La masacre de El Rodeo
Quiera Dios que prive el diálogo al que invita Tareck El Aissami, quien acepta que el asunto le desborda
ASDRÚBAL AGUIAR | EL UNIVERSAL
martes 21 de junio de 2011 12:00 AM
Son 3.500 los militares que toman, mediante las armas, a la cárcel de El Rodeo. Casi un soldado por cada preso que buscan someter dentro del mencionado penal. Las bajas son una vergüenza, una bofetada a la civilidad. Las muertes de la reyerta entre los reclusos suman 26 más 82 heridos. Los caídos de la confrontación sucesiva con las fuerzas regulares son 3 más otros 20 lesionados, en su mayoría guardias nacionales. ¡Pero es que las muertes obra de la violencia penitenciaria crecen cada día, durante cada año! Es una tragedia que sólo disminuye cuando se la compara con los 20 mil homicidios que ocurren por las calles de Venezuela cada doce meses.
El asunto vuelve mi memoria hacia el caso de El Frontón, que origina la condena del Estado peruano por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El gobierno instalado en Lima le ordena a las Fuerzas Armadas poner orden en la cárcel situada en la isla del mismo nombre, y éstas, eficaces y sin miramientos -los condenados no tienen dignidad- resuelven el asunto a la brava. Minan las bases del edificio penitenciario y pasada la medianoche lo derrumban, con los presos adentro. Cede la indisciplina. Llega la paz, pero en los sepulcros.
En El Rodeo las cosas no alcanzan a tanto, mas se le parecen en su tratamiento. Los militares, bajo órdenes superiores, ponen orden al desorden e intentan mitigar los riesgos graves que el mismo Estado crea, por omisión, corrupción, e indolencia. De modo que las muertes producto de la anarquía carcelaria tienen un responsable, a saber las mismas autoridades encargadas de atender el problema y que no lo hacen, a pesar del reclamo que les formula desde 2008 y a propósito de El Rodeo la Corte de Derechos Humanos.
La cabeza de los responsables se encuentra en La Habana. Es un presidente enfermo, pero que no lo está para cuando el asunto toma cuerpo y se agrava, y no le dedica tiempo porque el tiempo de la revolución y a su culto personal le es más importante. Y ante cada crisis extrañamente huye al extranjero.
La verdad es que a la altura de los acontecimientos sólo se aprecia que el régimen, altanero y contumaz frente al Sistema Interamericano, deja de ser dictadura para situarse hoy como partero de la disolución, de la anarquía social. Ésta no se detiene y aumenta en su decurso fatal. Y esa fatalidad tiene como primer rostro a El Rodeo como radiografía de lo que acontece en todos los ámbitos de la vida nacional, y de lo que puede ocurrirnos -en una suerte de "libianización"- si el tren del despropósito no es frenado a tiempo.
Para la evaluación que cabe no huelga observar que tanto como Walid Makled no procura en soledad sus crímenes de narcotráfico ni despacha -libre de complicidades- alijos desde la rampa presidencial de Maiquetía, los reclusos de El Rodeo mal pueden poseer arsenal y drogas suficientes para animar sus revueltas sangrientas de cada semana sin la complicidad de sus vigilantes. Así de simple.
La grave degeneración del sector carcelario y nuestra condición de Estado bajo observación internacional por violaciones generalizadas y sistemáticas de derechos humanos puede ser explicada desde múltiples ángulos. Desde el abandono oficial, la falta de nuevas cárceles, la ausencia de jueces honestos y competentes, la indolencia del Ministerio Fiscal y de la Defensora del Pueblo, hasta la visión dominante de la represión y no de la reeducación en el modelo gestionario de nuestras prisiones. No obstante, hay un denominador común a lo anterior, y es la propia revolución.
El presidente enfermo arma al pueblo para la defensa de su dictadura. Al igual que Lenin con la Revolución rusa, hace del lumpen social y delictivo la base de su milicia popular. Las cárceles son el primer aposento de la insurgencia desde 1999. Ahora desbordadas su progenitor no sabe como controlarlas. La solución final, por ende, es la confrontación, la invocación de la muerte y la masacre. La acción de la Guardia Nacional emula a la de la Checa, que con 1.000 hombres ataca a los anarquistas, hace prisioneros a 520 y a 25 los ejecuta en el lugar, hacia 1917.
El proceso nuestro, a fin de cuentas, se viste con el rojo de las víctimas de sus masacres: la del 27F, la del 4F, la del 27N, la de Miraflores el 11A, y la de El Rodeo. Patria, socialismo y muerte es la consigna.
Quiera Dios que prive el diálogo al que invita Tarek El Aissami, quien acepta que el asunto le desborda y reclama de otro ministerio separado de la cartera política. Ojalá no tome cuerpo el cinismo radical y destructor de los Jaua, discípulos de Vladimir Illich Ulianov.
correoaustral@gmail.com
El asunto vuelve mi memoria hacia el caso de El Frontón, que origina la condena del Estado peruano por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El gobierno instalado en Lima le ordena a las Fuerzas Armadas poner orden en la cárcel situada en la isla del mismo nombre, y éstas, eficaces y sin miramientos -los condenados no tienen dignidad- resuelven el asunto a la brava. Minan las bases del edificio penitenciario y pasada la medianoche lo derrumban, con los presos adentro. Cede la indisciplina. Llega la paz, pero en los sepulcros.
En El Rodeo las cosas no alcanzan a tanto, mas se le parecen en su tratamiento. Los militares, bajo órdenes superiores, ponen orden al desorden e intentan mitigar los riesgos graves que el mismo Estado crea, por omisión, corrupción, e indolencia. De modo que las muertes producto de la anarquía carcelaria tienen un responsable, a saber las mismas autoridades encargadas de atender el problema y que no lo hacen, a pesar del reclamo que les formula desde 2008 y a propósito de El Rodeo la Corte de Derechos Humanos.
La cabeza de los responsables se encuentra en La Habana. Es un presidente enfermo, pero que no lo está para cuando el asunto toma cuerpo y se agrava, y no le dedica tiempo porque el tiempo de la revolución y a su culto personal le es más importante. Y ante cada crisis extrañamente huye al extranjero.
La verdad es que a la altura de los acontecimientos sólo se aprecia que el régimen, altanero y contumaz frente al Sistema Interamericano, deja de ser dictadura para situarse hoy como partero de la disolución, de la anarquía social. Ésta no se detiene y aumenta en su decurso fatal. Y esa fatalidad tiene como primer rostro a El Rodeo como radiografía de lo que acontece en todos los ámbitos de la vida nacional, y de lo que puede ocurrirnos -en una suerte de "libianización"- si el tren del despropósito no es frenado a tiempo.
Para la evaluación que cabe no huelga observar que tanto como Walid Makled no procura en soledad sus crímenes de narcotráfico ni despacha -libre de complicidades- alijos desde la rampa presidencial de Maiquetía, los reclusos de El Rodeo mal pueden poseer arsenal y drogas suficientes para animar sus revueltas sangrientas de cada semana sin la complicidad de sus vigilantes. Así de simple.
La grave degeneración del sector carcelario y nuestra condición de Estado bajo observación internacional por violaciones generalizadas y sistemáticas de derechos humanos puede ser explicada desde múltiples ángulos. Desde el abandono oficial, la falta de nuevas cárceles, la ausencia de jueces honestos y competentes, la indolencia del Ministerio Fiscal y de la Defensora del Pueblo, hasta la visión dominante de la represión y no de la reeducación en el modelo gestionario de nuestras prisiones. No obstante, hay un denominador común a lo anterior, y es la propia revolución.
El presidente enfermo arma al pueblo para la defensa de su dictadura. Al igual que Lenin con la Revolución rusa, hace del lumpen social y delictivo la base de su milicia popular. Las cárceles son el primer aposento de la insurgencia desde 1999. Ahora desbordadas su progenitor no sabe como controlarlas. La solución final, por ende, es la confrontación, la invocación de la muerte y la masacre. La acción de la Guardia Nacional emula a la de la Checa, que con 1.000 hombres ataca a los anarquistas, hace prisioneros a 520 y a 25 los ejecuta en el lugar, hacia 1917.
El proceso nuestro, a fin de cuentas, se viste con el rojo de las víctimas de sus masacres: la del 27F, la del 4F, la del 27N, la de Miraflores el 11A, y la de El Rodeo. Patria, socialismo y muerte es la consigna.
Quiera Dios que prive el diálogo al que invita Tarek El Aissami, quien acepta que el asunto le desborda y reclama de otro ministerio separado de la cartera política. Ojalá no tome cuerpo el cinismo radical y destructor de los Jaua, discípulos de Vladimir Illich Ulianov.
correoaustral@gmail.com
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