Yo soy

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viernes, 7 de diciembre de 2012

La pieza de teatro Equus, del dramaturgo británico Peter Schaffer, lo tiene todo como para que cualquier compañía que emprenda su montaje se pasee por los resortes emocionales de un puñado de personajes al borde del desquiciamiento


MEMORIA EMOTIVA

KabréTeatro ofrece en la Sala Rajatabla una lectura racionalista de la obra "Equus

JUAN A. GONZÁLEZ |  EL UNIVERSAL
viernes 7 de diciembre de 2012  12:00 AM
De equinos e impostaciones
La pieza de teatro Equus, del dramaturgo británico Peter Schaffer, lo tiene todo como para que cualquier compañía que emprenda su montaje se pasee por los resortes emocionales de un puñado de personajes al borde del desquiciamiento. 

Allí está Alan, el joven de 17 años, cuya obsesiva atracción por los caballos se mezcla con sus impulsos sexuales y su férrea educación religiosa; también está el psiquiatra Martin Dysart, de ética dudosa y muy buen olfato detectivesco. Y, por supuesto, están, además, los padres del joven a quien Dysart comienza a tratar luego de que el paciente ciega a seis equinos en un perturbador arranque de locura. 

La obra, llevada al cine en 1977 por Sidney Lumet, combina en un texto nada fácil de leer el drama psicológico, el psicoanálisis y el thriller. Hablamos de una pieza que se construye con delirios, perturbaciones, fantasías y creencias. Un territorio de arenas movedizas que requiere de una profunda comprensión del texto, de sus dimensiones psíquicas, médicas y policiales. 

La agrupación KabréTeatro asumió el reto con el montaje de Hippos Equino. Pero lo ha hecho con resultados dispares. Por un lado, si bien la versión escrita el director general del colectivo, Wilfredo Tortosa, respeta el espíritu del original -el cambio más notorio es el de los nombres de los personajes: Alan se llama ahora Gabriel y el doctor Dysart pasa a ser la doctora Esther Loaiza, por ejemplo-, el empeño de la adaptación por encontrar las causas que justifiquen el estado demencial de Gabriel, termina por forzar el desarrollo argumental hacia un racionalismo que, en esencia, no se corresponde con las motivaciones que llevaron a Schaffer a escribir Equus

Nada más alejado de las intenciones del dramaturgo inglés que hallar chivos expiatorios -o explicaciones científicas- a los problemas mentales del joven paciente que es recluido en un sanatorio por haberle sacado los ojos a media docena de caballos en un establo. Schaffer partió del hecho criminal y a partir de ahí "elucubró", "creó", "inventó" la historia de su pieza. 

Ese tono ficticio, onírico, es el que se extraña en el montaje que dirige Tortosa, no por falta de creatividad en la puesta en escena -que abusa en demasía de una ruidosa plataforma giratoria-, sino por la inflexión con la que el conjunto de actores de Hippos Equino reproduce los parlamentos: sin los debidos silencios, sin susurros, sin la introspección y la intimidad que reclama la pieza. Todo se reduce a la impostación ensordecedora de la voz. 

Por fortuna, la reflexión final de la doctora Esther Loaiza (excelente trabajo de la actriz María Telliz) apunta hacia la diana correcta: la locura como un acto de liberación de las cadenas familiares, religiosas y sociales que limitan la expresión del espíritu humano. 

Nada había que justificar, que explicar, en el caso de Alan/Gabriel. Mucho menos con la construcción de un núcleo familiar -madre y padre- tan obvio, caricaturesco y poco creíble como el mostrado en Hippos Equino, hasta este fin de semana en la Sala Rajatabla. 

jgonzalez@eluniversal.com

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