¿POR QUE DOS FESTIVALES COMO ENEMIGOS?
No debe extrañarnos por tanto que el teatro terminara convirtiéndose en símbolo de la libertad de pensamiento y de palabra.
Teatro y política
MARIANO NAVA CONTRERAS | EL UNIVERSAL
viernes 29 de marzo de 2013 12:00 AM
Uno de los edificios civiles -civiles, no militares- más representativos de la polis griega era el teatro. Espacio de confrontación y de encuentro a la vez, el teatro era el lugar que los ciudadanos dedicaban a la imaginación, a la palabra, a la música, a la danza y sobre todo a la posibilidad de ser otro, de convertirnos en aquello que imaginamos, que es, en definitivas cuentas, en lo que consiste el drama y la actuación. A medio camino entre lo humano y lo divino, el teatro era el espacio consagrado a la alteridad y a la imaginación. No por nada el dios del teatro era Dioniso, el mismísimo dios del vino, porque solo a través de la actuación, como a través de una tremenda borrachera, podemos convertirnos en otro, enajenarnos y escapar de lo que somos, dejar salir aquello que no sabíamos que teníamos, dejar escapar nuestro lado más humano, pero también, por qué no, nuestra cara más siniestra. Algo sumamente arriesgado que requiere un poco de valor.
Por eso los actores gozaron desde siempre de respeto y veneración. En la antigua Grecia constituían una clase especial, una suerte de sacerdotes, una especie de enviados al que el dios había concedido el don de suscitar nuestras pasiones y despertar nuestras emociones, de trasladarnos a un mundo ideal más allá de la vulgaridad de nuestra vida cotidiana, nada más ni nada menos. Los historiadores cuentan que los actores en la Antigüedad gozaban de una cierta inmunidad especial, una especie de salvoconducto que les permitía representar sus obras en el lugar donde tuvieran a bien, no importa si se trataba de una ciudad amiga o enemiga. Dicen que incluso podían atravesar un campo en plena batalla, y que el combate tenía que detenerse para que el actor pudiera pasar y llegar a salvo a su destino, y ¡Ay de aquel que se atreviera a tocarlo! Tal era la importancia y la consideración de que gozaban los artistas.
Por eso también es que todas las ciudades dedicaban un lugar tan especial al emplazamiento del teatro. Casi siempre se trataba de una de las laderas de la acrópolis, para aprovechar la pendiente que se usaba como gradería, pero también para significar que no se trataba de un templo, ni de un lugar de culto, pero tampoco de un edificio más de la ciudad, sino un poco las dos cosas. Ubicado fuera del recinto consagrado a los dioses pero tampoco inserto en el tejido urbano, el teatro representa esa condición socrática del intelectual que piensa la política desde el interior de su propia polis, debiendo situarse, sin embargo, en perspectiva. Replicando la incómoda paradoja de ese outsider por excelencia que es el artista y el poeta, el teatro era, pues, un lugar semidivino en el que podían ventilarse por igual los asuntos de los hombres y de los dioses. Engendro de esta doble naturaleza humana y divina, el drama antiguo nace en este espacio periférico y crepuscular donde los haya. Por ello, los únicos límites que puede reconocer son los de la imaginación. Con esto queda bien claro que el teatro se puede meter en la política, pero la política no debe meterse con el teatro.
No debe extrañarnos por tanto que el teatro terminara convirtiéndose en símbolo de la libertad de pensamiento y de palabra. Durante los grandes festivales de teatro, tanto de tragedia como de comedia, era posible decir sobre la escena prácticamente cualquier cosa, en el entendido de que toda censura equivalía a un desaire muy grave y un sacrilegio contra el dios. Así, podríamos decir perfectamente que fue Dioniso (sí, el dios del vino) el primer garante de la libertad de expresión, a la que los griegos dieron el nombre de parresía, que traduce algo así como "derecho a decirlo todo". Es muy posible, por tanto, que haya existido un vínculo mucho más antiguo de lo que sospechamos entre represión y Ley Seca. Sin embargo, lo que ahora me interesa señalar es que, hace muchísimo tiempo, ya los griegos sabían que es un sacrilegio intentar poner límites a la libertad de crear, de decir y de imaginar de los ciudadanos. También sabían que cuando la política se mete con el teatro éste se convierte en cualquier cosa, menos en arte.
@MarianoNava
Por eso los actores gozaron desde siempre de respeto y veneración. En la antigua Grecia constituían una clase especial, una suerte de sacerdotes, una especie de enviados al que el dios había concedido el don de suscitar nuestras pasiones y despertar nuestras emociones, de trasladarnos a un mundo ideal más allá de la vulgaridad de nuestra vida cotidiana, nada más ni nada menos. Los historiadores cuentan que los actores en la Antigüedad gozaban de una cierta inmunidad especial, una especie de salvoconducto que les permitía representar sus obras en el lugar donde tuvieran a bien, no importa si se trataba de una ciudad amiga o enemiga. Dicen que incluso podían atravesar un campo en plena batalla, y que el combate tenía que detenerse para que el actor pudiera pasar y llegar a salvo a su destino, y ¡Ay de aquel que se atreviera a tocarlo! Tal era la importancia y la consideración de que gozaban los artistas.
Por eso también es que todas las ciudades dedicaban un lugar tan especial al emplazamiento del teatro. Casi siempre se trataba de una de las laderas de la acrópolis, para aprovechar la pendiente que se usaba como gradería, pero también para significar que no se trataba de un templo, ni de un lugar de culto, pero tampoco de un edificio más de la ciudad, sino un poco las dos cosas. Ubicado fuera del recinto consagrado a los dioses pero tampoco inserto en el tejido urbano, el teatro representa esa condición socrática del intelectual que piensa la política desde el interior de su propia polis, debiendo situarse, sin embargo, en perspectiva. Replicando la incómoda paradoja de ese outsider por excelencia que es el artista y el poeta, el teatro era, pues, un lugar semidivino en el que podían ventilarse por igual los asuntos de los hombres y de los dioses. Engendro de esta doble naturaleza humana y divina, el drama antiguo nace en este espacio periférico y crepuscular donde los haya. Por ello, los únicos límites que puede reconocer son los de la imaginación. Con esto queda bien claro que el teatro se puede meter en la política, pero la política no debe meterse con el teatro.
No debe extrañarnos por tanto que el teatro terminara convirtiéndose en símbolo de la libertad de pensamiento y de palabra. Durante los grandes festivales de teatro, tanto de tragedia como de comedia, era posible decir sobre la escena prácticamente cualquier cosa, en el entendido de que toda censura equivalía a un desaire muy grave y un sacrilegio contra el dios. Así, podríamos decir perfectamente que fue Dioniso (sí, el dios del vino) el primer garante de la libertad de expresión, a la que los griegos dieron el nombre de parresía, que traduce algo así como "derecho a decirlo todo". Es muy posible, por tanto, que haya existido un vínculo mucho más antiguo de lo que sospechamos entre represión y Ley Seca. Sin embargo, lo que ahora me interesa señalar es que, hace muchísimo tiempo, ya los griegos sabían que es un sacrilegio intentar poner límites a la libertad de crear, de decir y de imaginar de los ciudadanos. También sabían que cuando la política se mete con el teatro éste se convierte en cualquier cosa, menos en arte.
@MarianoNava
Un lenguaje que también le sirve al ser humano
El grupo Varasanta de Colombia trae "El lenguaje de los pájaros"
EL UNIVERSAL
sábado 30 de marzo de 2013 12:00 AM
El animal es una excusa para hablar sobre los hombres. El lenguaje de los pájaros, la obra que el grupo colombiano Varasanta trajo al Festival Internacional de Teatro, utiliza la personificación para reflexionar acerca del viaje que nos lleva a ser humanos.
La obra, una versión libre del relato teatral del francés Jean-Claude Carrière, mantiene la esencia del poema sufí en el que está inspirado. "La historia de los pájaros que vuelan para buscar a su rey se mantiene igual (...) La pieza tiene una función de encuentro y de reflexión con las personas que van a verla", dijo Fernándo Montes, director del grupo y del montaje, que fue la primera obra que realizó en el año 1994 cuando fundó la compañía teatral.
Tras casi dos décadas de giras, estrenos y reestrenos, El lenguaje de los pájaros llega al festival venezolano. "Esta obra es como el ave fenix que renace en sus cenizas. Es un cuento que no caduca, es una historia que creo que necesita ser contada siempre, un fragmento de magia", agregó el también actor, que comparte créditos en el elenco con Beto Villada, Liliana Montaña e Isabel Gaona.
Así, la pieza representa una suerte de bálsamo ante la realidad de toda Latinoamérica. "La obra es un momento de meditación desde el corazón. En medio de nuestro horror, tiene que haber otra cosa en el hombre ajeno al contexto, un punto en el que el ser humano sea de verdad humano, y esta obra habla sobre eso", concluyó el propio Montes. El teatro también es una forma de lenguaje universal.
Twitter: @Daniel_Fermin
La obra, una versión libre del relato teatral del francés Jean-Claude Carrière, mantiene la esencia del poema sufí en el que está inspirado. "La historia de los pájaros que vuelan para buscar a su rey se mantiene igual (...) La pieza tiene una función de encuentro y de reflexión con las personas que van a verla", dijo Fernándo Montes, director del grupo y del montaje, que fue la primera obra que realizó en el año 1994 cuando fundó la compañía teatral.
Tras casi dos décadas de giras, estrenos y reestrenos, El lenguaje de los pájaros llega al festival venezolano. "Esta obra es como el ave fenix que renace en sus cenizas. Es un cuento que no caduca, es una historia que creo que necesita ser contada siempre, un fragmento de magia", agregó el también actor, que comparte créditos en el elenco con Beto Villada, Liliana Montaña e Isabel Gaona.
Así, la pieza representa una suerte de bálsamo ante la realidad de toda Latinoamérica. "La obra es un momento de meditación desde el corazón. En medio de nuestro horror, tiene que haber otra cosa en el hombre ajeno al contexto, un punto en el que el ser humano sea de verdad humano, y esta obra habla sobre eso", concluyó el propio Montes. El teatro también es una forma de lenguaje universal.
Twitter: @Daniel_Fermin
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