Yo soy

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domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Dónde buscar la explicación de la violencia en Venezuela? ¿Qué diferencia cualitativa establece la duración temporal entre ellos? Lo espontáneo y más socorrido por la opinión pública es atribuirlo a falta de educación, a pérdida de valores, a disfuncionalidad familiar y otros tópicos. ¿Qué tendrán que ver realmente en esto la educación, los valores, la familia, y qué se puede hacer con ello, en ello y por ello hoy y mañana?


Impulsividad violenta y educación

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Presenté en mi anterior artículo uno de los modos que está adquiriendo la violencia criminal de nuestros días: el asesinato escasamente motivado, repentino, automático, absolutamente arbitrario, sin mediación de tiempo, y el que, siendo igualmente gratuito, está mediado por un breve o largo intervalo temporal. ¿Son realmente dos modalidades distintas o ambas coinciden en el fondo y sólo difieren en la superficie? ¿Qué posibilidades de acción se le ofrecen a una sociedad víctima de sus consecuencias?
Ambos bloques de conductas están relacionados, en cuanto producto, con un componente central del comportamiento humano: el sistema afectivo y, en él, el régimen de los impulsos. No necesitamos recurrir al lenguaje científico para saber lo que es un impulso. Todos tenemos la idea y, sobre todo, la vivencia de ese movimiento emocional espontáneo que surge en nuestro interior sin ninguna previsión y que nos incita a la acción inmediata. Sabemos también distinguir entre el impulso y la conducta impulsiva porque tenemos experiencia de que la incitación a la acción no determina necesariamente la acción misma. Podemos sentir el impulso y, sin embargo, no actuarlo. Entre las repentinas incitaciones, quizás las más apremiantes sean las que nos empujan a la violencia. Todo un aprendizaje desde la infancia preserva a la mayoría de efectuarlas. La actuación del impulso violento es característico del psicópata criminal. Quizás la mejor definición de la personalidad psicopática sea la de la APA (American Psychological Association): “Una persona cuya conducta es predominantemente amoral y antisocial que se caracteriza por sus acciones impulsivas e irresponsables, encaminadas a satisfacer sus intereses inmediatos y narcisistas, sin importar las consecuencias sociales, sin demostrar ni culpa ni ansiedad”. Se trata, pues, de una personalidad, esto es, de una manera de ser persona; no de una línea de conducta nada más, sino de toda una estructura difícilmente modificable por la que ese ser humano es el que es. A la estructura los filósofos clásicos la llamaron forma, palabra de la que se deduce el transitivo formar, el reflexivo formarse y el sustantivo formación. El impulsivo violento es una forma de existir en la vida, una forma-de-vida, una hechura del vivir, de la que su conducta violenta emana como normal. Una forma-de-vida es el resultado de un proceso de formación que se inicia en los primeros momentos de la existencia. Al medio por el cual se produce la formación lo llamamos educación.
Las personas “sanas” se han formado para el control racional y emocional de los impulsos; los delincuentes violentos para la actuación desinhibida de los mismos. ¿Quién forma? En primer lugar la familia, el ambiente humano inmediato y la sociedad; en segundo lugar la escuela y la educación formal, pero éstas llegan tarde para modificar lo ya formado y el proceso ya desencadenado. La actuación criminal de los así formados presenta dos modalidades, la inmediata y la demorada. Esta última, mediada por el tiempo, no significa dominio del impulso sino control de su ejecución. El asesino se toma su tiempo para ejecutar el impulso lo que le permite planificar y actuar con eficiencia. En ambos casos la formación de fondo es la misma; en el segundo la maldad y peligrosidad son mucho mayores. Ha tiempo que se ha venido formando un pensamiento y una afectividad social proclive a tolerar y hasta fomentar la impulsividad confundiendo espontaneidad con autenticidad. En ese clima se hallan las familias, los educadores y hasta los gobiernos de toda tendencia.
¿Podremos vivir en una sociedad de impulsivos sin control?

¿Se explica?

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Leer la página de sucesos de los diarios en estos tiempos es someterse al estupor y al escalofrío. No por el persistente acontecer del asesinato ni por su cantidad siempre en aumento, en esto ya estamos curados de espanto, sino por las nuevas modalidades que el crimen está presentando y que superan con mucho la maldad e injusticia que estamos acostumbrados a esperar en semejantes hechos y que, por conocidas, tenderíamos a incluirlas en lo que podríamos entender como lo que sería “normal” en el delito y en la perversidad del homicidio. Creemos que por muy mala que sea una acción tiene que tener una racionalidad intrínseca, un sentido y un fin. No nos resulta fácilmente pensable que la maldad se haga exclusivamente porque sí. Si en algo se está caracterizando el crimen actual es que en demasiados casos no parece tener ninguna explicación comprensible. Por eso mismo resulta tan impredecible que echa por tierra todas las medidas de protección y defensa que se nos puedan aconsejar. Es cierto, sin embargo, que siempre alguna razón habrá aunque sea simplemente ejercitar el dedo pulsando el gatillo, quitarse una molestia de encima o gozar viendo el susto y el correr de la gente en medio de los disparos; pero nos cuesta pensarlo porque eso nos parece un sin sentido, un absurdo. Pues vayamos acostumbrándonos porque la noticia diaria da cuenta de cómo estos “absurdos” están proliferando y cada día ocupan un mayor espacio entre las muertes compitiendo con las producidas por el atraco, la venganza, el secuestro o el sicariato.
Lo podemos ver en dos pequeños grupos de hechos recientes que si tienen una modalidad cualitativa común, se diferencian en el tiempo y en el ritmo de la ejecución.
Va el primero: el hombre encuentra a un joven, durante una celebración callejera, echado sobre el capó de su auto, saca el arma y le da tres tiros; muerto. Un joven pide a otro un cigarrillo; ante la negativa de éste porque no tiene, dispara; otro muerto. El hombre está al borde de la calle, pasa un carro y le tropieza con el retrovisor, el afectado reclama, el conductor se baja y dispara.
Modalidad: descarga inmediata, liberación de impulsos, los autores no se dan tiempo para procesar ni en razonamiento, ni en imagen ni en principios éticos la acción.
Segundo grupo: “Esto es por tocar al perro”, dijo, y le disparó a la cara. El hombre había tropezado al pastor alemán del asesino sin mayores consecuencias. Luego se fue, regresó en una moto, lo encontró y le disparó. El empleado del negocio reconvino al señor por estar orinando en la vía; éste se fue al estacionaminto, montó en su carro, persiguió al otro y le disparó. El joven socorrió a su tía herida por un malandro y la llevó al hospital, regresó y se puso a lavar su moto; el malandro lo buscó y lo acribilló. Dos sujetos fueron sacados de la fiesta en la que se habían “coleado”, regresaron armados y dipararon contra todos: dos muertos y doce heridos.
En el primero de estos dos grupos de hechos podemos hablar de impulsividad no reprimida ni educada, de los deseos dejados a sí mismos, de la descarga instantánea de emociones incontroladas; sin tiempo. En el segundo, en cambio, podríamos hablar de lo mismo pero mediado por el tiempo. ¿Dónde buscar la explicación de lo uno y de lo  otro? ¿Qué diferencia cualitativa establece la duración temporal entre ellos? Lo espontáneo y más socorrido por la opinión pública es atribuirlo a falta de educación, a pérdida de valores, a disfuncionalidad familiar y otros tópicos. ¿Qué tendrán que ver realmente en esto la educación, los valores, la familia, y qué se puede hacer con ello, en ello y por ello hoy y mañana?

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