Lo Humano, lo Religioso y lo Sagrado
No es poner el Bien en el Mundo, sino ponerlo en nosotros mismos
EMETERIO GÓMEZ | EL UNIVERSAL
domingo 18 de septiembre de 2011 12:00 AM
Queremos insistir en las bondades del texto de Stefan Zweig, quien además analiza la noción del Demonio en dos inmensos poetas del siglo XIX: Hölderlin y Von Kleist. Es una magnífica oportunidad para descubrir cómo ese Demonio, no es sino el descubrimiento aterrador de la Quiebra de la Razón que Kant y Hegel (con sus fracasos filosóficos) habían puesto en evidencia. Nietzsche tuvo una pequeña confusión al creer que se trataba de Dios, cuando la que realmente había muerto era la Lógica, el pensamiento primitivo que alimentó a Occidente por 2.500 años. Porque en cuanto usted descubre que ni la Razón ni la Ciencia le permiten tener la mas mínima idea del absoluto Sinsentido que es el Mundo y, mucho más aún, nuestro Espíritu, entonces, paradójicamente -ante la amenaza del Caos- no queda ningún otro camino que aferrarse desesperadamente a esa Infinitud Absoluta... que nos permite identificarnos con el Universo y, sobre todo, con las almas de nuestros semejantes, que nos permite ser Uno con Ellas: ¡¡la Noción de Dios!!
Porque en cuanto traspasamos Lo Racional ¡¡accedemos a Lo Humano!! al Mundo del Espíritu que no anda deduciendo -mecánicamente- conclusiones a partir de premisas, sino que se dedica a Poner Valores, a Crear el Bien y no solo la Belleza. Porque Occidente, que neciamente identificó Lo Humano con lo Racional, se tardó más de dos milenios en descubrir que así como somos capaces de Crear la Belleza, podemos Crear el Bien. Pero detrás de Lo Humano se nos aparece ¡¡Lo Religioso!! Nuestra capacidad para identificar el alma con las de nuestros semejantes, de hacernos Uno con Ellos. El Amor al Prójimo, la capacidad de intuir que el Espíritu no tiene ningún Ser, como creyó Aristóteles y que por eso podemos fundirnos en un solo Ser con todos los demás humanos. "Algo" que ya empieza a parecerse a Dios.
Más allá de Lo Religioso, llegamos a la dimensión mas profunda de Lo Humano: Lo Sagrado. La capacidad que tenemos para trascender el Espíritu. ¡¡Es el Alma yendo más allá de sí misma!! Lo Humano es la capacidad de Crear el Bien, de ponerlo en el Mundo. Lo Religioso es la capacidad de re-ligar nuestras almas con las de los demás. Lo Sagrado, en cambio, es la posibilidad que tenemos de construir nuestro propio Espíritu; desde sus cimientos más profundos. No es ya poner el Bien en el Mundo, sino ponerlo en nosotros mismos. Pero, mucho más que eso: es la posibilidad de superar nuestra Animalidad, la antesala de la noción de Dios.
gomezemeterio@gmail.co
Sobre el piache lejano y cercano
Debido a los cronistas y a los misioneros, lo juzgamos como protagonista de abusos
ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 18 de septiembre de 2011 12:00 AM
El problema de los piaches ha dependido de quienes se dedicaron a estudiarlos a partir del encuentro de América. La mayoría de quienes se refieren a ellos por primera vez e insisten en su versión a través del tiempo, vienen con una cátedra omnipotente en la cabeza, son observadores movidos por unos prejuicios religiosos y culturales cuya mudanza de Europa es fundamental para ellos. Son los emisarios de la buena nueva, los voceros de la religión verdadera y los adelantados de una forma de administración de la sociedad que cumplió con éxito su propósito de arraigo. Si se juzgan como poseedores de una verdad única y, además, como heraldos de un régimen originado en esa verdad, terminan por ofrecer un análisis, si no grotesco en términos redondos, lo suficientemente sesgado como para limitarse a perfiles parecidos a las caricaturas. La tendencia se acentúa debido a que su rol en las tierras encontradas no se limita a la observación, sino también a la imposición de los valores y los conocimientos en cuyo seno se han formado y en los cuales creen en sentido absoluto.
Aún en casos como los de los jesuitas Gumilla y Gilij, misioneros relacionados con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII y respetuosos testigos de los métodos de curación de los indígenas, cuyos resultados verifican con especialistas de la Nueva Granada, y llegan a recomendar sin reservas, pesan como una lápida las concepciones que los llevaron a la vida religiosa y a trabajar en la Orinoquia por la salvación de las almas. Estarán los lectores de la actualidad, por consiguiente y en la generalidad de los casos, ante descripciones exageradamente subjetivas y sectarias sobre quienes ejercen el oficio de los médicos antes y en medio del establecimiento del conquistador español.
De acuerdo con las fuentes más serias, existe en Venezuela, antes de la conquista, un elenco selecto de individuos que se ocupan del cuidado de la salud y cuya formación no depende del azar. Nadie puede saber cuándo comienza a asomarse y a adquirir cuerpo el saber que los nutre, pero es evidente cómo ya se ha formado, al llegar los europeos, un conjunto de centros en los cuales se administra el arte de las curaciones y se forma un discipulado con el propósito de aplicarlo en grupos grandes y pequeños. Se trata de centros prestigiosos, en cuyo interior se forma a las nuevas generaciones para lidiar con los males del cuerpo y con los tormentos del espíritu. Se trata de centros vedados para la mayoría de la colectividad, rodeados del misterio propio de los lugares en los cuales se moldea una materia apenas accesible a los iniciados y de la cual manan provechos concretos y perjuicios inevitables. Espacios del bien y rincones del mal, ejercen influencia sobre los hombres de entonces y, en consecuencia, traban el proceso de imposiciones culturales promovido por el conquistador. Es habitual que, ante los lugares referidos, el lector imagine establecimientos como los de la antigüedad occidental, pero se trata de cualquier domicilio de los habitantes autóctonos o simplemente de un lugar apartado de los bosques.
Manejador de un cúmulo de secretos inaccesibles para las mayorías, el piache deviene elemento influyente en grado extremo. Cura a los enfermos mediante su pericia en el recetario de las yerbas, pero también debido a su trato con potencias capaces de variar el destino de un individuo o de las comunidades. De allí que pueda inducir conductas y sacar ventajas de su papel. El piache está consciente del poder que tiene y del reconocimiento de sus destinatarios. Puede alardear de tal poder, hasta el extremo de atribuirse decisiones sobre manifestaciones de la naturaleza que puede ventilar por la credulidad de los circunstantes. Pero, ¿tiene su oficio ataduras éticas, como las que operaban y operan en el orden sacerdotal de los cristianos? La cuestión carece de respuesta, debido a que no existen pruebas sobre la existencia de algo parecido a un reglamento del buen piache.
Debido a los cronistas y a los misioneros, lo juzgamos como protagonista de abusos y como manipulador de la desgracia de quienes han confiado en sus artes, pero de las fuentes también se desprenden las reacciones de la comunidad ante sus desmanes. El piache no es un ministro sin apelación, sino un sujeto quien, pese a sus facultades y a su calidad de intermediario con el mundo metafísico, puede sufrir la vindicta de la sociedad. Sus artefactos mágicos considerados como objetos diabólicos por los frailes, sus yerbas despreciadas por los facultativos más eminentes, sus contorsiones juzgadas como maromas vulgares por el testigo europeo, topan con el límite que la propia comunidad pone en casos extremos. Sus miembros respetan la terapéutica y la manera de expresarla el ejecutante, pero no aceptan que se pase de listo. La comunidad puede ser su contención, como lo es, de manera avasallante, la nueva cultura que lo juzga sin contemplaciones y ante la cual debe ocultar sus prodigios para procurar sobrevivencia. No le ha ido mal en el ocultamiento de tales prodigios, en beneficio de valores culturales de indiscutible importancia y del crédito que todavía les conceden ciertos pacientes, pues en nuestros días existen quienes lo consultan y quienes dicen creer en sus soluciones. De allí que, junto con otros curadores venidos de muy lejos en el tiempo en el espacio, a lo mejor intente otra vez, como algunos de sus antecesores pero ahora con éxito, salirse con la suya.
eliaspinoitu@hotmail.com
Aún en casos como los de los jesuitas Gumilla y Gilij, misioneros relacionados con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII y respetuosos testigos de los métodos de curación de los indígenas, cuyos resultados verifican con especialistas de la Nueva Granada, y llegan a recomendar sin reservas, pesan como una lápida las concepciones que los llevaron a la vida religiosa y a trabajar en la Orinoquia por la salvación de las almas. Estarán los lectores de la actualidad, por consiguiente y en la generalidad de los casos, ante descripciones exageradamente subjetivas y sectarias sobre quienes ejercen el oficio de los médicos antes y en medio del establecimiento del conquistador español.
De acuerdo con las fuentes más serias, existe en Venezuela, antes de la conquista, un elenco selecto de individuos que se ocupan del cuidado de la salud y cuya formación no depende del azar. Nadie puede saber cuándo comienza a asomarse y a adquirir cuerpo el saber que los nutre, pero es evidente cómo ya se ha formado, al llegar los europeos, un conjunto de centros en los cuales se administra el arte de las curaciones y se forma un discipulado con el propósito de aplicarlo en grupos grandes y pequeños. Se trata de centros prestigiosos, en cuyo interior se forma a las nuevas generaciones para lidiar con los males del cuerpo y con los tormentos del espíritu. Se trata de centros vedados para la mayoría de la colectividad, rodeados del misterio propio de los lugares en los cuales se moldea una materia apenas accesible a los iniciados y de la cual manan provechos concretos y perjuicios inevitables. Espacios del bien y rincones del mal, ejercen influencia sobre los hombres de entonces y, en consecuencia, traban el proceso de imposiciones culturales promovido por el conquistador. Es habitual que, ante los lugares referidos, el lector imagine establecimientos como los de la antigüedad occidental, pero se trata de cualquier domicilio de los habitantes autóctonos o simplemente de un lugar apartado de los bosques.
Manejador de un cúmulo de secretos inaccesibles para las mayorías, el piache deviene elemento influyente en grado extremo. Cura a los enfermos mediante su pericia en el recetario de las yerbas, pero también debido a su trato con potencias capaces de variar el destino de un individuo o de las comunidades. De allí que pueda inducir conductas y sacar ventajas de su papel. El piache está consciente del poder que tiene y del reconocimiento de sus destinatarios. Puede alardear de tal poder, hasta el extremo de atribuirse decisiones sobre manifestaciones de la naturaleza que puede ventilar por la credulidad de los circunstantes. Pero, ¿tiene su oficio ataduras éticas, como las que operaban y operan en el orden sacerdotal de los cristianos? La cuestión carece de respuesta, debido a que no existen pruebas sobre la existencia de algo parecido a un reglamento del buen piache.
Debido a los cronistas y a los misioneros, lo juzgamos como protagonista de abusos y como manipulador de la desgracia de quienes han confiado en sus artes, pero de las fuentes también se desprenden las reacciones de la comunidad ante sus desmanes. El piache no es un ministro sin apelación, sino un sujeto quien, pese a sus facultades y a su calidad de intermediario con el mundo metafísico, puede sufrir la vindicta de la sociedad. Sus artefactos mágicos considerados como objetos diabólicos por los frailes, sus yerbas despreciadas por los facultativos más eminentes, sus contorsiones juzgadas como maromas vulgares por el testigo europeo, topan con el límite que la propia comunidad pone en casos extremos. Sus miembros respetan la terapéutica y la manera de expresarla el ejecutante, pero no aceptan que se pase de listo. La comunidad puede ser su contención, como lo es, de manera avasallante, la nueva cultura que lo juzga sin contemplaciones y ante la cual debe ocultar sus prodigios para procurar sobrevivencia. No le ha ido mal en el ocultamiento de tales prodigios, en beneficio de valores culturales de indiscutible importancia y del crédito que todavía les conceden ciertos pacientes, pues en nuestros días existen quienes lo consultan y quienes dicen creer en sus soluciones. De allí que, junto con otros curadores venidos de muy lejos en el tiempo en el espacio, a lo mejor intente otra vez, como algunos de sus antecesores pero ahora con éxito, salirse con la suya.
eliaspinoitu@hotmail.com
Democracia "como la gente"
RICARDO TROTTI | EL UNIVERSAL
domingo 18 de septiembre de 2011 03:53 PM
Una lucha decidida contra la inseguridad ciudadana y la corrupción debe ser el norte de los políticos latinoamericanos si de verdad quieren una democracia fuerte, como la que merecen y quieren vivir sus pueblos.
Varios líderes y expresidentes, sin embargo, como lo plantearon esta semana en Lima en el décimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana, prefieren seguir con su vieja cantaleta de crear mecanismos de monitoreo para observar fallas o interrupciones institucionales, cuando las prioridades de los ciudadanos simplemente pasan por poder caminar y despertarse tranquilos, sin miedo a los atracos y los robos, y que los corruptos terminen en la cárcel.
La Carta, creada en 2001, ya demostró que no es muy útil en los momentos más difíciles. No solo por no servir para sortear golpes como el de Honduras o el autogolpe de diciembre pasado en Venezuela cuando el presidente Hugo Chávez fue habilitado para gobernar por decreto por 18 meses de espaldas al Congreso, sino porque tampoco exige a los gobiernos resolver la inseguridad y la corrupción -dos palabras que no se mencionan en el texto- y que están en franco aumento en la región.
Así lo confirman los índices de percepción de calidad de vida que se manejan en las Américas. Según datos de la Organización de Estados Americanos, en 2010 se cometieron dos tercios de los secuestros del planeta, y más de 130 mil asesinatos, una de las tasas de homicidios más elevada del mundo. En El Salvador fue de 61 por cada cien mil habitantes y en Venezuela 48. Además, mediciones del Banco Interamericano de Desarrollo señalan a los argentinos, bolivianos y peruanos como los que se sienten más expuestos a ser asaltados.
También la región es una de las más corruptas del mundo, como lo indica el último informe de Amnistía Internacional, que sitúa a Venezuela en el puesto 164 de 178 países, índice en el que también se destacan Paraguay y Haití en el lugar 146; Honduras, 134; Nicaragua y El Salvador, 127 y Argentina, en el 105.
Por el contrario, en aquellos países con niveles menores de inseguridad ciudadana y corrupción, como EEUU, Canadá, Chile, Costa Rica y Uruguay, es donde hay una mejor percepción y asociación entre el desarrollo democrático y una mejor calidad de vida.
Varias cosas sucedieron esta semana que prueban que una nueva Carta Democrática, como propuso el presidente de Perú, Ollanta Humala, no puede desatender el pedido de los ciudadanos. En Honduras, el presidente Porfirio Lobo acaba de destituir a seis funcionarios, entre ellos al ministro de Seguridad y al canciller, porque "no hemos logrado los resultados esperados" en el combate a la delincuencia. Mientras que en Guatemala, en las elecciones del domingo pasado, ganaron los candidatos que prometieron "mano dura" contra el crimen y la delincuencia, Otto Pérez y Manuel Baldizón, quienes tendrán que verse de nuevo las caras en segunda vuelta.
Hace unos días, el informe 2011 sobre Competitividad Global del Foro Económico Mundial, otorgó la peor nota a Guatemala, ubicándola en el último puesto de 142 naciones, por los costos asociados para la democracia que tienen el crimen y la corrupción, aspectos que han aumentado la desconfianza de la gente en los políticos y la policía.
Queda claro en América Latina que los países más corruptos e inseguros tienen las peores democracias. La falta de seguridad no solo afecta la integridad física, la tranquilidad y el patrimonio de las personas, sino también es una amenaza a la estabilidad, al fortalecimiento democrático y al Estado de Derecho, como dijo Adam Blackwell, secretario de Seguridad Multidimensional de la OEA.
En cambio, si la seguridad pública conlleva la obligación del Estado de proveer los mecanismos de fuerza para prevenir y reprimir delitos, para que los ciudadanos sin distinciones, puedan vivir en armonía; y si el castigo a la corrupción abre las puertas a un gobierno transparente y a una sociedad más justa y equitativa, es fácil advertir que son estos los dos aspectos que deben primar en la redacción de un nuevo documento como intentará pronto la OEA, para que la democracia sea "como la gente".
trottiart@gmail.com
Varios líderes y expresidentes, sin embargo, como lo plantearon esta semana en Lima en el décimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana, prefieren seguir con su vieja cantaleta de crear mecanismos de monitoreo para observar fallas o interrupciones institucionales, cuando las prioridades de los ciudadanos simplemente pasan por poder caminar y despertarse tranquilos, sin miedo a los atracos y los robos, y que los corruptos terminen en la cárcel.
La Carta, creada en 2001, ya demostró que no es muy útil en los momentos más difíciles. No solo por no servir para sortear golpes como el de Honduras o el autogolpe de diciembre pasado en Venezuela cuando el presidente Hugo Chávez fue habilitado para gobernar por decreto por 18 meses de espaldas al Congreso, sino porque tampoco exige a los gobiernos resolver la inseguridad y la corrupción -dos palabras que no se mencionan en el texto- y que están en franco aumento en la región.
Así lo confirman los índices de percepción de calidad de vida que se manejan en las Américas. Según datos de la Organización de Estados Americanos, en 2010 se cometieron dos tercios de los secuestros del planeta, y más de 130 mil asesinatos, una de las tasas de homicidios más elevada del mundo. En El Salvador fue de 61 por cada cien mil habitantes y en Venezuela 48. Además, mediciones del Banco Interamericano de Desarrollo señalan a los argentinos, bolivianos y peruanos como los que se sienten más expuestos a ser asaltados.
También la región es una de las más corruptas del mundo, como lo indica el último informe de Amnistía Internacional, que sitúa a Venezuela en el puesto 164 de 178 países, índice en el que también se destacan Paraguay y Haití en el lugar 146; Honduras, 134; Nicaragua y El Salvador, 127 y Argentina, en el 105.
Por el contrario, en aquellos países con niveles menores de inseguridad ciudadana y corrupción, como EEUU, Canadá, Chile, Costa Rica y Uruguay, es donde hay una mejor percepción y asociación entre el desarrollo democrático y una mejor calidad de vida.
Varias cosas sucedieron esta semana que prueban que una nueva Carta Democrática, como propuso el presidente de Perú, Ollanta Humala, no puede desatender el pedido de los ciudadanos. En Honduras, el presidente Porfirio Lobo acaba de destituir a seis funcionarios, entre ellos al ministro de Seguridad y al canciller, porque "no hemos logrado los resultados esperados" en el combate a la delincuencia. Mientras que en Guatemala, en las elecciones del domingo pasado, ganaron los candidatos que prometieron "mano dura" contra el crimen y la delincuencia, Otto Pérez y Manuel Baldizón, quienes tendrán que verse de nuevo las caras en segunda vuelta.
Hace unos días, el informe 2011 sobre Competitividad Global del Foro Económico Mundial, otorgó la peor nota a Guatemala, ubicándola en el último puesto de 142 naciones, por los costos asociados para la democracia que tienen el crimen y la corrupción, aspectos que han aumentado la desconfianza de la gente en los políticos y la policía.
Queda claro en América Latina que los países más corruptos e inseguros tienen las peores democracias. La falta de seguridad no solo afecta la integridad física, la tranquilidad y el patrimonio de las personas, sino también es una amenaza a la estabilidad, al fortalecimiento democrático y al Estado de Derecho, como dijo Adam Blackwell, secretario de Seguridad Multidimensional de la OEA.
En cambio, si la seguridad pública conlleva la obligación del Estado de proveer los mecanismos de fuerza para prevenir y reprimir delitos, para que los ciudadanos sin distinciones, puedan vivir en armonía; y si el castigo a la corrupción abre las puertas a un gobierno transparente y a una sociedad más justa y equitativa, es fácil advertir que son estos los dos aspectos que deben primar en la redacción de un nuevo documento como intentará pronto la OEA, para que la democracia sea "como la gente".
trottiart@gmail.com
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