Yo soy

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domingo, 28 de junio de 2015

No se habla aquí de los productos genéricos, llamados en Venezuela "tapa amarilla", sino de la antigua y legítima lucha de las mujeres por obtener en la sociedad el lugar que desde la antigüedad ha correspondido a los hombres.

La justicia genérica


No se habla aquí de los productos genéricos, llamados en Venezuela "tapa amarilla", sino de la antigua y legítima lucha de las mujeres por obtener en la sociedad el lugar que desde la antigüedad ha correspondido a los hombres.
¿Se puede estar contra una reivindicación tan justa y tan peleada a través del tiempo? ¿Se puede negar una gesta librada en todas las latitudes y mediante la cual se busca la equidad en las oportunidades de trabajo y desarrollo que ofrece la sociedad contemporánea? No, por supuesto, pero la utilización de su bandera para propósitos inconfesables merece duros reproches.
El tema es fundamental en una sociedad en cuyas decisiones ha predominado la voluntad de los varones. Desde el período colonial, la cátedra ortodoxa y las costumbres establecidas por ella provocaron el predominio del sexo masculino en las determinaciones de la vida pública y aún en el seno de los hogares. Confinadas a lo más privado de la vida privada, hasta bien entrado en siglo XX las mujeres venezolanas debieron soportar con resignación y apenas con rebeliones esporádicas, el imperio de sus señores. Pero la situación ha cambiado, no solo en lo correspondiente al marco legal sino también en la presencia cada vez más decisiva de la mujer en los negocios
públicos: partidos políticos, administración pública, negocios, empresa privada, etc. Fundamentalmente durante el período de la democracia representativa, la mujer conquistó espacios inimaginables en el pasado, que se deben sostener y profundizar sin ninguna duda.
Dicho esto sin cavilaciones, topamos con la intempestiva decisión del CNE sobre igualdad de géneros en las listas de candidatos para las elecciones parlamentarias, que pretende imponerse a las nominaciones adelantadas por la MUD. Como se sabe, bien por consenso o a través de elecciones primarias en algunos circuitos, los partidos de la oposición manejaron sus nominaciones con el conocimiento y aún con el apoyo del CNE, sin que se atisbara ninguna objeción de fondo en la preparación y en la ejecución del proceso. Por fin llegaron a una lista casi completa de candidatos, sin que la autoridad que debía velar por la transparencia del proceso levantara la voz, pero ahora esa misma autoridad levanta una polvareda porque hay pocas mujeres en el repertorio.
El CNE se escuda en la lucha indiscutible por el respaldo de los derechos de la mujer. Nadie en sano juicio se puede oponer a una regulación que se sostiene en una corriente generalmente aceptada. Es así, en principio, pero su decisión se convierte en una medida banderiza y arbitraria debido a la posterioridad de su fijación, a su carácter avasalladoramente anacrónico, a su explosión de sorpresa desagradable e injusta cuyo propósito no parece ser sino el entorpecimiento de la campaña electoral que debe iniciar la MUD para ganar la AN.
El CNE sabe que tiene material para hacer turbulencias que solo favorecen a las fuerzas del gobierno, y por eso agita el agua de la equidad de géneros.
Pero no cuenta con la perspicacia de la opinión pública, que ya está curada de espantos tan groseros. La mayoría sabe que está ante una deplorable e inadmisible medida "tapa amarilla". 

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