Eusebio Calonge: "Escribo teatro por conjurar la muerte"
"Sólo la belleza nos queda como modo de respuesta a este estrépito ensordecedor", manifiesta el dramaturgo y fundador del Teatro La Zaranda de España.
"La puerta estrecha", la propuesta de La Zaranda en 2002 (Cortesía)
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ÁNGEL RICARDO GÓMEZ | EL UNIVERSAL
martes 19 de marzo de 2013 07:53 AM
Hoy llegan los integrantes de la compañía de teatro La Zaranda con la finalidad de participar en el Festival Internacional de Teatro de Caracas que inaugura este jueves. Vía correo electrónico, uno de sus fundadores, el dramaturgo Eusebio Calonge, habla no sólo de su obra Nadie lo quiere creer, sino de la sociedad actual, el teatro y su rol en la inestabilidad y, por supuesto, los recuerdos que guarda de visitas anteriores al evento capitalino.
-Se ha dicho que la obra muestra la descomposición del ser humano y su sociedad. ¿Fue esa su intención?
-Desde la antigüedad, el teatro ha sido un espejo donde se mira la sociedad; el reflejo que ahora nos devuelve no tiene ya el brillo del pasado. Vivimos en una cultura que se descompone, donde los valores que nos podían guiar han perdido su valor, se han perdido o quedan como algo residual, por ejemplo, en el sentido trascendente del arte que lo asomaba al misterio. Se ha atrofiado el alma, el arte hoy día es poco más que una vibración epidérmica, sensorial. Estamos a merced de lo más efímero y superficial. Creo que nuestra metáfora de una persona, de un caserón, expuesto a las devastaciones del tiempo, retrata esto, pero nuestras obras son siempre alegóricas, poseen múltiples lecturas. Y todo esto se expresa en clave de esperpento, ese sainete trágico, con un humor muy directo.
-¿Cree que es una obra pesimista?
-Eso depende de donde cada uno ponga el horizonte, quiero decir, si nos limitamos a esta parte del camino que conocemos, sin duda, es pesimista, pero si no nos han arrebatado el sentido de la muerte, simplemente es consecuente con lo que en el mundo pasa. En ningún caso desde luego es nihilista. Esa corriente estéril del arte contemporáneo.
-¿Cómo relaciona esta pieza con otras de su dramaturgia como por ejemplo, Perdonen la tristeza, la primera que escribió para La Zaranda?
-Creo que desde el principio hay una unidad poética, y que esta irradia vida ilimitadamente, y eso hace que se comuniquen las obras, que todas emanen de esa fuente. De alguna manera lo que llamamos estilo es ese reaparecer de las obsesiones en cada obra.
-¿Le siguen interesando los mismos temas?
-A estas alturas de mi vida sé que si escribo teatro es por conjurar la muerte. Un intento desesperado de contrarrestar las devastaciones del tiempo. Cuando en el arte no encuentro este fondo me parece ornamental.
-Teatro Inestable de Andalucía la Baja. ¿Ha sido la inestabilidad de la compañía la principal clave para sobrevivir por más de 30 años?
-Creo que ha sido y es un verdadero milagro. Nunca hemos proyectado nada, ni hemos seguido ninguna estrategia, simplemente tuvimos una necesidad de expresarnos a través del teatro, y obra a obra, paso a paso, sin pretender nada, llegas a cumplir años sobre los escenarios. Esto sólo te permite comenzar de nuevo, buscar para no perder lo encontrado.
-¿Cree que escribe teatro desestabilizador?
-Creo que ya hay demasiadas desestabilizaciones en el mundo y que ahora el arte debe dar cordura a todo esto, que sólo la belleza nos queda como modo de respuesta a este estrépito ensordecedor, donde el hombre ha olvidado el motivo de su esperanza. Entendemos el teatro como una senda del espectador hacia su propia alma.
-En Venezuela estamos enfermos con la polarización política, todo, hasta el arte pasa por este tamiz. ¿Cómo contribuye el arte a sanar esta patología?
-Soy de un país donde el enfrentamiento llegó a su conclusión más trágica, y esto generó un suicidio cultural, una esterilidad que llega hasta nuestros días. Tengo esperanza en que el arte sirva de puente entre los hombres, que más que la discrepancia de las opiniones, se sumen las razones. El sentido hondo y no degradado del diálogo. En esto es capital la función que hace el arte de restaurar la sensibilidad perdida, y el crear esa línea que va de la obra al pensar, pero no se me oculta que en este desafío creador somos como quijotes contra molinos de viento.
-Contaba gratos de recuerdos de Caracas. ¿Puede compartir algunos?
-¡Tantos! Que contienen a tan buenos amigos. Figúrese que la primera vez, nosotros éramos unos muchachos que recién salíamos al mundo, y nos encontrábamos de pronto en un festival asombroso, donde se daban cita los mejores creadores teatrales del mundo. Recuerdo desde entonces, imborrable, a María Teresa Castillo, su sonrisa siempre acogedora, al magnífico público que abarrotaba cada sala, cada teatro... Pero no quisiera acabar hablando del pasado, sino del futuro: el Festival, pese a sus muchas dificultades, está solventando con mucha dignidad sus carencias, continúa, y eso es lo imprescindible.
Twitter: @argomezc
-Se ha dicho que la obra muestra la descomposición del ser humano y su sociedad. ¿Fue esa su intención?
-Desde la antigüedad, el teatro ha sido un espejo donde se mira la sociedad; el reflejo que ahora nos devuelve no tiene ya el brillo del pasado. Vivimos en una cultura que se descompone, donde los valores que nos podían guiar han perdido su valor, se han perdido o quedan como algo residual, por ejemplo, en el sentido trascendente del arte que lo asomaba al misterio. Se ha atrofiado el alma, el arte hoy día es poco más que una vibración epidérmica, sensorial. Estamos a merced de lo más efímero y superficial. Creo que nuestra metáfora de una persona, de un caserón, expuesto a las devastaciones del tiempo, retrata esto, pero nuestras obras son siempre alegóricas, poseen múltiples lecturas. Y todo esto se expresa en clave de esperpento, ese sainete trágico, con un humor muy directo.
-¿Cree que es una obra pesimista?
-Eso depende de donde cada uno ponga el horizonte, quiero decir, si nos limitamos a esta parte del camino que conocemos, sin duda, es pesimista, pero si no nos han arrebatado el sentido de la muerte, simplemente es consecuente con lo que en el mundo pasa. En ningún caso desde luego es nihilista. Esa corriente estéril del arte contemporáneo.
-¿Cómo relaciona esta pieza con otras de su dramaturgia como por ejemplo, Perdonen la tristeza, la primera que escribió para La Zaranda?
-Creo que desde el principio hay una unidad poética, y que esta irradia vida ilimitadamente, y eso hace que se comuniquen las obras, que todas emanen de esa fuente. De alguna manera lo que llamamos estilo es ese reaparecer de las obsesiones en cada obra.
-¿Le siguen interesando los mismos temas?
-A estas alturas de mi vida sé que si escribo teatro es por conjurar la muerte. Un intento desesperado de contrarrestar las devastaciones del tiempo. Cuando en el arte no encuentro este fondo me parece ornamental.
-Teatro Inestable de Andalucía la Baja. ¿Ha sido la inestabilidad de la compañía la principal clave para sobrevivir por más de 30 años?
-Creo que ha sido y es un verdadero milagro. Nunca hemos proyectado nada, ni hemos seguido ninguna estrategia, simplemente tuvimos una necesidad de expresarnos a través del teatro, y obra a obra, paso a paso, sin pretender nada, llegas a cumplir años sobre los escenarios. Esto sólo te permite comenzar de nuevo, buscar para no perder lo encontrado.
-¿Cree que escribe teatro desestabilizador?
-Creo que ya hay demasiadas desestabilizaciones en el mundo y que ahora el arte debe dar cordura a todo esto, que sólo la belleza nos queda como modo de respuesta a este estrépito ensordecedor, donde el hombre ha olvidado el motivo de su esperanza. Entendemos el teatro como una senda del espectador hacia su propia alma.
-En Venezuela estamos enfermos con la polarización política, todo, hasta el arte pasa por este tamiz. ¿Cómo contribuye el arte a sanar esta patología?
-Soy de un país donde el enfrentamiento llegó a su conclusión más trágica, y esto generó un suicidio cultural, una esterilidad que llega hasta nuestros días. Tengo esperanza en que el arte sirva de puente entre los hombres, que más que la discrepancia de las opiniones, se sumen las razones. El sentido hondo y no degradado del diálogo. En esto es capital la función que hace el arte de restaurar la sensibilidad perdida, y el crear esa línea que va de la obra al pensar, pero no se me oculta que en este desafío creador somos como quijotes contra molinos de viento.
-Contaba gratos de recuerdos de Caracas. ¿Puede compartir algunos?
-¡Tantos! Que contienen a tan buenos amigos. Figúrese que la primera vez, nosotros éramos unos muchachos que recién salíamos al mundo, y nos encontrábamos de pronto en un festival asombroso, donde se daban cita los mejores creadores teatrales del mundo. Recuerdo desde entonces, imborrable, a María Teresa Castillo, su sonrisa siempre acogedora, al magnífico público que abarrotaba cada sala, cada teatro... Pero no quisiera acabar hablando del pasado, sino del futuro: el Festival, pese a sus muchas dificultades, está solventando con mucha dignidad sus carencias, continúa, y eso es lo imprescindible.
Twitter: @argomezc
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