Yo soy

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sábado, 4 de julio de 2015

Monna Lisa, es una pieza teatral escrita y dirigida por Luigi Sciamanna

El ultraje a Monna Lisa

Escena de “Monna Lisa” de Luigi Sciamanna | Cortesía
Escena de “Monna Lisa” de Luigi Sciamanna | Cortesía
“Advertencia: Esta crítica contiene elementos de lenguaje, salud, sexo y violencia tipo A que pueden ser leídos y comentados por todo aquel que no se sienta ofendido por una opinión contraria a la propia. También devela partes importantes del argumento de la pieza, cosa que en lenguaje refinado se define como ‘spoilers’”
    “Sobre gustos y colores no escriben los autores”. FALSO. El oficio de escribir es en sí uno de los más subjetivos que existe. El autor tiene total libertad para escoger lo que quiere decir, las palabras que utilizará para decirlo y, por supuesto, la manera de decirlo. El mito ha muerto y debemos proceder a enterrarlo cuanto antes.
    ¿Qué sentido tiene traer a colación este asunto ahora? Muchísimo. No hay sujeto tan sensible y alérgico a la crítica que el público venezolano, más aún cuando se hace reproche de un espectáculo querido entre el público. Lo defienden ferozmente alegando que, precisamente, la crítica no tiene derecho a réplica porque “sobre gustos y colores no escriben los autores”. En realidad sí lo hacemos, tenemos derecho a ello y por eso me permito confesar que me alarma el hecho de que Monna Lisa, pieza escrita y dirigida por Luigi Sciamanna, tenga tan amplia aceptación por un público que la recomienda de forma exagerada por razones que son totalmente desconocidas para mí.
    Procedo a exponer las razones de mi desagrado hacia Monna Lisacomo si de un caso policial se tratara e intentando aclarar en la medida de lo posible cualquier asunto presente en la postura de quien opina. La desmenuzaremos como a un pollito, tomando las palabras de Simón, del siempre recordado maestro Chocrón.


    Advertencia: Esta crítica contiene elementos de lenguaje, salud, sexo y violencia tipo A que pueden ser leídos y comentados por todo aquel que no se sienta ofendido por una opinión contraria a la propia. También devela partes importantes del argumento de la pieza, cosa que en lenguaje refinado se define como spoilers.

    La escena del crimen
    La producción de Monna Lisa es impecable desde todo punto de vista. Existe una dirección de arte sumamente detallada y acorde con el período histórico que presenta. El vestuario es sumamente variado, de carácter y bien confeccionado; la escenografía es precisa y representa a cabalidad cada locación descrita. Existe una buena relación entre el actor y su entorno.
    Acotación previa
    Admiro el trabajo de Sciamanna y en su momento recomendé 400 Sacos de arenaMonna Lisa concluye la saga del renacimiento del autor/director con una comedia policial de enredos que no se sostiene por dos razones fundamentales: el argumento y sus actores.
    El autor plantea el robo de la famosa Giocconda de Leonardo Da Vinci de las instalaciones del Louvre cuando de antemano sabemos el desenlace de la historia. Con un final anticipado, la atención entonces no se concentra en cómo termina la historia sino en su desarrollo. Para ello, Sciamanna plantea una sátira policial protagonizada por Jorge Palacios y Armando Cabrera que encarnan a Sigmund Freud y Camille Saint-Saens respectivamente, que deben trabajar en conjunto para desentrañar el misterio del hurto. Sus actuaciones son impecables y la química entre ambos genera una comedia franca y espontánea, de las pocas cosas rescatables en este caso.
    También se excluyen con pinzas las actuaciones de Wilfredo Cisneros, quien interpreta a los ministros de exterior de Inglaterra, Francia y del director del Museo Louvre; y a Carlos Sánchez Torrealba, que presta su cuerpo a un Pablo Picasso bastante convincente y a un juez corrupto, entre otros personajes. La capacidad de ambos para desdoblarse es digna de reconocimiento y sirve de aliciente para las nuevas generaciones de actores.
    Los victimarios
    Quien escribe no posee dotes de medium para saberlo, pero opina que si Monna Lisa se redujera en sus enredos a las cuatro excepciones citadas anteriormente el resultado sería de una mayor calidad. Lejos de ello, la acción principal –el robo– se diluye en una decena de situaciones que no aportan absolutamente nada a la resolución del conflicto y que están en manos de actores poco hábiles que interpretan personajes débiles que no son capaces de aguantar la densidad de la pieza, que alcanza unas tres horas de duración.
    Las armas homicidas
    Además de varias actuaciones discutibles, hay escenas que no se justifican en absoluto. Los involucrados en el robo de la Monna Lisavuelan de París con el cuadro mientras suena al fondo la suite de El lago de los cisnes de Tchaicovsky. La relación entre la pieza, la escena que musicaliza y ambas dentro de los acontecimientos no guardan relación entre sí ni contribuyen al avance de la trama.
    Otra escena reprochable es la del tango en la casa de citas de Maha Tari. Por una cabeza de Gardel es víctima de un baile mal ejecutado que intenta parodiar de forma infructuosa la mítica escena de Al Pacino en Perfume de Mujer.
    Hacia el final conocemos a un personaje cuya intervención tampoco resuelve el conflicto pero resulta ser la madre perdida de uno de los guardias del museo y de un sicario. También descubrimos que Maha Tari en realidad es venezolana, se llama Coromoto y robó a La Giocconda para cambiarlo por armas para la resistencia a la dictadura de Juan Vicente Gómez. La brillante comedia de enredos que pudo ser resuelta en hora y media se extiende otra hora y media más para amparar situaciones inverosímiles como esta, que no causan gracia sino confusión.
    Pero la pieza, lejos de finalizar con estos hallazgos absurdos, concluye con el saludo de los actores en un discurso metateatral donde el dueño del teatro –interpretado por Sánchez Torrealba– agradece al público asistente en tiempos convulsos –para este momento nos ambientamos en el estallido de la Primera Guerra Mundial– y asegura que a pesar de lo que pueda ocurrir, la compañía continuará trabajando por el arte y para el arte. Acto seguido, los actores se colocan máscaras de gas y salen de escena, concluyendo de esta forma con la función de forma definitiva. En opinión particularísima de quien escribe, los finales deben ser muy cuidadosos en su última reflexión para no ser tomados como una moraleja digna de cualquier fábula de Esopo. Pero es algo que depende del estilo de cada escritor o director; en este caso depende de ambos.
    Si tengo o no tengo razón es algo que no constituye en una preocupación para mi persona. El único objetivo de un escritor, más allá de escribir sobre gustos y colores, es llegar a las manos del lector. ¿No me cree? Vaya usted este fin de semana a ver Monna Lisa y reflexione sobre las cuestiones que aquí planteo. Si concuerda o no concuerda conmigo no interesa: logré que pensara en mi planteamiento mientras disfrutaba la función.
    Caso cerrado

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