En sus tiempos de tupamaro, aquel treintañero registrado en las fichas policiales como José Alberto Mujica Cordano se entregó a la vida clandestina para buscar cómo cambiar el mundo desde las catacumbas. Participó en acciones guerrilleras espectaculares, resultó herido de seis balazos en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, salía de la cárcel y lo volvían a meter, logró fugarse dos veces, y sus años en prisión vinieron a ser quince en total. La dictadura militar lo declaró rehén dentro de la cárcel, de modo que en cualquier momento podía ser ejecutado en represalia de lo que sus compañeros hicieran en la calle.
Lo encerraron en un pozo subterráneo, donde apenas tenía espacio para moverse, tan aislado del mundo que era fácil perder el sentido del tiempo y de la realidad. A veces podía leer fragmentos de periódicos de los que le daban para ir al excusado, y entonces atisbaba, como a través de una rendija, algo de la vida que bullía afuera, aunque se tratara de anuncios clasificados o una cartelera de cine. Su única compañía eran unas ranitas a las que daba de comer miguitas de pan. Y allí descubrió que las hormigas gritan. Si uno tiene la constancia, y la paciencia, de llevárselas al oído, es capaz de escucharlas. Para esos experimentos tenía todo el tiempo del mundo, y también para tratar de fijar en la memoria fragmentos de libros leídos años atrás.
En la novela El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Edmundo Dantés sufre en las mazmorras subterráneas una suerte parecida, y cuando al fin logra la libertad, ya en sus manos el tesoro que lo hará rico y poderoso, su dedicación sagrada es la venganza. Arruinar y afligir a quienes lo habían enviado a prisión. Y entonces aprende que el desquite es una pasión que nunca se sacia. En las novelas, donde se vive un mundo de posibilidades infinitas, el escritor sabe que el camino de la venganza está lleno de atractivos para el lector, que siempre quiere ver a los malvados castigados a cualquier precio, y que la justicia triunfe aunque sea de manera inicua. En la vida, hay otras escogencias que son las que al final perduran porque tienen una sustancia ética, y es esa la sustancia de la que están hechos los verdaderos estadistas.
Cuando un viejo guerrillero, un día encarcelado y humillado, llega al despacho presidencial porque ha sido elegido por el voto popular, debe saber que la venganza solo puede ser un estorbo para gobernar por encima de las pasiones, las propias y las ajenas, así que el primer paso es desterrarlas, la primera de ellas el sentimiento de venganza. Es lo que ocurrió con Nelson Mandela, y lo que ocurre con José Mujica, el presidente de Uruguay. Y si nos quedamos en la vecindad, allí está la antigua guerrillera Dilma Rousseff, la presidente del Brasil, encarcelada y torturada, y Michele Bachelet, que vuelve a la Presidencia de Chile, su padre asesinado por la dictadura de Pinochet.
La venganza personal desde una alta posición de poder, en contra de quienes un día encarcelaron, vejaron y torturaron al que ahora manda, es un acto que se coloca lejos de la perspectiva de un estadista obligado a ver el todo de la sociedad, y el futuro de esa sociedad, y resulta a la postre en un acto mezquino. Pero la venganza tiene un campo de acción más amplio, y más peligroso. La venganza de clases, resultado del odio de clases, que a su vez resulta de la lucha de clases.
Mujica declara sin tapujos que cuando empuñó las armas lo hizo porque luchaba por una sociedad sin clases, por establecer en Uruguay la dictadura del proletariado. Hoy, sentado en la silla presidencial, menos cómoda que el taburete en su casa de Rincón del Cerro, donde vive como el modesto finquero que siempre fue, declara también, igualmente sin tapujos, que no cree en ninguna clase de dictadura, ni siquiera en la vieja y obsoleta dictadura del proletariado.
La venganza no es más que uno de los aspectos de la personalidad de Edmundo Dantés. Destella como una joya maligna con resplandores de justicia, pero en el alma del personaje se hace acompañar de la soberbia del poder, del orgullo y de la arbitrariedad. Si soy rico, si soy poderoso, y antes me humillaron y encarcelaron, mi única manera de tener paz es hacer justicia por mi propia mano, viene a ser la lección de este prisionero al que tomamos como héroe porque sacia nuestro propio apetito de venganza.
Nuestros caudillos latinoamericanos, de la vieja y de la nueva cosecha, parecen haber sido mejores lectores de El conde de Montecristo que de El espíritu de las leyes de Montesquieu, pues fueron y han sido capaces de establecer la arbitrariedad como sistema; un sistema que destruye las instituciones porque parte de la voluntad personal y no del interés de la nación. El poder que satisface los instintos, y no los ideales.
Pero hay algo de por medio que conviene no descuidar. La dictadura militar en el Uruguay rompió la tradición institucional, firmemente asentada en una cultura cívica que a su vez se fundamentaba en un sistema escolar de alta calidad. Una vez que se restableció la democracia, las instituciones estaban allí y solo hacía falta echarlas a andar de nuevo. De modo que Mujica es hijo de esa tradición que hoy sirve para cimentar sus propias ideas de cambio y renovación, en busca de convertir su país en una nación moderna y equitativa. Un socialista íntimamente cercano a la democracia y lejano de los eslóganes.
La cárcel y las salas de torturas no son necesariamente purificadoras. Un prisionero puede llegar a ser un estadista, como José Mujica lo ha demostrado, pero tiene que haber aprendido a entender lo que le dicen las hormigas y las ranitas en lo hondo del pozo. Jamás malinterpretarlas, o malversar sus voces. En eso consiste, en verdad, la sabiduría.
A los 18 años fundó la revista experimental
Ventana junto con Fernando Gordillo —escritor nicaragüense muerto prematuramente en 1967 el 27 de septiembre de 2001 , a los 26 años—, con quien dirigió el movimiento literario
Frente Ventana. En 1963 publicó su primer libro —
Cuentos, Editorial Nicaragüense,
Managua— y al año siguiente se graduó en Leyes por la
Universidad Nacional Autónoma de León con "Medalla de Oro".
Se casó en 1964 con la socióloga Gertrudis Guerrero Mayorga; el matrimonio ha tenido tres hijos —Sergio, María y Dorel—, quienes les han dado seis nietos (Elianne, Carlos Fernando, Camila, Alejandro, Luciana, y Andrés).
Ese mismo año viaja a
Costa Rica, donde viviría 14 años. Allí dirigió la revista
Repertorio. Fue secretario general de la Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), que entonces tenía su sede en ese país, en dos oportunidades: 1968 y 1976. Entre estos años estudia en
Berlín de 1973 a 1975 gracias a una beca otorgada por el Servicio de Intercambio Académico Alemán (DAAD). En 1978 fundó en
San José la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA).
Vida política

Ramírez entrevistado en Miami por el periodista cubano Alejandro Ríos, 2011
Desde 1990 hasta 1995 encabezó la bancada sandinista en la
Asamblea Nacional de Nicaragua. En 1991 fue elegido miembro de la Dirección Nacional del
FSLN. Desde el Parlamento, Ramírez promovió la reforma a la Constitución Política de 1987, para darle un contenido más democrático. Estas reformas, aprobadas en 1995, sellaron sus diferencias con la cúpula dirigente del
FSLN, partido al que renunció ese mismo año para fundar el
Movimiento Renovador Sandinista (MRS) del que fue candidato presidencial en las elecciones de 1996. Después de esos comicios, se retiró de la vida política.
La política, sin embargo, no se retiró de su vida: el gobierno de Ortega (en su segundo mandato 2007-2012), con el que el escritor ha sido muy crítico, vetó a Ramírez a fines de 2008, a través del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC), como prologuista de la
antología de
Carlos Martínez Rivas que el diario español
El País iba a publicar el 27 de mayo de 2009 en su colección dedicada a los grandes
poetas en lengua española del siglo XX; ante esta situación, considerada como "inaceptable", el citado periódico decidó retirar la antología.
1 El veto provocó el rechazo de escritores e intelectuales que firmaron "un manifiesto de 'protesta ante un acto de censura oficial' en el que atacan lo ocurrido en Nicaragua. 'Ningún Gobierno puede arrogarse la potestad de vetar o prohibir la palabra de un escritor, y un acto semejante no puede calificarse sino de totalitario', sostiene el texto, suscrito, entre otros, por
Gabriel García Márquez,
Carlos Fuentes,
Tomás Eloy Martínez o
Ángeles Mastretta".
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Escritor y periodista
Sergio Ramírez comenzó su carrera literaria como cuentista: su primer relato,
El estudiante, lo publicó en 1960 en la revista
Ventana, de
León.
3 Su primer libro, aparecido tres años más tarde, fue precisamente una recopilación de relatos, pero el siguiente, publicado en 1970, era ya una novela. A partir de entonces, ha ido alternando estos géneros con el ensayo y el periodismo. Su consagración internacional llegó en 1998 cuando ganó el
Premio Alfaguara con su novela
Margarita, está linda la mar.
En 2011 publicó
La fugitiva, basada en la vida de la escritora costarricense
Yolanda Oreamuno (Amanda Solano en la novela), que nos es presentada a través de los recuerdos de tres amigas, personajes estos inspirados también en mujeres reales; así, el último relato es el de una cantante, Manuela Torres, que correspondería a
Chavela Vargas; los otros dos, Gloria Tinoco y Marina Carmona, tienen como prototipos a Vera Tinoco Rodríguez, casada con un hijo del presidente de Costa Rica
Rafael Yglesias Castro, y a la pedagoga y escritora Lilia Ramos Valverde (1903-1985), respectivamente.
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