Yo soy

Yo soy

domingo, 13 de mayo de 2012

Si usted vio Reverón, el film de Diego Rísquez, recordará con entusiasmo el notable trabajo actoral que hizo Luigi Sciamanna. ahora lo verá en esta pieza teatral de la cual es autor, director y actor


Ibsen Martínez: La Novia del Gigante

David de Miguel Angel Buonarrotti




Desde que perdió a su marido, oficial del ejército italiano muerto en acción en el curso de la Primera Guerra Mundial, y condecorado póstumamente por sus virtudes guerreras , la señora Lidia Montalcini no ha vuelto a casarse.
En su Florencia natal, la señora Montalcini goza de la estima de sus conciudadanos  que aprecian la dedicación con que, semana a semana, ilustra a los turistas que acuden a admirar la estatua del David de Miguel Ángel Buonarrotti. Hablo del David que, desde hace cuatro siglos  ha pasmado a las legiones de visitantes que acuden a admirarlo.
La imponente escultura de casi seis metros ( 5m, 76 cts, para ser exactos) le tomó al gran renacentista sus buenos cuatro años  de trabajo. Sus dimensiones y perfección le han granjeado el que se le tenga por una de las esculturas más sobrecogedoras de todos los tiempos.
No aburriré al lector  ponderando las razones de ese universal consenso: hablo del David de Miguel Angel y basta echarle un vistazo  a un libro ilustrado para caer bajo su hechizo, así sea a distancia, así no esté uno de pie ante su pedestal mirando hacia arriba, boquiabierto. Actualmente el David puede admirarse en la Galería de la Academia, en Florencia,   aunque hasta 1910,  estuvo expuesta en la Plaza de la Señoría de Florencia. La que se exhibe hoy día, en obsequio de las palomas y de los viandantes, es una réplica del original, hecha también en mármol.
La señora Montalicini desapareció repentinamente, sin dejar rastros, en algún momento de 1938. Conjeturar las circunstancias  que pudieron llevar a su infausta desaparición es apenas una parte de los muchos y muy valiosos elementos que sostienen el cautivador argumento deLa novia del gigante, la extraordinaria pieza  teatral escrita, producida y dirigida por Luigi Sciamanna y que este fin de semana se presenta en la sala de usos múltiples del Teatro Trasnocho, en el C.C. Paseo Las Mercedes.
Si usted vio Reverón, el film de Diego Rísquez, recordará con entusiasmo el notable trabajo actoral que hizo de Luigi Sciamanna la indiscutible figuración que, de ahora en adelante, todos los venezolanos tendremos del gran pintor de Macuto.  Pues bien, Luigi también escribe teatro y La novia del gigante es una de sus muy elaboradas piezas, llenas de ideas inquietantes, que he tenido el gusto de leer.
Muchas de ellas se ocupan de la Italia de sus antepasados, y más precisamente, del trecho de historia es que se hizo posible el surgimiento de la barbarie fascista en una de las nacines más cultas del orbe. Pero volvamos a la signora Montalcini.
Los florentinos de su tiempo apreciaban la labor de la señora Montalcini – su vasta erudición sobre el arte renancentista, la fervorosa facundia con que podía discurrir en torno a Miguel Ángel y su prodigiosa creación escultórica –, y por ello dieron en llamarla cariñosamente la novia del gigante, tal era el amoroso empeño que Lidia ponía en compartir sus saberes sobre esta estatua, orgullo entre los orgullos de Florencia.
Desde tiempos muy anteriores a la unificación italiana como nación, concretada en el último tercio del s. XIX, el David era considerado un símbolo de la insumisión florentina ante la derrocada tirania de los Médici y, más tarde, ante las pretensiones de los Estados Pontificios. No es improbable que este tema, el de la insumisión florentina, frecuentase el discurso de la señora Montalcini.
Todo discurría sin tropiezos para Lidia, mujer de rutinas frugales que, de vez en cuando, horneaba deliciosas galletas con las que, al comenzar la obra,  se regalan una tarde el profesor Innocenti ( Elio Pietrini), el carenal Dalla Chiesa ( Armando Cabrera) y el comandante fascista Talo ( Antonio Delli).
El tema de su conversación, abordado con gentileza de salón por el fanático oficial fascista, soberbiamente encarnado por Delli, es la conveniencia de apartar a la señora Montalcini de sus deberes mientras dure la inminente visita de estado a Italia del líder alemán,  Aldolf Hitler. Sucede que la señora Montalcini es judía y se avecina la aprobación de la rèplica italiana a als infames leyes raciales de Nuremeberg.
La pieza de Sciamanna, que comienza como una donoso diálogo de ideas encontradas, muy pronto se convierte en una apasiosante alegoría del modo en que una democracia, otrora tolerante y abierta, puede sucumbir sin remedio a los designios totalitarios de una minoría tiránica.
El rejuego de posiciones en torno a tan arbitraria medida, ante la cual el cardenal Dallachiesa y el profesor  Innocenti (emblema del “bienpensante” liberal), no atinan nunca con el modo de impedirla, da cuerpo a una originalísima fábula sobre la aquiescencia, el peor pecado de los demócratas frente a una amenaza dictatorial. Muchos de sus diálogos despiertan nerviosas reacciones en el público caraqueño.
Descuellan las actuaciones de la guapa María Fernanda Ferro, conmovedora  dueña de sus recursos, y la brillante corporización de un fanático  ilustrado que nos brinda Antonio Delli, sin duda uno de los actores más  carismáticos de la escena actual. El versátil Gerardo Soto y el promisorio Juan Carlos Martínez completan el astuto elenco convocado por Sciamanna.
La misteriosa desparición de la voluntariosa patriota italiana cuyo delito mayor fue profesar la fe judía con seguridad brindará momentos de reflexión al expetcador de fin de semana. La brillante ejecución de La novia del gigante  perdudará entre lo mejor de un muy señalado año teatral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario