Yo soy

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sábado, 23 de mayo de 2015

“La palabra es signo. Una simple suma. La combinatoria entre significante y significado”...Leer y escribir, para el artista, es el momento del goce lacaniano pero también el momento de la impaciencia. La mente va más rápido que las manos; o más lento, pero nunca a la misma velocidad… Aguanta despacio… que esto terminará en unas pocas páginas. Soporta cada palabra como si fuera la última, hasta perder la cuenta de lo que está por venir. “Malévolo como una mujer, pero no tan nervioso”, siempre habrá un ayudante impenitente que venga a saber de ti. Y te hallará a tiempo porque así está dispuesto en las páginas y las palabras.

In memoriam del profesor Manuel Bermúdez.

Texto-fobia: Sin título

¿Qué es la palabra? Un poeta que pueda responder esta pregunta estará a la vez respondiendo qué es el arte, qué es la vida / Archivo
¿Qué es la palabra? Un poeta que pueda responder esta pregunta estará a la vez respondiendo qué es el arte, qué es la vida / Archivo
“La palabra es signo. Una simple suma. La combinatoria entre significante y significado”

¿Qué es la palabra? Un poeta que pueda responder esta pregunta estará a la vez respondiendo qué es el arte, qué es la vida.
¿Y qué es ser un poeta, un artista? Un ser que se distancia del mundo y de la vida corrientes. Cuando el distanciamiento es total, se cae en la locura. Pero no todo ser atrapado en la demencia es un artista. Entonces, aún no doy con la respuesta. Sigamos divagando.
La palabra es signo. Una simple suma. La combinatoria entre significante y significado. En el habla que usamos en el día a día, esta combinación responde a la convención de la comunidad en la que vivimos. Decimos “La casa es grande” y todos entienden. Sobre todo, no hay perturbación ni en quien lo dice ni en quien escucha o lee.

El loco y el artista rompen esta tranquilidad. El loco y el artista perturban y son, a su vez, seres perturbados. Ellos dicen “La casa es inteligente” o “La casa camina”. Cometen un atentado contra el sintagma, violentan el sentido. Una llave de judo al eje paradigmático. Un disparate o una metáfora. Este atentado define su existencia y la hace plena en el caso del artista. Para el loco es la encarnación de la condena.
Entonces, esa suma que conforma la palabra (las palabras) se rompe a veces para el desatino, la ofensa, el chiste, la loa, la bendición, el estigma, el arte. Antes de realizar la ruptura, hay que conocer muy bien la combinación establecida, la aceptada por la comunidad. Porque para enmendar el mal, curar la enfermedad, o para crear, primero hay que poder nombrar la cosa.
Para el artista las fronteras se cruzan casi invisibles al tiempo que las técnicas se plantan sólidas mas no intransigentes. El arte es la posibilidad de cruzar los géneros, romper esquemas, enriquecerlos o seguir la tradición. Lo fantástico, lo futurista, la parodia, el costumbrismo, la ironía y hasta la impudicia para mostrar la propia desnudez y hasta el descalabro propio o también la del lector-espectador. Cortes transversales y longitudinales de la vida y de la puesta en escena de su representación.

Jorge Gómez Jattin, autor de una dolorosa y desgarrada obra en la que se juntaron el loco y el artista, enumera en un poema tres ceremonias peligrosas: el amor entre hombres, fumar marihuana y leer poesía.
El amor entre hombres es el autorreconocimiento y el autoreflejo (como dice Anne Sexton: ven a tocar una copia de ti). Puede verse como la exacerbación del ímpetu de la cordura; la remarcación de los límites del propio ser: yo con el otro que es idéntico a mí: es llegar al borde del enunciado. Y esto puede ser una trampa pues en el afanoso intento de atrapar la propia identidad cerrando con candado la puerta a la diferente, a lo otro, puede dejar al sujeto atrapado en su reflejo. Como Mefisto, se apega tanto al otro, y peor aun si se lo ve como a sí mismo, que queda vacío de identidad. El amor con los iguales puede conducir al extravío.
Fumar marihuana es lo contrario a la obsesión por el cuido de la propia identidad. Aquí el Yo se deslía, se va difuminando en cada bocanada, en cada voluta. Es el momento de la disociación, lo pasajero que se percibe como estático, el tiempo que no transcurre porque se ancla en las neuronas que impregna. Y, también, el paso suave e inasible, imposible de retener en la memoria. A cada paso, cuanto más se desgasta el tabaco, el sintagma se vuelve chicloso, se estira, el sentido es inalcanzable. Es otro estado de conciencia en el que el loco se pierde y el artista crea.
Leer poesía es la experiencia más extrema, la asunción del momento letal. Renacimiento o muerte, no hay inmunidad para este acto porque aquí la ruptura es total. De todo sintagma, de todo discurso. Violenta significado y significante con la violencia del parto.
Escribir poesía es la violencia de la concepción, del inicio, del dar forma. Es un acto de soledad: el poeta escribe solo. Leer poesía es el esputo, la ruptura, la separación. Es el espacio en que enunciado y enunciación comulgan, se estrangulan, se hacen uno solo, hasta llegar al espacio más extremo, el de la plaza pública. Las fronteras se quebrantan cuando los territorios se muestran impúdicos. Se agreden. Se aman. Capuletos y Montescos. Este-Oeste. Bestia de las dos espaldas. Agonía.

Leer y escribir, para el artista, es el momento del goce lacaniano pero también el momento de la impaciencia. La mente va más rápido que las manos; o más lento, pero nunca a la misma velocidad… Aguanta despacio… que esto terminará en unas pocas páginas. Soporta cada palabra como si fuera la última, hasta perder la cuenta de lo que está por venir. “Malévolo como una mujer, pero no tan nervioso”, siempre habrá un ayudante impenitente que venga a saber de ti. Y te hallará a tiempo porque así está dispuesto en las páginas y las palabras.
¿Crees que no vas a resistir? ¿Por qué no abandonas el amasijo de hojas que tú mismo elegiste? Es que tienes la ilusión de encontrar una clave. Pero, ¿Por qué tendría que existir? Nadie te exigirá cuentas cuando hayas terminado…. Ah, ya está. Por fin un atisbo de desesperación, una reacción de impaciencia. ¿Te rendirás? De inmediato piensas en la clave. La que con una levísima epifanía podría convertir esta barrena del lenguaje en algo con sentido. Pero no. Tienes la tentación de desplomarte, de no seguir naufragando en este callejón sin fondo de marcas sobre papel. Sin embargo sigues y acabas. Porque te lo digo: esto acaba aquí. Y no pasó nada. Caíste en la trampa. Y yo me voy de aquí.

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