en la vida". 

En la cancha entrenan más de cien niños que no solo son de Villa Esperanza sino también de otros barrios cercanos como Ramón Brazón, El Aguacate o El Cerrito. Cuenta Vásquez que antes él tenía que ir atrás de los muchachos, pero desde que se inauguró la cancha más bien se los tiene que sacar de encima. 

Relata que entre 2007 y 2008 él abandonó este proyecto, cansado ya de tanto trabajo y tan poco reconocimiento, y no solo se invadió parte del terreno que hoy ocupa la cancha y que antes era mucho mayor, sino que varios muchachos del barrio "tomaron otros caminos". Él regresó solo porque hubo el compromiso de las autoridades de convertir toda esa tierra en una alfombra de grama artificial. 

Y hoy sigue con su labor a pesar de tanto pesar. Espera que la alcaldía cumpla con su promesa de terminar el trabajo (aún faltan 500 metros cuadrados de terreno por tapizar), y sobre todo teme por las gigantescas grietas que han aparecido a un lado de la cancha, producto de un terreno que está cediendo y amenaza con dejarlos al borde de un precipicio. 

Desde un lado del campo, Carla Vargas observa a su hija Valentina, de ocho años, que ahora anda "enfiebrada" con el fútbol, y dice que mucha gente del barrio utiliza además este espacio para trotar o caminar en las mañanas. Es la vida de la comunidad, la que la mantiene activa, la alegría de esta villa que al fin hizo cierta su esperanza.

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