Yo soy

Yo soy

sábado, 6 de diciembre de 2014

El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvietáieva escribió: “¡Murlinga! Perdóname, pero seguir sería peor.La gesta revolucionaria soviética no sólo había puesto de lado a la poeta, como a tantos otros intelectuales, sino que la había condenado a padecer en un limbo de pobreza y destierro del que nunca saldría. Desamparada, Marina Tsvietáieva sentencia: “Moscú no me acepta”.

Diario ajeno: Mi no-vida

Marina Tsvietáieva
Marina Tsvietáieva
“Las últimas cartas de un profuso epistolario son la muestra tangente de cómo el espíritu otrora joven y entusiasta de la escritora rusa, que escribía páginas febriles a un adorado Boris Pasternak (a quien declaraba “el primer poeta de mi vida”), va adentrándose al páramo de la angustia”

El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvietáieva escribió: “¡Murlinga! Perdóname, pero seguir sería peor. Estoy muy enferma, esa ya no soy yo. Te quiero con locura. Comprende que ya no podía vivir más tiempo. Dile a papá y a Alia –si los ves– que los he querido hasta el último momento y explícales que me encontraba en un callejón sin salida”; ese mismo día se suicida. Para ese entonces Tsvietáieva tenía 48 años y una larga lista de calamidades que le entristecían la vida. La gesta revolucionaria soviética no sólo había puesto de lado a la poeta, como a tantos otros intelectuales, sino que la había condenado a padecer en un limbo de pobreza y destierro del que nunca saldría. Desamparada, Marina Tsvietáieva sentencia: “Moscú no me acepta”.
Las últimas cartas de un profuso epistolario son la muestra tangente de cómo el espíritu otrora joven y entusiasta de la escritora rusa, que escribía páginas febriles a un adorado Boris Pasternak (a quien declaraba “el primer poeta de mi vida”), va adentrándose al páramo de la angustia: “No he disfrutado del verano, pero no me da pena, lo único ruso que tengo es la conciencia que no me dejaría disfrutar del aire, del silencio, del azul del cielo, sabiendo que en este momento los otros se están asfixiando con el calor, entre las piedras”. Los otros aludidos en esa carta del 31 de agosto de 1940 son el marido y la hija, ambos encarcelados por el Estado soviético un año antes. En esa misma misiva, dirigida a la poeta y traductora Vera Merkurieva, Tsvietáieva anuncia su fatal proceso de desintegración: “De mí cada vez queda menos”. Ese desmigarse de la escritora venía ocurriendo desde 1918: primero fue la separación  de su esposo, Serguei Efrón, por cinco años; luego la muerte de su hija Irina a causa del hambre, en 1920; el exilio a partir de 1922; la pobreza en Praga; y más adelante la emigración a Francia. A esos terribles años veinte pertenecen estos versos desesperanzados: “De tiempos sin auroras/ Tiza amenazante./ Entonces, Dios llama a mi puerta/ ¡Si la casa se quemó!”.
El trajinar no sólo espiritual sino físico la condenará a moverse de un lugar a otro, buscando un sitio de donde asirse, sin más certeza que la propia incertidumbre y la pobreza que no ceja de acosarla en cada paso dado. El destierro de Tsvietáieva se somatiza en un cuerpo que sin refugio se hace a sí mismo descampado: “me lo han quitado todo, me he ido desnuda, con los cartílagos cortados y las venas estiradas”.
A pesar de la resistencia de Marina, poco a poco su vida va cediendo ante el deshielo: “Mi vida va muy mal. Mi no-vida. Ayer me fui de la calle Gertsen, donde estábamos muy bien, a una minúscula habitación, eventualmente vacía, del callejón Merzliakovski(…) Me he dirigido al ayudante de Fadeev, Pavlenko, una persona encantadora, me compadece, pero no puede darnos nada, los escritores de Moscú no tienen ni un solo metro, y yo le creo. Me ofreció las afueras, le contesté con el motivo principal: angustia vital, y él lo comprendió y no insistió. (En las afueras se puede vivir con una familia grande y unida, en la que todos se ayudan, se turnan, etc., pero si Mur está en el colegio, y yo de mañana a mañana me quedo a solas con mis pensamientos (realistas, sin ilusiones) y sentimientos (locos: pseudo-locos, premonitorios), y las traducciones: ya tengo suficiente con un invierno así)”.En soledad, los peores temores se convierten en los verdugos de la poeta que un día escribió: “Y si en el desierto del corazón,/ desierto hasta el borde en los ojos,/ me da pena de algo es de mi hijo:/ Lobezno más que lobo”. La desesperación saltará el muro de ese callejón sin salida y abrirá el paso al vacío. El invierno personalísimo de Marina irá arropando el suelo de su vida hasta deshacerla por completo un día en que agosto ya ha finalizado. Agosto volverá, pero nunca podrá llevarse la pena del cuerpo muerto en la tragedia revolucionaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario