Yo soy

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domingo, 15 de febrero de 2015

Zapata fue un severo crítico de todos los gobiernos que vivió, a ninguno se plegó y dándole voz a los excluidos en sus caricaturas siempre subrayó tres grandes males no superados ni por la democracia anterior ni por el autoritarismo presente: las grandes desigualdades sociales, el trinomio corrupción-riqueza-ostentación y los abusos de poder.

De una era a otra

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Lo contó Pedro León Zapata a mediados de los años 1970 en un foro sobre humorismo en la Escuela de Sociología de la UCV. Eran tiempos cuando una buena parte de América Latina se hallaba tomada por dictaduras, violencia guerrillera y guerras civiles. Venezuela en cambio, junto a Costa Rica, era una excepción de paz. Un oasis.
Para entonces ya nadie, o tal vez muy pocos, creían en la salida guerrillera o el golpismo militar. La convivencia pacífica no era una posibilidad, era un hecho. Leoni había iniciado a mediados de la década 1960 la pacificación del país, Caldera la había profundizado y Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno, años 70, había ido más lejos incorporando en altos cargos a ex militantes del MIR y el Partido Comunista.
Por sus evidentes méritos, el gobierno de Carlos Andrés Pérez le había conferido a Zapata, miembro egregio de la izquierda cultural y severo crítico de su gobierno, la orden Andrés Bello. Y Zapata la había aceptado. En Miraflores, cuando se disponía a colocarle la distinción el presidente Pérez le dice al caricaturista: “Qué cosas, Pedro León, ¡yo, condecorándolo a usté!” y Zapata, eso fue lo que contó aquella tarde risueña, con la agilidad mental que lo caracterizaba, responde algo así como: “Échele pichón presidente que la vergüenza es mutua”.
A la ultraizquierda y los marxistas ortodoxos, que en Sociología tenían una variada representación –había desde maoístas hasta estalinistas– la anécdota no les hizo mucha gracia. Al aceptar esa condecoración Zapata, como los militante del MAS, el MIR y la Causa R que habían entrado el juego democrático, se había convertido para ellos en un colaboracionista, un traidor a la revolución. Los demás, en cambio, celebramos festivamente el desplante pues revelaba de modo genial el espíritu democrático de la nueva izquierda que había roto con los modelos del totalitarismo comunista pero mantenía su crítica implacable a los gobiernos de AD y Copei.
Zapata fue a un mismo tiempo un gran caricaturista y un extraordinario pintor, un artista plástico integral. También un activo e influyente intelectual público y un persistente defensor de los derechos humanos. Ahora que ya no está con nosotros, y que por estos días hemos escuchado y leído los más hermosos, agudos y agradecidos comentarios sobre su vida y su obra, aquella anécdota adquiere una gran significación pues expresa de manera contundente algunos rasgos que lo caracterizaron: su capacidad para recurrir al humor incluso en los momentos más protocolares; su actitud permanentemente crítica con el Poder, y su creencia profunda en la convivencia democrática y el respeto por el otro, incluso cuando se trataba de un adversario político.
Zapata fue un severo crítico de todos los gobiernos que vivió, a ninguno se plegó y dándole voz a los excluidos en sus caricaturas siempre subrayó tres grandes males no superados ni por la democracia anterior ni por el autoritarismo presente: las grandes desigualdades sociales, el trinomio corrupción-riqueza-ostentación y los abusos de poder.
Sin embargo, todos los presidentes y gobernantes siempre lo respetaron y celebraron su genio. Salvo uno, el nativo de Sabaneta, quien ofuscado por sus críticas le atacó en una de sus largas cadenas televisivas preguntándole: “¿Zapata, cuánto te pagaron por esa caricatura?”
Cada ladrón juzga por su condición, es cierto. Pero el presidente que se murió en ejercicio olvidó que su ataque era infructuoso pues apuntaban a un personaje público apreciado por todos y suficientemente conocido por su honestidad inquebrantable y su entereza ética profunda.
Entre “La vergüenza es mutua” y el “¿Cuánto te pagaron?”, media el paso de una nación que apostaba por la democracia y la convivencia pacífica a otra aniquilada moralmente por la intolerancia, el verbo degradante y el pensamiento único. Entre ambas, Zapata brilla solo en el firmamento con la sonrisa de los justos, admirado por un país que le dice a coro “Gracias, Pedro León por haber existido”.

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