Yo soy

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sábado, 22 de agosto de 2015

En Venezuela, ¿el artista tiene el reconocimiento que se merece? —Todavía no hemos recibido el respeto porque piensan que el ser actor no es una profesión. Y eso es lo que uno espera, es lo mínimo. Nuestro oficio es demasiado hermoso; transciende, transforma y nos enorgullece.

Francis Rueda: “Yo jamás he bajado la cabeza, ni como artista ni como ser humano”

Francis Rueda celebra 50 años de trayectoria en las tablas | Foto Williams Marrero
Francis Rueda celebra 50 años de trayectoria en las tablas | Foto Williams Marrero
La actriz considera que el apoyo gubernamental hacia las artes escénicas nunca ha sido suficiente

El primer pago que Francis Rueda recibió por su trabajo como actriz fueron 50 bolívares. Con parte del dinero se compró unos zapatos y unas pinturas de uñas; la otra se la dio a su mamá. “Hacer teatro siempre ha sido una proeza. Y nunca se recupera en lo monetario”, dice quien tiene medio siglo sobre las tablas encarnando personajes. Porque para ella el teatro es aire, no importa lo que cueste respirarlo.
Alumna de grandes como Horacio Peterson, Carlos Giménez, Grishka Holguin, Gilberto Pinto –que también fue su esposo–, Antonio Constante, Rafael Briceño, José Ignacio Cabrujas, Román Chalbaud y Ugo Ulive, la cultura la acompaña desde pequeña, de cuando soñaba con ser bailarina clásica y le robaba libros de Dostoievski y Alejandro Dumas a su hermano mayor. Pero el teatro la atrapó cuando vio Los incendiarios en el Teatro Nacional. No llegaba a los 15 años. Recuerda aquella época y sus ojos verdes se hacen más intensos tras sus lentes de aumento; titilan al ritmo de sus palabras y le huyen al flash de la cámara.
—¿Qué representan 50 años de teatro?—Es un camino muy largo. Gente y cosas maravillosas y otras no tanto. Es el camino y afortunadamente llegué. Hay un respeto hacia mí y eso me lo han dado años de una carrera limpia, muy linda, porque amo la profesión profundamente y porque existe gente por la que vale la pena seguir trabajando.
—¿Cuáles han sido de las experiencias más duras que le ha dejado el oficio?—Muchas. Cuando entré a la Escuela Juana Sujo era menor de edad; logré ingresar gracias a que Doris Wells me ayudó con una palanca. Ese primer encuentro fue muy duro para mí. No estaba preparada para lo que enseñaban ahí. Me dijeron que no calificaba y me fui a casa. Pero al día siguiente volví. Eran dos años de estudio y yo hice tres. Fue un ciclo que tuve que pagar duro por mi inmadurez. Pero todo se supera.
—Luego de las décadas, ¿cómo trabaja los personajes?—Ya no me desboco como antes. Era un bloqueo por las tensiones, quería que todo saliera de inmediato. Ahora el oficio está dominado; tengo el 50% ganado.
—¿Qué es eso del teatro que no ha dejado de apasionarla?—Lo más rico es el proceso de ensayos, me gustan más que las funciones, porque uno aprende más. Ya en las presentaciones sabes lo que vas a hacer. El aplauso es rico y el público es fundamental, es para mí lo más valioso. Pero el proceso de trabajo con el director y los compañeros, contigo mismo investigando sobre el personaje es bello y nutritivo. Y aprender a oír es lo más importante; oír como el personaje, no como uno mismo. Porque hay quienes solo esperan el pie para decir el texto. Ahí no hay nada; estás vacío. Eso me llevó muchos años.
—En comparación con la época en que usted comenzó, ¿qué han ganado y perdido las artes escénicas?—Ha ganado mucha gente valiosa. Sobre lo que ha perdido, yo no voy a cuestionar a mis compañeros porque los aprecio, pero creo que el teatro comercial ha arropado mucho al teatro de arte. A mí me han llamado para eso, pero no lo hago, por convicción. Siempre he considerado al teatro como un concientizador social, porque mis maestros fueron personas muy comprometidas.
—Sus montajes más recientes han sido en el circuito del oeste, ¿ha pensado en presentarse en otras salas de la ciudad?—Claro. No me han llamado, pero si lo hacen claro que sí. Me encantaría presentarme en el Trasnocho Cultural. Íbamos a llevar La casa de Bernarda Alba y Madame de Sade, pero eso se cayó. No sé qué ha pasado. Debe ser que no me quieren. Espero que sí me quieran.
—¿Considera que las políticas culturales del Estado son las que el teatro necesita?—No son suficientes. Los subsidios desaparecieron. Hay un apoyo porque de Fundarte te compran las funciones cuando te presentas en el circuito; te pagan por cada función y entonces las entradas a las obras son baratísimas. Es una buena opción, porque el pago es bastante bueno. En ese aspecto han sido muy receptivos. Y el Instituto de Artes Escénicas y Musicales están rodando los espectáculos por todo el país. Pero nunca se ha apoyado al teatro, como sí a la música o al deporte.
—¿El artista debe ceder por un subsidio?—No. La conciencia no te la calla nadie. Y menos en el teatro, que es sinónimo de libertad. Yo jamás he bajado la cabeza, ni como artista ni como ser humano.
—En Venezuela, ¿el artista tiene el reconocimiento que se merece?—Todavía no hemos recibido el respeto porque piensan que el ser actor no es una profesión. Y eso es lo que uno espera, es lo mínimo. Nuestro oficio es demasiado hermoso; transciende, transforma y nos enorgullece.

Encuentro con Francis RuedaTeatro Simón Bolívar, entre las esquinas de Las Monjas y Principal, Plaza Bolívar
Funciones: viernes, sábado y domingo, 6:00 pm
Entrada: 50 bolívares
Los rostros de una actrizEstrenado en el año 2006 y presentado nuevamente en 2013, el espectáculo Encuentro con Francis Rueda fue el escogido por la actriz para celebrar su medio siglo de trayectoria en las tablas. El montaje, a modo de jornada confesional, intercala personajes con breves conversaciones entre la actriz y el público. Serán 8 mujeres las que la artista interprete durante la pieza: Lucrecia de la obra homónima de Gilberto Pinto; Greta Garbo de Oficina Nº 1 de Miguel Otero Silva; Laurencia de Fuenteovejuna escrito por Lope de Vega; Ramona del sainete El rompimiento de Rafael Guinand; Medea de la pieza de Eurípides; Clitemnestra, canción de Carlos Moreán para los espectáculos de la Cátedra del Humor; Clov, de Final de partida de Samuel Beckett; y Brusca, escrita por César Rengifo para la obra Lo que dejó la tempestad

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