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sábado, 6 de junio de 2015

Entrevista a Leonardo Azparren Giménez

Didascalia: “Una obra no es un tema, es un conjunto de personajes a quienes les suceden cosas”

Leonardo Azparren Giménez / Foto: Archivo El Nacional-Ernesto Morgado
Leonardo Azparren Giménez / Foto: Archivo El Nacional-Ernesto Morgado
Entrevista a Leonardo Azparren Giménez
“Han sido 30 años de investigación ininterrumpida”, comenta el crítico de teatro Leonardo Azparren Giménez cuando le pregunté cuánto tiempo le había tomado realizar la antologíaClásicos del teatro venezolano, publicada el pasado mes de marzo por la editorial Bid & Co Editor con el patrocino de Banesco. La antología consta de tres volúmenes que recopilan la obra de 44 de los más destacados dramaturgos venezolanos. En exclusiva, comenta los hallazgos que implica su investigación.
¿Qué criterios utilizó para realizar esta antología?
Primero, lograr la mejor distribución posible a lo largo del tiempo, de modo que todas las épocas de Venezuela estuviesen bien representadas. Esto pasa más en el siglo XX que en el XIX, porque pesar de que en ese siglo se escribieron más de 300 piezas es muy poco lo que se conserva actualmente en relación a ese volumen de obras escritas. De todas formas en la antología hay una buena distribución de obras escritas en ese siglo, de modo que el lector curioso puede pasearse por el volumen y darse cuenta de que hay piezas escritas durante momentos icónicos de ese siglo: la independencia, la guerra federal, etc.
De esta forma el lector, los estudiantes, los profesores tomen conciencia de que el teatro venezolano no apareció anteayer, sino que hay una historia y que es una historia de dos siglos. A lo largo de ese tiempo ha habido una dramaturgia que siempre ha intentado representar al país de alguna forma.
Otro de los criterios para hacer esta antología es el gusto personal de quien la recopila. Un ejemplo: de las 13 obras escritas por Heraclio Martín de la Guardia yo seleccioné a Luisa Lavalliére, que me parece una pieza excelente y poco conocida. Y en el caso de José Igancio Cabrujas, para hablar del siglo XX, coloqué El Americano Ilustrado y no El día que me quieras porque la primera a mi parecer es la síntesis más completa de toda su dramaturgia.
Otro ejemplo: Vida con Mamá es la obra más reconocida y popular de Elisa Lerner, pero En el vasto silencio de Manhattan, vista toda su obra total, se trata de una pieza más sólida, de mayor profundidad e injustamente olvidada. En primer lugar ubico el autor, y en segundo lugar busco la obra que lo pueda representar de mejor manera.
Ocurre también en el caso de Isaac Chocrón. “Asia y el Lejano Oriente” es considerada por la crítica como una de sus mejores piezas, pero “Escrito y sellado” es la pieza que lo representa en la antología.
Ocurre también que busqué la mejor distribución posible en el tiempo. Las mejores obras de Chocrón y Cabrujas se encuentran entre la década de 1970 y 1980. Si los colocaba ahí, corría el riesgo de sacrificar a otros dramaturgos excelentes que surgieron en esa época como Manuel Caballero o Edilio Peña. Por eso cierro ese período de tiempo con Rodolfo Santana, para abrirles espacio a los nuevos dramaturgos y no correr el riesgo de no tener obras significativas de 1990. Además, toda antología tiene consigo una cuota de injusticia.
¿Qué es lo que, a su parecer hace que una pieza sea mejor valorada que otra que posee mejor calidad y estructura en su dramaturgia?
El éxito que pueda tener con el público y el gusto de la crítica. Hay piezas que necesitan mucho tiempo para decantarse y para ser valoradas.
En este estudio que ha realizado a lo largo del tiempo, ¿en qué piensa que ha variado nuestro imaginario teatral?
En mi opinión, últimamente padecemos de una crisis de creatividad. Actualmente observo que los autores desconocen técnicas teatrales para escribir teatro y además desconocen el idioma castellano. A esto se le añade otra cosa: que se trata de autores que escriben una obra para desarrollar un tema y una obra de teatro no es un tema, es un grupo de personajes a quienes les suceden cosas. Cuando un autor dice que va a escribir una obra sobre un determinado tema está cometiendo un error, porque en verdad está contando la historia de un grupo de personas. Los temas los inventamos los críticos, porque cada uno observa la historia desde un punto de vista distinto. Y ese ambiente no permite el florecimiento de un nuevo imaginario.
Hago la pregunta por temas que nos han marcado anteriormente como el desarraigo, que ha sido desarrollado desde Teresa de la Parra con Ifigenia.
No es fácil llegar a conclusiones al respecto. La semana pasada en la clase de la maestría de Teatro Latinoamericano uno de mis alumnos me hablaba del desarraigo, de ser parte de las minorías. Pero sucede que todo personaje teatral es un desarraigado, es minoritario en el fondo porque es constitutivo de su drama personal. Si no, ¿por qué le ocurrirían cosas? El detalle está en que cada autor lo tipifica y lo relaciona con determinados marcos sociales que le permiten comunicarse con el espectador. Así que no es fácil acotar un criterio definitivo.
En los papeles que dejó Bertolt Becht se encontraron trabajos que él estaba haciendo para versionar Esperando a Godot. Se trata de dos casos totalmente opuestos: la dramaturgia de Beckett y la de Brecht. Pero este en algún momento encontró una sintonía en la obra de su colega. Los imaginarios son muy traviesos en ese sentido, bien dicen que la imaginación es “la hija enloquecida de la familia”.

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