Yo soy

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domingo, 9 de septiembre de 2012

A pesar del viaje que hizo desde Managua hasta Caracas, de estar llegando recién al hotel, bajándose de la camioneta, el nicaragüense Sergio Ramírez lleva sin problemas el porte de escritor. También lleva el de ser sandinista: "Sandino pensaba en tres cosas básicas, soberanía, democracia y justicia social, y yo sigo creyendo en eso"

Sergio Ramírez El escritor ve la revolución desde la acera de enfrente

“Se puede escribir con pasión y con compasión”

Hoy, a las 12:30 pm, en la galería de arte de la Universidad Simón Bolívar se presentará la más reciente novela del intelectual nicaragüense, colaborador de El Nacional, titulada Sombras nada más y publicada por Alfaguara, en la cual narra la captura, el juicio y la ejecución de un colaborador del régimen somocista
RUBÉN WISOTZKI
Fotos SANDRA BRACHO
Sergio Ramírez: “Para hacer buena literatura hay que fabricar la musa”


A pesar del viaje que hizo desde Managua hasta Caracas, de estar llegando recién al hotel, bajándose de la camioneta, el nicaragüense Sergio Ramírez lleva sin problemas el porte de escritor. También lleva el de ser sandinista: "Sandino pensaba en tres cosas básicas, soberanía, democracia y justicia social, y yo sigo creyendo en eso". El porte que no trae consigo es el de ex presidente de su país, el de político, el del poder.
"Me pueden ofrecer lo que quieran, que no lo acepto. Ni siquiera el puesto de Papa. No hay nada que me saque de mi oficio de escritor", confiesa el autor de Sombras nada más, novela publicada por la editorial española Alfaguara, que será presentada hoy, a las 12:30 pm, en la galería de arte de la Universidad Simón Bolívar, con palabras de la investigadora y también escritora Violeta Rojo. —¿Con cada libro que publica, el escritor busca el mejor libro? —Sí, creo que sí. Según mi parecer, la ruina de un escritor llega cuando comienza a mostrar un deterioro, cuando lo que escribió al principio fue lo mejor, cuando la crítica dice que nada es mejor que su libro anterior, o que sus mejores libros son los primeros. Eso es terrible. Significa que el escritor es leído hacia atrás y creo que un escritor siempre debe ser leído hacia adelante.
—¿En qué es mejor este libro que Margarita, está linda la mar? —En Sombras nada más la trama está centrada en unos cuantos personajes, no en una multitud. Deja de ser un friso para convertirse en una novela de personajes muy realzados. Y, a pesar de que la narración va siempre hacia el pasado, hay dos tiempos inmediatos: el tiempo de la captura hasta la ejecución; y el tiempo del juicio. Es un tour de force trabajar así. Además, está la transposición que intento hacer entre palabra y pensamiento. Es decir, a veces el reo está declarando algo que a lo mejor no está pensando. En fin, una mezcla de decir y recuerdo que no puede nunca quedar reflejada en un acta.
—¿Se siente entonces crecido como escritor? —Bueno, esa es una palabra un poco ofensiva, ¿no lo cree así? Yo diría satisfecho del trabajo profesional, de las horas que le dedico a la escritura, de la atención que pongo a pensar que hay un lector enfrente de uno y que tengo el compromiso de entregarle una obra de calidad.
Un cable eléctrico suelto —¿Cómo vivió el Sergio Ramírez intelectual, no el Sergio Ramírez político, los días posteriores al derrocamiento de Anastasio Somoza? ¿Cómo vivió esos días en los que cada uno quería hacer justicia por su propia mano? —Yo viví esos días desde la cúspide política. Cuando uno está arriba no percibe cuál es la dinámica de lo que está pasando abajo y, además, es muy difícil intervenir. Hay muchos microcosmos que se desenvuelven al mismo tiempo, se desarrollan muchas épicas personales. En esos días, desde el poder, es muy difícil el discernimiento. Sobre todo cuando el poder no está consolidado. El poder en esos días es como un cable eléctrico suelto que está golpeando por todas partes. Nadie puede decir que una situación está dominada. Yo recuerdo casos de comandantes que en su afán de justicia fueron a pueblos a liberar prisioneros somocistas y, una vez cumplida la misión, los habitantes del pueblo volvían a meterlos presos. Nadie es fuerte en ese momento. Se es fuerte en la medida en que se sigue la corriente. —Es de suponer, entonces, que usted conoció la historia del protagonista de su novela...
—Sí, claro. Había sido presidente del Congreso Nacional, tesorero del Partido Liberal, muy allegado de Somoza. Con la caída del somocismo, se refugió en una finca en Tola, fue capturado y ejecutado. Fue uno solo de los tantos hechos que hubo en el país en ese momento. Había muchos frentes de lucha, y en cada uno de ellos hubo ejecuciones populares de la gente de seguridad de Somoza, de paramilitares. En el pueblo en el que yo nací, un pueblo tranquilo y pacífico, mataron a cinco o seis paramilitares, incluyendo a dos primos míos.
—¿Con esta novela se limpian un poco las heridas? —Pues no es ese el propósito. Mi intención es utilizar de manera imparcial unos hechos que al escritor le sirven donde quiera que se den. Los hechos están ahí. Me tocaron en algún momento, pero ahora no trato de juzgarlos. Sólo me interesa relatarlos. Perder la imparcialidad en este libro sería muy peligroso. Por eso, incluso procuro acercarme al personaje principal y hablar desde su piel. En la vida real, Sergio Ramírez fue adversario de ese hombre, pero en la novela no lo soy, no puedo serlo. Desde el principio me dije que si no era capaz de escribir este libro con compasión, no valía la pena intentarlo siquiera. Se puede escribir con pasión y con compasión.
—¿Y por qué intentar escribir algo desde la otra orilla? —Oye, me parece que esas son las grandes pruebas de un escritor que ha pasado por el fuego y se ha quemado. Claro que ha tenido que pasar tiempo. Y pasó. Llegó el momento en que sentí que podía tocar esos temas. Claro que uno no deja de involucrarse, pero puedo verlos con cierta distancia. Ahora, yo puedo actuar como un cirujano que entra al quirófano y opera a su propio hijo.

Algo más que sombras

—¿Qué han dicho de Sombras nada más sus ex compañeros de lucha? —Hasta ahora no han dicho nada porque el libro recién salió en Managua hace muy pocos días. Pero ya me imagino: unos guardarán silencio, algunos se sentirán molestos por la compasión con que trato a un somocista; otros, por desacralizar a los héroes guerrilleros. Pero yo estoy hablando aquí de seres humanos.
—¿Hay espacio para la literatura política en nuestro continente? —Claro que sí. Ahí están El vuelo de la reina de Tomás Eloy Martínez, Los años con Laura Díaz de Carlos Fuentes. Entre los más recientes, Tinta roja de Alberto Fuguet y el último libro de Jorge Volpi, que está ambientado en los años de Tlatelolco. Es algo insoslayable. Yo me podría proponer escribir una gran novela de amor, pero siempre a través de las cerradas persianas de la habitación de los amantes llegará el tiroteo y los gritos de la calle. Es algo que ni siquiera pudo evitar Gustave Flaubert en La educación sentimental.
—¿Con qué o cómo se revoluciona la literatura? —Con buena literatura. La mala literatura no sirve para nada. Porque nadie la lee. Me pueden presentar páginas y páginas de denuncia social que en el fondo no me dicen nada. Pero si uno quiere saber sobre la humillación de los pobres debe leer a Dostoievski, que escribió esas grandes novelas como lo son Humillados y ofendidos y Los hermanos Karamazov. Y para hacer buena literatura hay que fabricar la musa. Hay que hacerla bajar, aclimatarla al sitio de uno. —Sombras nada más describe la bajada, esa caída terrible de una persona que estuvo en las alturas. Cuando fue jurado del Premio Rómulo Gallegos, premió la novela de Enrique Vila-Matas que trataba precisamente de eso: de la subida y la caída de una persona.
—En Nicaragua lo decimos de manera muy sencilla: la vida es como un palo de gallina: las que están arriba cagan a las que están abajo. Yo abajo me siento bien. Déjame contarte esta anécdota: hace pocos días fui con un animador de televisión a la finca donde sucedieron todos los hechos que narro en la novela, para hacer un programa. La finca ahora está en manos del Ejército. El centinela, que me conocía, no nos dejaba entrar porque no estábamos autorizados. La verdad es que fuimos sin pedir los permisos correspondientes. "Me echan preso si los dejo entrar", nos repetía el guardia una y otra vez. Al final, después de mucho insistir, nos dejó pasar. Horas más tarde le pido al conductor del programa que, cuando lleguemos de regreso a Managua, llame a Javier Carrión, el jefe del Ejército, compañero mío de la revolución, para que no sancione al centinela por habernos dejado pasar. El animador, tal como acordamos, llama a Carrión y éste le dice: "Está bueno, está bueno que no lo haya querido dejar pasar, para que sepa Sergio Ramírez que ya no manda". Es una buena lección. Y, además, es cierto. —Se sabe que usted no disparó un solo tiro en la revolución, que no sabe disparar un arma de fuego. Empero, con lo que escribe sí ha disparado más de una vez, ¿no? —Sí, pero son balas de salva. Y, además, si doy o no en blanco es algo que deciden los lectores.

Chávez y Lula

Con él puede hablarse una tarde completa de literatura, de la suya y la de los demás. Pero, obviamente, con alguien que llevó una revolución adelante, que fue vicepresidente de su país, también se puede (y se debe) hablar de política. Y si a eso se le agrega que fuera del hotel donde se aloja pasan carros y carros tocando su corneta, con algunos conductores exaltados que piden a gritos la renuncia del Presidente, la pregunta del tema político casi no hace falta enunciarla: “Yo he opinado mucho sobre Chávez. Creo que tuvo un momento, su primer momento, muy importante en la historia de Venezuela. Pero la sociedad está dividida, pues. Y eso para mí ya es un fracaso. Un millón de personas por aquí, otro millón de personas por allá. Y que un país esté dividido en términos estrictamente democráticos no importa. Eso se resuelve a la hora de las elecciones. Pero alrededor de unos propósitos que se llaman revolucionarios, de unos cambios profundos en la sociedad, no es fácil de resolver.
“A mí me parece que ahí sigue estando el gran misterio y el gran desafío para los políticos: poder llevar adelante cambios profundos con consenso. Alguien, desde la izquierda, me podrá decir que eso es imposible, porque siempre van a existir intereses concretos que se opongan. Pero yo creo que en estas sociedades nunca se va a poder hacer nada más sin un gran consenso. Eso es lo que está consiguiendo Lula en Brasil. Eso me parece importante.
“Y lo otro que me parece importante es que un gobernante electo, como Lula, debe saber que va a estar en el poder 5 años y no toda la vida. Tal vez 10 años, pero no más. Pero el que se prepara para estar siempre en ese lugar ya fracasó de antemano. No hay gobernantes de para siempre en América Latina”.


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