Sed de sangre
Soderbergh pierde la oportunidad de explorar un punto conmovedor en el final de la vida del Che...
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
sábado 3 de septiembre de 2011 12:00 AM
Los doce años que Vlad El Empalador estuvo preso cerca de Budapest, ensartaba ratas y cucarachas y las ponía en las ventanas, para mantener la fama apocalíptica y espeluznar a sus carceleros, los asesinos de la Legión Negra.
Pese a los dantescos empalamientos de decenas de miles de seres humanos, incluso por faltas menores (infidelidades femeninas, robos) el Rey Matthias de Hungría que lo apresó, tuvo que enfrentar una ola de repudio ya que Europa veía a Vlad como un benefactor, un héroe contra los turcos, un defensor de la fe cristiana (hoy día el Padre de Rumania).
¿Por qué a lo largo de la historia, tantos monstruos gozan de popularidad y los celebran notorias figuras de la cultura? Ese misterio lo reedita la película de Steven Soderbergh sobre el Che, El Argentino (2008), con un reparto tricontinental impresionante: Benicio del Toro, Franca Potente, Matt Damon, Carolina Sandino, Edgar Ramírez, Julia Ormond. Protagonista y director declaran "desapasionamiento", "objetividad". Esas categorías no significan nada para el arte, pero una obra biográfica no puede torear hechos hasta ahora irrefutables de figuras tan connotadas como Guevara, Röhm, Wei Jingsheng o Beria. Sería una falsificación.
"Fusilamientos sí; hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando... nuestra lucha es una lucha a muerte". La aterradora frase de Guevara en las Naciones Unidas (11-12-64) con la que asume y banaliza el horror, resuena en la película como una garantía de no ocultar nada. Soderbergh parece fajarse con el tema y relata el paredón a dos guerrilleros, "Cuervo" y "Esteban", violadores y extorsionadores de campesinos. Venganza de los débiles ¿Un "buen fusilamiento"?
¿Dejar eso zanjado el asunto? El recurso es demasiado expedito y fácil para resolver a alguien autodefinido como "una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar", y que hace con su Walther P-38 lo que otros jefes militares suelen delegar en pelotones. Alrededor de una docena de estas ejecuciones envenenan su memoria.
En la Sierra Maestra desenfunda y liquida una y otra vez pobres campesinos sospechosos. Declara en 1958 a Agustín Alles de Bohemia, como una especie de Rimbaud artillado: "... asaltaré las barricadas y trincheras, teñiré con sangre mis armas y loco de furia degollaré a cuanto enemigo caiga entre mis manos".
En el sitio "El pedrero" se sale un momento de una reunión con dirigentes estudiantiles que habían subido a la Sierra a verlo, a acribillar dos supuestos soplones. Tiempo después a Juan Pérez, guajiro padre de tres niños. A otro le vuela la cabeza pese a que el tribunal presidido por Ramiro Valdés lo había absuelto por falta de pruebas.
La gloria de su "entrañable transparencia" es la toma de Santa Clara, y en ella la operación de descarrilar un tren blindado con tropas y armas. Pero lo cierto es que el comando del tren ya había pactado para entregar las armas a los rebeldes, por lo que el ataque fue una escabechina a mansalva, sólo para inventar la leyenda (que luego musicalizará Carlos Puebla).
Guevara recorría las calles de Santa Clara con la tropa, y el dirigente comunista Freddy Torres le soplaba "culpables" a los que ejecutaban in situ. Cuando Camilo Cienfuegos entró a la ciudad el día siguiente, exclamó... "!c..., aquí como que no quisieron bañarse con agua, sino con sangre... hay un muerto en cada esquina!".
Comienza la larga Temporada en el infierno. El Che es Jefe de la Comisión Depuradora de las Fuerzas Armadas en la Fortaleza de La Cabaña. Quien llegaba ahí, ya estaba virtualmente fusilado. Murieron cientos de hombres. Un caso escalofriante es el Tnte. José Castaño, cuya rectitud había hecho que lo apreciaran los rebeldes. Cuando Fidel Castro llamó al Che para ordenarle el indulto, ya éste había procedido a meterle dos tiros en la cabeza, adelantándose a la presión.
"Esos serán los fusilados de mañana" -dice Guevara a un interlocutor, cuando firma y entrega a un soldado mensajero una lista de nombres, varios de ellos con cruces al lado. El interlocutor, un amigo suyo le pregunta -"¿pero el juicio no es esta noche... como sabes cuáles serán"- "así son las cosas aquí", responde, el Che.
Soderbergh pierde la oportunidad de explorar un punto realmente conmovedor en el final de la vida del personaje: la ruptura con Fidel Castro que lo aleja de Cuba sin retorno, -como le cuenta a Mario Monje, jefe del PC Boliviano- para entender por qué más tarde Castro lo entrega a la CIA.
En 1957 le había escrito a Hilda Gadea, su mujer "... estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre". Murió ahogado en sangre.
@carlosraulher
Pese a los dantescos empalamientos de decenas de miles de seres humanos, incluso por faltas menores (infidelidades femeninas, robos) el Rey Matthias de Hungría que lo apresó, tuvo que enfrentar una ola de repudio ya que Europa veía a Vlad como un benefactor, un héroe contra los turcos, un defensor de la fe cristiana (hoy día el Padre de Rumania).
¿Por qué a lo largo de la historia, tantos monstruos gozan de popularidad y los celebran notorias figuras de la cultura? Ese misterio lo reedita la película de Steven Soderbergh sobre el Che, El Argentino (2008), con un reparto tricontinental impresionante: Benicio del Toro, Franca Potente, Matt Damon, Carolina Sandino, Edgar Ramírez, Julia Ormond. Protagonista y director declaran "desapasionamiento", "objetividad". Esas categorías no significan nada para el arte, pero una obra biográfica no puede torear hechos hasta ahora irrefutables de figuras tan connotadas como Guevara, Röhm, Wei Jingsheng o Beria. Sería una falsificación.
"Fusilamientos sí; hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando... nuestra lucha es una lucha a muerte". La aterradora frase de Guevara en las Naciones Unidas (11-12-64) con la que asume y banaliza el horror, resuena en la película como una garantía de no ocultar nada. Soderbergh parece fajarse con el tema y relata el paredón a dos guerrilleros, "Cuervo" y "Esteban", violadores y extorsionadores de campesinos. Venganza de los débiles ¿Un "buen fusilamiento"?
¿Dejar eso zanjado el asunto? El recurso es demasiado expedito y fácil para resolver a alguien autodefinido como "una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar", y que hace con su Walther P-38 lo que otros jefes militares suelen delegar en pelotones. Alrededor de una docena de estas ejecuciones envenenan su memoria.
En la Sierra Maestra desenfunda y liquida una y otra vez pobres campesinos sospechosos. Declara en 1958 a Agustín Alles de Bohemia, como una especie de Rimbaud artillado: "... asaltaré las barricadas y trincheras, teñiré con sangre mis armas y loco de furia degollaré a cuanto enemigo caiga entre mis manos".
En el sitio "El pedrero" se sale un momento de una reunión con dirigentes estudiantiles que habían subido a la Sierra a verlo, a acribillar dos supuestos soplones. Tiempo después a Juan Pérez, guajiro padre de tres niños. A otro le vuela la cabeza pese a que el tribunal presidido por Ramiro Valdés lo había absuelto por falta de pruebas.
La gloria de su "entrañable transparencia" es la toma de Santa Clara, y en ella la operación de descarrilar un tren blindado con tropas y armas. Pero lo cierto es que el comando del tren ya había pactado para entregar las armas a los rebeldes, por lo que el ataque fue una escabechina a mansalva, sólo para inventar la leyenda (que luego musicalizará Carlos Puebla).
Guevara recorría las calles de Santa Clara con la tropa, y el dirigente comunista Freddy Torres le soplaba "culpables" a los que ejecutaban in situ. Cuando Camilo Cienfuegos entró a la ciudad el día siguiente, exclamó... "!c..., aquí como que no quisieron bañarse con agua, sino con sangre... hay un muerto en cada esquina!".
Comienza la larga Temporada en el infierno. El Che es Jefe de la Comisión Depuradora de las Fuerzas Armadas en la Fortaleza de La Cabaña. Quien llegaba ahí, ya estaba virtualmente fusilado. Murieron cientos de hombres. Un caso escalofriante es el Tnte. José Castaño, cuya rectitud había hecho que lo apreciaran los rebeldes. Cuando Fidel Castro llamó al Che para ordenarle el indulto, ya éste había procedido a meterle dos tiros en la cabeza, adelantándose a la presión.
"Esos serán los fusilados de mañana" -dice Guevara a un interlocutor, cuando firma y entrega a un soldado mensajero una lista de nombres, varios de ellos con cruces al lado. El interlocutor, un amigo suyo le pregunta -"¿pero el juicio no es esta noche... como sabes cuáles serán"- "así son las cosas aquí", responde, el Che.
Soderbergh pierde la oportunidad de explorar un punto realmente conmovedor en el final de la vida del personaje: la ruptura con Fidel Castro que lo aleja de Cuba sin retorno, -como le cuenta a Mario Monje, jefe del PC Boliviano- para entender por qué más tarde Castro lo entrega a la CIA.
En 1957 le había escrito a Hilda Gadea, su mujer "... estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre". Murió ahogado en sangre.
@carlosraulher
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